Contra lo pensado, la figura del Titán de Bronce no arroja sombra, si no  luces,  sobre  el segundo de la prole de Mariana Grajales y Marcos Maceo,  al cual el primero tuvo como subalterno en más de una ocasión.

  José Marcelino Maceo y Grajales estuvo presente en el transcurso de las tres guerras: la del 68, la denominada chiquita (1879) y la del 95.

  En algunos episodios  de esa confrontación entre la Cuba que intentaba despojarse de su condición de colonia, y la metrópoli -España-,  él debió acatar las órdenes de su hermano mayor, el cual, según consta en relatos y documentos escritos, lo trató con asombrosa severidad.

  Esa disciplina férrea,  que al decir del General Antonio, debía comenzar por la familia, la ejerció sin perjuicio de reconocer en José  a uno de los mejores soldados de la Revolución y de transferirle las enseñanzas y secretos del arte militar de Máximo Gómez, de quien el Héroe de Baraguá fue el discípulo más aventajado.

   Gran arrojo y valentía exhibió el segundogénito de Mariana Grajales, para alcanzar los grados de teniente a fines de 1870, ascender a capitán al año siguiente  y acreditarse las insignias de comandante y la jefatura del regimiento de Guantánamo, luego de ser gravemente herido en el combate del cafetal La Indiana.

  Fue salvado entonces en una acción suicida de su hermano, quien en tono que pocos osaban utilizar para dirigirse a  Máximo Gómez (que había ordenado la retirada), le espetó “General, tengo allí a mi hermano, muerto o herido grave, y no lo abandono en poder del enemigo”.

  Las charreteras de General de Brigada las mereció durante la llamada Guerra chiquita (1879-1880), fracasado intento emancipador al que se sumó el también llamado León de Oriente, luego de rechazar el Pacto del Zanjón, y respaldar la Protesta de Baraguá, el  15 de marzo de 1878.

  Detenido en 1880 por sus actividades revolucionarias,  deportado a los presidios españoles en África, y posteriormente indultado,  marcha a reunirse en 1884 con su familia, primero en Jamaica y luego en Costa Rica, donde contribuye a formar una colonia junto a su hermano Antonio, Flor Crombet  y otros emigrados cubanos.

  Luego regresó a la patria el primero de abril de 1895,  en la expedición Maceo-Crombet, a bordo de la goleta Honor.

  Protagoniza una odisea por los montes más abruptos de Cuba, debe incluso lanzarse a un abismo para sobrevivir a la persecución hispana, al quedar aislado de la tropa durante el primer combate de los mambises a raíz del desembarco por Playa Duaba.

  Se une a las filas del Mayor General Pedro Agustín Pérez, el primer sublevado de Guantánamo durante el reinicio del conflicto bélico; salva la vida al Apóstol en el combate de Arroyo Hondo, el 25 de abril,   y tres días después le comunican su ascenso a Mayor General.

  El 20 de octubre  asume la Jefatura Militar del Departamento Oriental.


  Cayó mortalmente herido el cinco de  julio de 1896 en Loma del Gato, jurisdicción de su natal Santiago, y falleció cinco horas después en la finca Soledad, de Ti Arriba.

  Había participado en casi 500 combates y regado con su sangre en 19 ocasiones  la tierra que se afanó  en redimir.

  Al conocer el infausto suceso, el Generalísimo dijo: “Pocos cubanos he conocido más libre, más trabajador y más valiente; y más resuelto, ninguno".


  El ilustre dominicano, el único general del Ejército  Libertador que llegó a ser jefe de todos los cubanos, para salir al paso  a quienes no perdonaban la independencia de criterios y la franqueza de  José Marcelino Maceo y Grajales, escribió, además, las frases que siguen:

  (…) Era de un carácter incuestionable. No pedía nada y mucho menos cabía la queja en su grandeza y abnegación, pero no permitía tampoco que se le cohibieran sus derechos y sus facultades, porque entonces se sentía sublevado”.

  Pero nunca tan sublevado, como ante España, a la que combatió 28, de los 47 años de su fructífera vida.