CAMAGÜEY.- Tenía la voz de trueno, desbordada la pasión del periodismo en la mente y en el corazón, y andaba al galope y con la adarga en el brazo como un caballero medieval listo para el combate.

Era sanguíneo, de fortísimo carácter, explosivo, detestaba la adulación y defendía sus criterios a capa y espada.

Fumaba tanto que parecía coronado por las volutas de humo y su risa resultaba tan estentórea como la voz.

El camagüeyano Rolando Ramírez Hernández murió físicamente en 1998, tras dedicar más de dos terceras partes de su vida al trabajo en la prensa, una vertiente que disfrutó hechizado por ese privilegio de narrar la historia de cada día, y entregársela al pueblo en una encrucijada de sabio olfato para detectar los hechos noticiosos y la fértil escritura.

Procedente de una familia humilde, también fue oficinista, limpiabotas y fregador de autos, para zurcir sus bolsillos enflaquecidos.

Inició el ejercicio periodístico en 1956 en la ya desaparecida emisora local Radio Legendario, y esa premisa lo llevó después a Radio Cadena Agramonte y a los periódicos Adelante (del cual fue director, entre otros cargos), Hoy, Granma, y a Radio Reloj.

Su último trabajo fue el de jefe-fundador de la oficina camagüeyana de la Agencia de Información Nacional (actualmente Agencia Cubana de Noticias, ACN), la primera corresponsalía de ese órgano, creada en 1974, y en la cual durante varios meses laboró solo.

Ramírez nunca ejerció el magisterio pero enseñaba a sus subordinados en una escuela diaria que por encima de los programas académicos borbotaba con sabiduría las experiencias de la práctica, la cual es el criterio de la verdad.

En 1976 llegué a la corresponsalía, donde permanecí 42 años, y lo recuerdo no solo en sus diáfanas orientaciones para encontrar con olfato detectivesco los materiales periodísticos, sino también en su maestría para corregir las pifias del colectivo.

Una de sus decisiones para que mejoráramos la forma y el contenido fue exhibir en un mural las cuartillas corregidas con el temible lápiz rojo, y algunas de las cuales, con tantas observaciones, parecían pinturas surrealistas.

A nosotros, todos mucho más jóvenes que él, no nos gustó ese método de exhibir las pifias y a las cuartillas emborronadas las denominamos dazibaos, nombre de unos carteles con criterios populares que los chinos exponían públicamente.

Ramírez fue miembro del Movimiento 26 de Julio, laboró en las direcciones de la Campaña de Alfabetización, presidió el Comité Provincial de Solidaridad con Vietnam, Cambodia y Laos, y la Unión de Periodistas de Cuba en Camagüey (UPEC), entre otras funciones públicas.

En honor a su memoria, lleva su nombre el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida, máximo galardón de la UPEC en el territorio.

Recibió, entre otros reconocimientos, la distinción Por la Cultura Nacional, y las medallas Combatiente de la Lucha Clandestina, 30 Aniversario de las FAR, Félix Elmuza, Raúl Gómez García, de la Alfabetización, 28 de Septiembre, y de la Amistad (otorgada por la República Socialista de Vietnam).

Culto, gran conversador y amante de la lectura, siempre estaba excelentemente peinado.

Amado de la Rosa, entonces corresponsal de Juventud Rebelde, le puso el mote de Kilo Plástic, a causa de los peines con esa marca.

Una mañana, mientras compartíamos la habitación en el habanero Hotel Tritón, sede de hospedaje de delegados a un congreso de la UPEC, me levanté antes que Ramírez y lo vi amanecer peinado.

Entonces comprobé que Rolando Ramírez no solo era un periodista sagaz, sino también el hombre que nunca se despeinaba.

Reynaldo Varona - 11 March 22 6:45PM Denunciar
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Excelente crónica. Gracias por recordarlo.

Bárbara Suárez - 09 March 21 8:50AM Denunciar
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Gracias, Adolfo Silva, por estos recuerdos de Ramírez. También fui su alumna en la AIN y mucho agradezco a aquellas cuartillas marcadas con el lápiz bicolor (rojo y azul) que usaba para las correcciones. En mi etapa ya no las ponía en el mural, pero yo las guardaba para aprender de los errores, algo que tanta falta hace hoy, cuando todo se corrige directamente en la computadora. Aquel "vuélvelo a hacer" de Ramírez, al entregarte la cuartilla marcada, era la mejor clase práctica de Gramática y Redacción, sobre todo porque podías preguntarle y te explicaba cada detalle de su corrección; no había capricho en sus señalamientos y sí mucha sapiencia. En su honor, el premio provincial de Periodismo a la obra de la vida se denomina Rolando Ramírez Hernández.