Su apellido no debió ser Maceo, sino Muchuli, como su abuelo paterno, José Antonio Muchuli Hernández, nacido de la unión del español, natural de Valencia, Miguel Muchuli y la parda Teresa Hernández, que tuvieron otro hijo y dos hijas más. Los bisabuelos del “Titán” tuvieron esclavos y casas en Santiago de Cuba, sin que su estamento fuera alto.

El abuelo de nuestro Antonio, un pardo libre que también tuvo esclavos y propiedades, se unió con Clara María Maceo (o Macedo), cuyo primogénito al parecer fue Justo Antonio, que vio la luz en 1801, siete años antes que naciera Marcos, el padre de Maceo. ¿Por qué entonces Marcos conservó el apellido de su madre y no el paterno? Además del respeto a las estrictas normas de casta, porque nunca legitimó el reconocimiento de su hijo.

Todo apunta a que Marcos Maceo lo cuidó una ex esclava de sus padres, tras la muerte de Clara María en 1813. Pero los Muchuli lograron blanquear, lo cual suponía un “mejoramiento de la raza”. A Marcos lo desconocieron como pariente. La casa número 90 en la calle Providencia, que él mismo compraría luego de casarse con Mariana Grajales, la obtiene de los que la historiadora Olga Portuondo Zúñiga cree padres de crianza de Marcos, dada las evidencias de recientes investigaciones, que desmienten el origen venezolano de este patriota y su participación bélica contra Bolívar.

Marcos, labrador de oficio, entró soltero al ejército español con 20 años de edad. Allí estuvo hasta 1837. Quiere decir que vivió la asonada contra Tacón, el Capitán General de entonces, célebre por su despotismo y el fomento del comercio de esclavos que ensombrecieron su buena labor en obras públicas. Esa efervescencia revolucionaria y el conocimiento militar las insuflaría Marcos a sus seis hijos, anteriores al matrimonio con Mariana y muertos todos en la Guerra Grande; a los cuatro de ella, viuda de Fructuoso Regüeiferos; y a los nueve vástagos de la unión Maceo-Grajales.

Antonio Maceo nació en la casa de la calle Providencia (y no en San Luis, como dicen algunos textos) en el seno de una familia perteneciente a una pequeña burguesía de pardos libres, dedicados a la agricultura y con casa en la ciudad. Sus padres y hermanos poseían tres fincas, Majaguabo, Delicias y Esperanzas. La más importante, Majaguabo tenía nueve caballerías dedicadas a pastos. La solvencia le permitió a los Maceo estudiar en una escuela elemental, que era toda la superación a la que podían aspirar en ese entonces los del color de su piel.

Antonio Maceo fue arriero a los 16 años, y luego encargado del negocio de maderas de la familia, así lo encontró el estallido de la Guerra de los Diez Años a sus 23 años. Se incorporó a la lucha en octubre de 1868 y el 11 de diciembre ya era capitán abanderado. En enero del '69 lo nombran comandante y diez días después teniente coronel. Pero 1869 trajo más dolor que gloria: En mayo ve caer en combate a su padre y en junio murieron sus dos hijos pequeños, María y José Antonio.

Pero no solo las heridas de bala harían fuerte al “Titán”, porque, ¿cuántos podrían seguir luchando, mas cuando en 1870 se añade a las muertes la de Julio, su hermano menor? Él lo hizo. Bajo las órdenes de Gómez participó en la invasión a Guántanamo, donde hizo hazañas como las de la Loma de la Galleta, el asalto al cafetal La Indiana y el rescate de su hermano José. En marzo de 1872 es ascendido a coronel. Para entonces no pocos jefes blancos reclamaban el rápido ascenso del caudillo de “la clase de color”, incluso lo llegaron a acusar de favorecer a los de su raza.

Las injurias, el brigadier desde junio de 1873, no solo las borraría con el filo del machete en un sinnúmero de combates que le valieron los grados de mayor general en enero de 1878, sino su pensamiento viril y hondo como lo demostró su oposición a las dos sediciones lideradas por Vicente García o la propia Protesta de Baraguá, de donde nació la segunda constitución que tuvo la República de Cuba en Armas.

En el período de entre guerras no descansó en pos de la Patria. Intentó apoyar a Calixto García en la Guerra Chiquita, pero la fuerte persecución que siempre tuvo por parte de los españoles condujo al fracaso de sus esfuerzos. En Jamaica dejó a su madre y esposa, con esta última va a Honduras, donde lo nombran general de división y jefe de las fuerzas de la capital. No se acomodó: había que unir a los cubanos por la independencia de la Isla. Por eso viajó por Cayo Hueso, Nueva York, México, Panamá, Perú y hasta Cuba llegó en 1890. Su estancia fue corta por ser descubierto y expulsado fuera del territorio natal. Mientras estuvo por Oriente se manejó una la opción de crear un ejército de negros, que él supo rechazar tenaz. En su tierra dejó clara su posición contra la injerencia de Estados Unidos y en cartas dejó expresa su intención de liberar también a Puerto Rico, mucho antes que lo hiciera José Martí.

En 1891 se radica en Costa Rica. Volvió a sus orígenes agrícolas, y continuó conspirando. En 1893 sufre otro golpe muy duro, la pérdida de la madre, aquella que en su infancia lo había tratado con tal rectitud que hasta tartamudez dejó en él. Pero Antonio no solo superó la dificultad en el habla, sino que creció mucho gracias a esa disciplina férrea de sus primeros años. Ningún dolor le borra el horizonte de una Cuba libre, por eso junto a Gómez organiza otro plan para liberar la Isla. En 1886 fracasa, tal como Martí alertara.

A la gesta de 1895 se unió de inmediato, lo que evidencia su madurez y altruismo, pues desavenencias había tenido tanto con Gómez como con Martí. Por Cuba lo supera todo. Después de imponerse a los indios de Yateras antes del desembarco de Gómez y Martí, y luego de sufrir el deceso del organizador de la guerra (al que estuvo de acuerdo en nombrarle mayor general), encabezó la invasión desde el mismo Baraguá de su Protesta. En tres meses y dos días dejó la irónica y heroica huella en los anales bélicos no solo de Cuba, sino del mundo, hizo la invasión de Oriente a Occidente que en 1874 le negaron las rivalidades caudillistas y el racismo.

“¡Esto va bien!” Dijo poco antes de morir en una escaramuza de poca monta, el hombre que tres días antes había sorteado la trocha de Mariel-Majana en un bote. Caía un guerrero fortísimo, sí, el más glorioso de los hijos de Cuba. Es cierto, ¿pero quieren un autorretrato de la sensibilidad del “Titán”? Aquí están sus propias palabras: “amo a todas las cosas y a todos los hombres, porque miro más a la esencia que al accidente de la vida; y por eso tengo sobre el interés de la raza, cualquiera que esta sea, el interés de la Humanidad que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida. La conformidad de 'la obra' con 'el pensamiento': he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber”.

¿Cómo fue Maceo? Negro solo de piel; solvente de cuna, y riquísimo en valores; no un Titán griego y mitológico, sino uno de carne y hueso, un Hombre que debió se debió nombrar Muchuli, pero que se creció como el mayor de los Maceo; y fue él, sin dudas, el que más puso en la familia el blancor verdadero, el de los hombres de bien.

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