Una parte de la población, que incluye un número significativo de jóvenes, muestra un deterioro de valores como la honestidad, la responsabilidad, la solidaridad y la honradez (Báxter, 2008: Fabelo, 2003; Mendoza, 2008; Bombino, 2004). La percepción de los valores identitarios patrios no está fuera de esta situación, como señalan los autores consultados, y ello resulta altamente preocupante en el marco del intento por parte de la trasnacionalización impuesta por el capitalismo contemporáneo de borrar los márgenes de identidad cultural en las naciones explotadas (Chomsky & Dieterich, 1997).

Las actuales exigencias sociales requieren de un ser humano con sólidos conocimientos científico-técnicos y habilidades prácticas, a la par que portador de una amplia cultura, una cultivada espiritualidad y honda sensibilidad para lograr insertarse en un mundo altamente competitivo sin cerrar los ojos ante los conflictos que le circundan (Mendoza, 2008). El tema de los valores dentro de las sociedades contemporáneas se ha convertido en motivo de reflexión también para los cubanos, inmersos en la difícil tarea de formar nuevas generaciones capaces de afrontar los retos de construir una sociedad alternativa dentro de los modelos socioeconómicos contemporáneos.

Al sopesar el nexo entre sociedad, cultura, educación y valores surge espontáneamente la obra y la personalidad de José Martí. El Apóstol de la independencia ve la necesidad de la transformación revolucionaria de la sociedad desde una política de esencia humanista sostenida en la cultura nacional y comprometida con los pobres. Esta necesidad se refleja en su obra y es la que moldea su voluntad hasta llevarlo al desenlace en Dos Ríos (Hart, 2000).

Para la sociología contemporánea, los valores solo pueden convertirse en fuentes motivacionales de los sujetos sociales y señalar una dirección y finalidad a su conducta si son subjetivamente asumidos por ellos, es decir, en tanto componentes de su conciencia. Es la relación valor-conducta la que interesa a la sociología. El valor entendido como componente subjetivo de la conciencia puede someterse a un registro empírico en la investigación. Los valores sedimentados en la cultura actúan con relación a los individuos con la fuerza de un hecho dado que orienta su conducta. Por otra parte, desde el punto de vista del Derecho, lo valioso parte de la propia ley, de lo normado jurídicamente y socialmente instituido, pero no puede, por sí mismo, ofrecer un fundamento último de los valores. En cuanto a una perspectiva desde la política, los valores asumidos por ella, aunque lleguen a instituirse como socialmente dominantes, no responden a una validez humana general, pues dependen del tipo de poder al que sirven. Los valores necesitan un fundamento más allá de la política. Por último, la psicología y la pedagogía, debido a la especificidad de sus objetos de estudio, centran el concepto de valor en el mundo subjetivo de la personalidad.

Los valores tienen que ver con el trabajo socialmente útil, ocupan un lugar en la conciencia subjetiva de los hombres, se asumen colectivamente y se constituyen en cultura, se instituyen en normas jurídicas o políticas oficiales, pero ninguna de estas aseveraciones parciales abarca en su totalidad la esencia que los constituye; aunque ciertamente la filosofía tampoco ha ofrecido una concepción suficientemente integral de los valores, es decir, que carece de una adecuada teoría axiológica que evite la actual diversidad semántica e indiferenciada del concepto.

Un enfoque multidimensional, como propone José Ramón Fabelo (cf. Fabelo, 2003), puede servir para superar estas limitaciones. Su propuesta, desde la perspectiva filosófica, reconoce tres dimensiones fundamentales para los valores –objetiva, subjetiva e instituida–, de manera que se entiendan los valores como constitutivos de la realidad social. Serían así objetivos en cuanto a su incidencia social, y no tendrían una dimensión trascendental e inamovible como suele afirmar el objetivismo tradicional. El sistema objetivo de valores es concebido como dinámico, cambiante, atenido a las condiciones históricas concretas. En un segundo plano, cada sujeto social valora la realidad de un modo específico y conforma su propio sistema subjetivo de valores, de manera que construye un patrón más o menos estable que regula su conducta y criterios valorativos. Los valores subjetivos tienen cierto grado de correspondencia con el sistema objetivo de valores, pues, en el proceso de concientización de ellos median las influencias educativas y culturales, así como las normas y principios que prevalecen en la sociedad. La relación entre estas dos dimensiones permite fundamentar una educación valorativa. De ahí que la mejor educación en valores procurará que la imagen subjetiva del valor tienda a coincidir con el considerado valor real objetivo.

