CAMAGÜEY.-  En su carta inconclusa al amigo Manuel Mercado, José Martí advertía la necesidad de emplear todas las fuerzas necesarias para impedir la anexión de Cuba a los Estados Unidos.

La República soñada por él bajo los preceptos de Con todos, y para el bien de todos, de momento quedaba frustrada con la instauración de la Neocolonia el 20 de mayo de 1902, para iniciar una historia de casi 57 años durante los que la penetración yanqui ejerció el control de los destinos de nuestro país.

Durante este tiempo muy poco conoció el pueblo de Cuba de la esencia del pensamiento martiano, hasta que en el año del Centenario de su natalicio, la parte más radical de los jóvenes de entonces, decidieron convertirse en sus verdaderos continuadores.

Por eso se fue al Moncada, y por eso pudimos llegar al triunfo del 1ro, de Enero de 1959.

Comenzaba desde ese momento una nueva etapa en la que su legado se proyectó en la Revolución que, conducida por Fidel Castro y apoyada por las masas populares, se anteponía a cualquier interés el de los pobres de la tierra.

Paradigma de ética, Martí predicó el humanismo como el punto esencial para construir una nación de justicia y equidad, un mundo de paz, solidaridad y amor, donde nuestros semejantes siempre deben constituir el fin de las acciones y nunca un medio para beneficios personales. Ese ha sido y es nuestro credo.

Y es que este gran hombre trasciende: está presente en el maestro de la escuela, en el médico, en el profesional, en el intelectual, en el obrero..., en cada uno de los que han enarbolado sus banderas para conformar un pueblo culto, instruido, como la necesidad imperiosa de empuñar tales armas para ganar las batallas libradas a favor de cada conquista, y preservarlas.

Es él quien nos llama constantemente a mantener la independencia, el que nos advierte de las aspiraciones que tienen los señores del Norte y su séquito latrocinio de volver al convite de sangre y horror en esta, nuestra tierra; el que continúa llamando a la América toda para la integración necesaria.

Faro de luz de nuestros días, hermano, amigo, padre, hijo, Apóstol, Héroe, levanta en cada palabra la trinchera ideológica, el escudo de Fidel, de los cubanos, de la Revolución.

Hemos consolidado un ideario nacional que, sin dudas, está regido por su doctrina. Las generaciones actuales y las futuras continuarán hablando con voz y pensar martianos de modo que se mantenga alrededor de la Estrella Solitaria, y nunca pueda desasirse esta fórmula del amor triunfante: "Con todos, y para el bien de todos".

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