El Lugareño. Imagen:ArchivoEl Lugareño. Imagen:ArchivoCAMAGÜEY.-Gaspar Betancourt Cisneros es una figura ignorada por la cultura nacional. Sobre él se han extendido nterpretaciones falsas que nos han privado de rendirle el merecido tributo a su memoria. Rescatarlo significa fortalecer nuestro sentido de cubanía y hacer más sólida nuestra cultura regional.

Durante demasiadas décadas ha habido una postura maniquea, extremista frente a la evolución del pensamiento político cubano y del lento y seguro madurar de su sentido nacional. Betancourt Cisneros es un hombre de la primera mitad del siglo XIX. Nace y se forma en una situación compleja, en la cual la Isla queda rezagada en los procesos de independencia continental.

Cuba sustituyó a Haití como azucarera del mundo. Los sacarócratas temían una rebelión de esclavos como la de Haití, que luego de la revolución se vio sumida a desgracias nacionales no resueltas hasta ahora. Esta actitud limitó el movimiento independentista y generó actitudes en contra de la libertad política.

Betancourt Cisneros se une a los grupos independentistas. Apenas ha bordeado los 20 años. Ya tiene las bases de lo que será su vida de pensamiento: la búsqueda de un progreso para Cuba. Viaja a Estados Unidos y forma un grupo que va a pedirle a Simón Bolívar que extienda su gesta a Cuba, ya que ha liberado Venezuela, Colombia, el actual Ecuador, Perú. Logran entrevistarse. El Libertador dice que no por una prohibición de Gran Bretaña, primera potencia del mundo, y Estados Unidos, voz cantante del hemisferio occidental. Para Bolívar ponía en riesgo América.

A su regreso podía encerrarse en sus tierras, dedicarse a leer, vivir para sí, ser egoísta. Se niega. Busca una alternativa, el anexionismo, posición de lesa Patria, pero hay que situarse en las circunstancias de Betancourt. Tenía una formación económica, había leído los autores euroccidentales de su tiempo. Con su entrañable amigo José Antonio Saco, quien nunca claudicó, se produce un diálogo de hermanos hasta que abandona el anexionismo porque comprende que la población cubana se vería menospreciada en la Unión norteamericana.

Betancourt Cisneros representa el tránsito ideológico de Cuba. Visitó las posiciones fundamentales de la política de la primera mitad del siglo XIX: independentismo, anexionismo, autonomismo, y terminó convertido en símbolo de libertad.

Muere en La Habana y lo entierran por su voluntad en Puerto Príncipe. Está casi la Guerra de los Diez Años. Lo esperan en la estación de Camagüey, del tren que construyó a pura sangre y fuego, el segundo del país. Cargan su ataúd en hombros hasta la Catedral. En la noche, un grupo escondido abre el ataúd y pone dentro una proclama de independencia. No podemos, so pena de suicidio moral y de esterilidad ideológica, renunciar a los grandes símbolos que el pueblo ha levantado de sí mismo.

Es imperdonable que maestros ignoren estos hechos y que las nuevas generaciones estén de espaldas a El Lugareño. La segunda razón para rescatarlo tiene que ver con el adocenamiento por el que se ha dejado de mirar la tradición del periodismo cubano a nivel nacional y regional. Hemos reducido la formación periodística a un sistema de oficios y técnicas. La discusión en los Congresos de la Upec y de la vida diaria ha alertado de la necesidad del cambio, no de estilo sino de función y devoción por la sociedad.

Gaspar Betancourt Cisneros desarrolla la crítica cultural y económica desde el periodismo. Analiza el palpitar de la vida cotidiana de Camagüey: la agricultura, los bailes de juventud, las modas, el San Juan, el problema del progreso, de los grupos de poder. Sus crónicas son un taller de pensamiento, un modelo también para los jóvenes periodistas de hoy. Combina el sentido crítico con factores de idiosincrasia en riesgo de desaparecer. Maestro de estilo, dominaba el lenguaje más culto y el coloquial. Sobre todo sus cartas están llenas de ese dejo camagüeyano de broma, ironía, irreverencia, y de profundo respeto hacia las cosas importantes.