La sociedad siempre tiende a organizar un único sistema de valores, que resulta oficialmente reconocido, es decir, instituido. En el estado-nación, el sistema institucionalizado de valores se expresa a través de la ideología oficial, la política interna y externa, las normas jurídicas, el derecho, la educación pública y otras vías. Este sistema también guarda cierto grado de correspondencia con el sistema objetivo de valores. En cualquier ámbito social es posible encontrar, además del sistema objetivo de valores, una gran diversidad de sistemas subjetivos y un sistema socialmente instituido; todas estas dimensiones interactúan en múltiples sentidos. De esa manera, pueden abarcarse las nociones de valor de las distintas disciplinas: el valor como resultado del trabajo humano, según la economía política, tiene que ver sobre todo con la dimensión objetiva; la asociación de lo valioso con la personalidad, como se presenta en la psicología y la pedagogía, o con la conciencia colectiva, como se aprecia en la sociología y la antropología, tiene que ver  con la dimensión subjetiva; mientras que la dimensión instituida refiere las normas jurídicas del derecho o el ejercicio del poder gubernamental en la política. Así, los valores se complementan y constituyen fuente de conocimientos en una concepción que parte de su pluridimensionalidad.

José Ramón Fabelo parte de los conceptos para él centrales en la axiología: valoración y valor:

Por valoración comprendemos el reflejo subjetivo en la conciencia del hombre de la significación que para él poseen los objetos y fenómenos de la realidad. El valor, por su parte, debe ser entendido como la significación socialmente positiva de estos mismos objetos y fenómenos […] La diferencia esencial entre estos conceptos consiste en el carácter predominantemente subjetivo de la valoración […] y la naturaleza esencialmente objetiva del valor (Fabelo, 1989).

La valoración resulta de la apreciación del sujeto y depende de los intereses, necesidades, deseos, aspiraciones e ideales de este. El valor, por su parte, resulta de la actividad práctica que en el proceso de socialización da a los objetos de la realidad una significación social que reconocemos como valor. Al concebir el valor como resultado de la práctica de las leyes del devenir social y no de la valoración misma, se supera el subjetivismo de manera real. Los valores no son ajenos al universo humano, están condicionados por los intereses de la sociedad en su conjunto. Se le atribuyen tres planos: el valor en su dimensión objetiva (concebido en el devenir social), el sistema subjetivo de valores (reflejo del valor objetivo en la conciencia individual o colectiva) y el sistema instituido de valores (fundamento para la organización y funcionamiento de la sociedad y del que emanan la ideología oficial, la política interna y externa, las normas jurídicas, la educación formal…).

Este enfoque permite de manera armónica relacionar lo objetivo, subjetivo e instituido. (2da parte)

3. Ante la incompatibilidad del capitalismo con los más altos valores humanos, con la justicia, la genuina libertad, el progreso del género humano y la vida misma, urge una senda propia con un sistema de valores inalienable del proyecto emancipatorio latinoamericano, que no puede pensarse al margen de los procesos globalizantes que caracterizan al mundo de hoy. Se requiere de un sistema de valores universales que priorice la justicia social, la equidad, la protección del medio ambiente, la preservación del futuro de la humanidad, sin olvidar los derechos inalienables de la persona.

Hoy se tiene conciencia del reto axiológico que presupone el hecho de que el propio ser humano crea los principales peligros que amenazan su supervivencia, tanto social como ecológicamente; pero no siempre se toma en cuenta que el verdadero origen de lo valioso, lo que da sentido último a los valores, es la vida humana. Para que la especie humana continúe existiendo es necesario buscar más allá de los valores subjetivos e instituidos una dimensión objetiva que no dependa del poder de los más fuertes económica o políticamente.  El único modo en que puede darse la objetividad social, depositaria de la subjetividad humana, es no perdiendo este sentido de defensa de la vida misma.

Si de valores se trata, entonces, el lugar fundamental donde podemos ir a buscar su dimensión objetiva es en aquello que posee una significación positiva para la sociedad, hoy cada vez más identificable con la humanidad, y cuyo problema fundamental radica en la preservación de la vida y su dignificación en la persona concreta.

No se trata de desconocer lo diferente, sino de construir la unidad a partir de las diferencias, siempre y cuando sean enriquecedoras de la vida humana, ello implica concebir los valores instituidos que colaboren a salvar la humanidad de su propia autodestrucción. En este sentido, la labor educacional está llamada a sortear la crisis universal de valores y favorecer al resguardo de las identidades.

