Tal parece que el número cuatro marcó la vida de Henry Reeve, porque un cuatro de abril nació en Estados Unidos, recibió cuatro impactos de bala en un fusilamiento en masa, del cual escaparía milagrosamente de la muerte, y un cuatro de agosto perdió la vida.

Venido al mundo en 1850 en Brooklyn, Nueva York, en el seno de una familia de clase media, Henry sería impactado por la muerte del presidente norteamericano Abraham Lincoln, y por las luchas antiesclavistas entre el norte y el sur de su país.

Atraído por las noticias del movimiento de liberación en los campos de Cuba, el joven se enroló en una expedición para alcanzar la costa norte de Oriente y sumarse como uno más a la lucha por la independencia del pueblo cubano del yugo español.

El norteño que se convirtió en mambí en el ejército libertador durante la Guerra de los 10 Años, apenas permaneció en estas tierras por siete años, etapa en que por su valentía, arrojo y coraje ascendió rápidamente de sargento de segunda a general de brigada.

Pudiera pensarse que los siete grados militares que enmarcaron su brillante carrera militar en la ínsula coincidieron con los siete años de su permanencia en la manigua, sin embargo, el ascenso vertiginoso de Reeve fue tal que en 1873 resultó ascendido tres veces de teniente coronel a coronel y luego a general de brigada en solamente nueve meses.

Aunque alguien escribió en su hoja de servicio que era inepto e inservible para el manejo de las armas, Henry hizo su ingreso en el primer escuadrón de caballería de la brigada norte de Camagüey, para luego ser nombrado jefe de la sección de exploración.

Más tarde sería integrante de las tropas del mayor general Ignacio Agramonte, en la caballería camagüeyana.

Participó en una de las epopeyas más contadas de la guerra cubana: el rescate de Sanguily, donde los mambises con Agramonte al frente, escribieron una página de heroísmo.

En el combate de Jimaguayú, donde cayó el Mayor, Henry Reeve tomó el mando de la división en un momento crucial en que la caballería agramontina perdía al héroe de los llanos camagüeyanos. Allí Reeve mantuvo la disciplina y unidad hasta entregar el mando a Manuel Sanguily.

Las aptitudes militares de este joven lo llevaron a asumir en junio de 1874 el mando de la primera división y a comienzos del año siguiente respalda, con nutrido fuego contra la trocha de Júcaro a Morón, el paso de la invasión comandada por el generalísimo Máximo Gómez.

Aunque Reeve quedó al mando de las tropas en Camagüey, el avance impetuoso de las huestes mambisas motivarían al norteamericano porque era allá donde quería estar, donde más acción y combate le esperaban.

‘Al ser autorizado se enroló en las tropas de Gómez y es así como lo nombran jefe de la segunda división en la zona desde Cienfuegos hasta el occidente de Cuba, etapa en que funge como vanguardia del contingente invasor.

Los historiadores reconocen unos 400 combates en los que él se involucró. Y en muchos de estos resultó herido.

Como una vida de novela son los relatos de las reiteradas ocasiones en que las balas enemigas impactaron en el menudo cuerpo de este hombre, desde su llegada a Cuba cuando cinco días después derramó su sangre en combate efectuado en la propia zona del desembarco.

En su avance cayó prisionero de los españoles y fue fusilado en masa, pero los cuatro impactos de bala no acabaron aún con su vida, y al recobrar el conocimiento deambuló hasta encontrar las tropas cubanas.

Más adelante en otro combate, un artillero español le disparó a Henry Reeve a quemarropa, lo cual le inutilizó la pierna hiriéndolo gravemente y luego de la convalecencia debió usar una prótesis metálica, además de un dispositivo que lo mantuviera firme sobre su cabalgadura. Así continuó su temeraria epopeya en el ejercito mambí.

Fue el cuatro de agosto de 1876 en la zona de Yaguaramas, en Cienfuegos, donde en desigual combate y mientras cubría a su tropa recibió varias heridas, una en el pecho y otra en la ingle, luego en el hombro.

El enemigo le mató el caballo a sabiendas que aquel hombre no podía valerse de sus propias extremidades. No obstante, Reeve continuó peleando hasta que agotadas las posibilidades se disparó un balazo en la sien para no caer en manos de las tropas españolas.

A 140 años de su deceso, un nutrido ejército de médicos cubanos, heroicos y temerarios como el joven norteamericano Henry Reeve, toman de estandarte su nombre para enfrentar en combate tenaz la lucha por la salud y la vida de los pueblos del mundo.

Hoy en Cienfuegos, donde un obelisco marca el lugar donde cayó aquel valeroso conocido como El Inglesito, flores hermosas serán depositadas para perpetuar la memoria del norteamericano que con solo 26 años unió su existencia a la de todos los cubanos.