Quien dude de la grandeza del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia puede apelar a la valoración hecha sobre él por Gonzalo de Quesada Aróstegui, fundador junto a José Martí, del Partido Revolucionario Cubano.

“De Serafín Sánchez, afirmó Gonzalo de Quesada, se puede decir lo de pocos cubanos: fue, es y será un servidor leal de su patria. No hay elogio comparable á éste, ni satisfacción más grande que poder mostrar á los cansados de ayer, á los descreídos de hoy y á los indiferentes de mañana, este ejemplo vivo de un hombre que no sabe lo que es ceder, de un militar que reúne todas las cualidades bellas del soldado…”

Y si a pesar de esa valoración, alguien tuviera aún la incertidumbre de quién fue este guerrero espirituano, nadie mejor que el Héroe Nacional, José Martí, para desterrar cualquier inseguridad al calificar su actuación.

“De sólidos méritos y limpio corazón (…) el valiente y sensato cubano Serafín Sánchez. De soldado se anduvo toda Cuba, y adquirió gloria justa y grande. Es persona de discreción y de manejo de hombres, de honradez absoluta y de reserva, y (…) tiene de columna hasta la estatura”, así lo describió el más universal de los cubanos.

Ese gran prócer, nacido en Sancti Spíritus el jueves dos de julio de 1846, con apenas 22 años de edad se alzó al frente de 45 hombres armados de escopetas el seis de febrero de 1869 en la finca Los Hondones, de la zona de Bellamota, en la demarcación espirituana.

La asombrosa hoja de sus servicios a la Revolución dejó para la historia más de 120 combates durante los casi 12 años que permaneció en la manigua redentora. También atesoró unos 11 años en la emigración durante la llamada Tregua Fecunda (1878-1895), en los cuales tuvo una ferviente actividad para organizar la Guerra del 95, junto a varios patriotas.

Sus hazañas en la contienda bélica, algunas marcadas con heridas en el cuerpo, le permitieron transitar desde la categoría de teniente hasta la de Mayor General.

A las excepcionales cualidades de combatiente se le unieron las de su magisterio, al enseñar a leer y escribir en los campamentos insurrectos a campesinos y esclavos liberados como Quirino Amézaga.

También se destacó por una gran sensibilidad humana, la que se puso de manifiesto en muchas ocasiones, y entre las que descuella su actitud ante la epidemia de cólera desatada en la tropa de la que formaba parte durante una marcha en la jurisdicción de Camagüey.

El general Ángel Castillo, jefe de aquellas fuerzas maltrechas por la enfermedad, decidió abandonar el campamento instalado en la finca Los Guanales y diseminar a sus hombres en el territorio camagüeyano para cortar el contagioso mal, pero antes pidió voluntarios para quedarse en el lugar dando sepultura a los cadáveres y cuidando a otros moribundos.

Entre los escasos hombres que dieron el paso al frente ante la súplica del jefe mambí estaba el joven Serafín, quien con 23 años de edad sabía que en aquel cementerio maldito corría el riesgo inminente de caer olvidado y sin gloria, víctima del cólera.

Según se cuenta en la historia, el 29 de diciembre de 1895 fue un día de cruento enfrentamiento entre fuerzas españolas y tropas mambisas en las cercanías del poblado de Calimete, en la provincia de Matanzas.

La columna invasora, bajo las órdenes de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo habían detectado en las primeras horas de la mañana al enemigo, que en número inferior de hombres pero superior en poder de fuego, inició el choque.

El combate se arreció de inmediato y un general mambí -enardecido- desafiaba el peligro. Al poco rato los cubanos se retiraron para reorganizarse y de nuevo se lanzaron a la feroz lucha machete en mano; la sangre de jinetes y caballos corría en el campo de batalla.

Otra vez el general del Ejército Libertador ordenó la segunda carga al machete, y al frente de la caballería peleaba con bravura, pero los cubanos no lograron su objetivo. Sin embargo Serafín no se daba por vencido, por lo que reagrupó a sus hombres para intentar de nuevo el ataque.

Solo el razonamiento y la persuasión del general Gómez evitaron la muerte del insigne espirituano que en muchas ocasiones demostró su arrojo en las tres guerras por la independencia de Cuba en el siglo XIX.

Fue en la tarde del miércoles 18 de noviembre de 1896 cuando libró su último combate; una bala homicida salida de un Máuser de las tropas españolas lo atravesó del hombro derecho al izquierdo, de su boca salía sangre y a los pocos segundos expiró. Había dejado de existir uno de los hombres más grandes de las epopeyas mambisas.

Gonzalo de Quesada también expresó sobre este paladín:

“Siéntanse pequeños los mismos que fueron grandes ante este cubano que no ha envainado la espada, sino que está dispuesto como siempre, como lo estuvo en el 68, á combatir por la libertad; levántense á la altura de este jefe, que en once años de pelea contribuyó á la gloria patria, y que no creyó su deber concluido á la primera oportunidad con sus padecimientos y sus penas…”