Los procesos globalizadores se centran en lo que hay de común entre unas comunidades y otras; y conciben como un obstáculo, que no obedece a la real necesidad social, la conservación de las identidades particulares. De esta forma se desconstruyen las comunidades identitarias en una concepción que las interpreta como inventos discursivos o estrategias narrativas del poder. El resultado no sería el triunfo de una genuina universalidad, sino la imposición de una interpretación parcializada y unilateral de los grandes centros de poder.

Las identidades son productos históricos, un sistema de valores sociales cambiante en consonancia con la movilidad cultural de la comunidad a lo largo de la historia. No constituyen una construcción imaginaria, provienen de comunidades humanas conformadas históricamente que al reproducirse tienden a conservar el mismo sustrato socialmente objetivo. Las identidades son procesos conscientes en que se asume voluntariamente el sistema de valores que identifica a la comunidad, su cosmovisión, su imaginario, su modo determinado de interpretar la realidad. La autoidentificación con la identidad de una comunidad siempre es un resultado educativo, ya sea espontáneo o dirigido.

[…] se trataría de buscar en nuestras historias y en los valores tradicionales todo aquello rescatable como necesario al ser humano de hoy, al tiempo que utilizaríamos positivamente la fragilidad de las identidades actuales para abrirlas a los mejores valores de la cultura contemporánea, teniendo en cuenta que el curso deseable de los acontecimientos no ha de llevarnos a un aldeanismo incontaminado, sino a la incorporación plena con personalidad propia a la comunidad internacional (Fabelo, 2003).

La perspectiva en Cuba nos remonta a figuras como José Agustín caballero, Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco, Rafael María de Mendive y José Martí, en tanto antecedentes históricos. Figuras como Céspedes, Agramonte, Maceo vertebran con su ejecutoria ejemplos convincentes para la formación de valores (Vitier, 2000).

No se puede perder de vista que la formación, educación y desarrollo de la personalidad se da, más allá de la influencia de acciones dirigidas educacionalmente, en el amplio contexto social en que vive el individuo y donde los valores resultan relevantes. Así, cuando cambian las condiciones objetivas, económicas, políticas y sociales, surgen modificaciones en la manera de pensar, sentir y actuar que redundan en una nueva jerarquización de los valores. El sistema de valores de cada persona se vincula a las formas de vida de la sociedad en un contexto de lucha ideológica que influye en la determinación jerárquica de los valores: “Los valores como formaciones complejas de la personalidad son algo muy ligado a la propia existencia de la persona, que afecta a su conducta, configura y modela sus ideas y condiciona sus sentimientos, actitudes y su modo de actuar” (Báxter, 2008: 15-16).

El sistema de valores está condicionado por las formas de vida de la sociedad en las que el sujeto vive y se desarrolla, lo que origina, que al cambiar las relaciones sociales, y fundamentalmente las económicas, se jerarquizan, de una manera diferente los existentes a nivel de sociedad, o se deterioran a nivel de individuo aquellos que, en su escala de valores, no estaban lo suficientemente interiorizados y consolidados.

El Segundo Secretario del PCC Raúl Castro Ruz (1980: 3) en la inauguración de la Sociedad Educativa Patriótico Militar (SEPMI), expresó: “[…] cada generación necesita de sus propias motivaciones y de sus propios valores, nadie será hoy revolucionario, solo porque le narremos las penurias de sus padres, y abuelos, por importante y útil que sea esta labor”.

Al respecto ya José Martí había escrito: “Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer de cada hombre resumen del mundo viviente, para que flote sobre él y no dejarlo debajo de su tiempo   con lo que no podrá salir a flote” (Martí, 1975: 281).

Señaló, además,  que : “ La educación es la habilitación de los hombres para obtener con desahogo y  honradez  los medios de vida indispensables en el tiempo en que existen, sin rebajar por eso  las aspiraciones delicadas,  superiores  y  espirituales  de  la  mejor parte del ser humano” (Martí, 1975: 53).

El contenido de los valores, como parte de los principios, las normas y escalas valorativas, debe transformarse internamente en convicciones, atendiendo al tratamiento de los componentes del valor (cognitivo, afectivo, volitivo, ideológico y de las experiencias acumuladas en la actividad).

Solo en la actividad los sujetos pueden interiorizar las influencias educativas del significado de los valores: por medio de las relaciones interpersonales directas sujeto-sujeto, mediante la comunicación, los hábitos, las costumbres y tradiciones, así como en determinados tipos de actuaciones y actividades previstas con fines determinados.

4. El 14 de marzo de 1892, Martí fundó el periódico Patria a fin de intensificar la campaña de propaganda revolucionaria a favor de la independencia. El número se abre con un artículo de fondo bajo el título “Nuestras ideas”, que constituye una declaración de principios con relación al sentir patrio. Allí afirma el Héroe Nacional:

El patriotismo es censurable cuando se le invoca para impedir la amistad entre todos los hombres de buena fe del universo, que ven crecer el mal innecesario, y le procuran honradamente alivio. El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres. Apena ver insistir en sus propios derechos a quien se niega a luchar por el derecho ajeno. Apena ver a hermanos de nuestro corazón negándose, por defender aspiraciones pecuniarias, a defender la aspiración primera de la dignidad… (Martí, 1975: I, 320).

De inicio, Martí se refiere a la imprescindible necesidad de la solidaridad cuando se trata del problema patrio. De hecho el periódico que funda está defendiendo la necesidad de la libertad no solo de Cuba, sino también de Puerto Rico, y, como sabremos después por la carta última a Manuel Mercado, de todo el sur del continente. Porque se trata de una “obra de amor y fundación, que debe echar raíces en todas las buenas entrañas” (Martí, 1975. I, 423). Porque: “Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico” (Martí, 1975: I, 315).

El hondo sentido de la responsabilidad y la honestidad imprescindibles se enuncian con relación a la preparación de la guerra necesaria y sin odios que llevarán adelante los patriotas cubanos:

La simple creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la guerra probable. Los fuertes prevén: los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz (Martí, 1975: I, 316).

Se aspira a tener, durante y después de la guerra, una “patria, valiente, honrada y libre” (Martí, 1975: I, 125), en que la honestidad de todo hombre obligue a honrarla con su conducta privada, tanto como con la pública (cf. Martí, 1975. I, 181). A fin de cuentas   “Honrar, honra” (Martí, 1975: I, 139).

Mientras no se inicie la guerra, ¿qué hacen los héroes, esa “milicia que no pone, como otras, la gloria militar por encima de la patria”?: ara en los campos, cuenta en los bancos, enseña en los colegios, comercia en las tiendas, trabaja en los talleres y aguardan “a la generación que ha de emularlos” (cf. Martí, 1975: I, 318). No hay honestidad, responsabilidad, laboriosidad, sin solidaridad: “[…] cuanto nos reúna y nos enseñe reunidos, eso es nuestro” (Martí, 1975: I, 323).

Por otra parte, en su artículo “La República Española ante la Revolución Cubana”, ha definido Martí:

Patria no es más que el conjunto de condiciones en que pueden vivir satisfechos el decoro y el bienestar de los hijos de un país. No es patria el amor irracional a un rincón de la tierra porque nacimos en él; ni el odio ciego a otro país, acaso tan infortunado como culpable. Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas (Martí, 1975: I, 93).

Eduardo Torres-Cuevas ha escrito en su libro En busca de la cubanidad:

Para Martí el concepto de cubano no era mestizo sino multicolor. Cubano implicaba un concepto “de unión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”; un concepto universal porque en lo cubano cabía hasta el nacido en España con la única condición de amar y trabajar por Cuba. Para él, cubano era más que blanco, más que negro, más que mestizo. La patria, por ende, “es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de patria,  ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad en la porción de ella que tiene más cerca”.(Torres-Cuevas, 2006: II, 299 y 300).

En las Bases del Partido Revolucionario Cubano, honestidad, responsabilidad y laboriosidad quedan implícitas cuando, al caracterizar a pueblo que se aspira,   se propone “[…] fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud” (Martí, 1975: I, 280). Se trata de defender a un pueblo “que se resiste a corromperse y desordenarse en la miseria”.

Indudablemente, hay otros elementos, más allá de los cuatro a considerar en este trabajo, que se instituyen con fuerza dentro de un concepto de patriotismo en José Martí, como lo es sin dudas su alarma ante el peligro que comportan los Estados Unidos para los países del Bravo a la Patagonia, o su desasosiego ante la discriminación racial; pero de lo que se trata es de partir de una propuesta que permita dar salida a aquellos valores que la dirigencia máxima del país ha planteado como imprescindibles para superar la crisis  actual, sin desconocer la pertinencia de otros.  

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