Juan Gualberto Gómez, hijo de esclavos nacido el 12 de julio de 1854, brilla en la historia cubana con el extraordinario mérito de haber sido un patricio de la lucha por la independencia y ganado la confianza de José Martí, quien lo designó el hombre que en Cuba se encargaría de los preparativos de la Guerra Necesaria iniciada el 24 de febrero de 1895.

Y es que el niño Juan Gualberto, aunque había nacido libre por el sacrificio de sus padres, quienes compraron su derecho a la libertad desde que estaba en el vientre materno, vio la luz en el ingenio azucarero Vellocino, en la actual provincia de Matanzas.

Quiso la suerte que la dueña fuera una persona humanitaria, la cual sentía un gran cariño por el avispado pequeño y sus honrados padres.

Pagó en Matanzas sus estudios primarios y luego los llevó consigo a vivir en la capital, donde se encargó de que el infante siguiera instruyéndose en los colegios accesibles a los de piel negra.

En 1869, después del comienzo de la primera guerra emancipadora, el 10 de octubre de 1868, la familia que los protegía decidió marchar a París, temerosa del avance hacia occidente de la insurgencia cubana.

En la Ciudad Luz quedó estudiando el adolescente Juan Gualberto, quien alternaba cursos académicos nocturnos con el aprendizaje del oficio de carruajería de día.

El joven cubano aprovechó muy bien el tiempo, pues perseguía forjarse una cultura sólida, principista, que bebía de las mejores y más elevadas fuentes universales.

Ya en 1878, de regreso a la isla natal, coincide con José Martí en un viaje que el futuro Apóstol de la independencia cubana hacía de incógnito, pues vivía en el extranjero como desterrado. La simpatía y la avenencia entre Pepe Martí y Juan Gualberto fue rápida y desde entonces sus vidas tuvieron una relación que se estrechó cada vez más.

Por el año en que se conocieron la Guerra de los 10 años había finalizado con el innoble Pacto del Zanjón, al que se opusieron patriotas de la talla de Antonio Maceo y muchos seguidores, mediante la Protesta de Baraguá. Al año siguiente, Juan Gualberto, identificado de lleno con lo mejor del pensamiento patriótico, fue deportado a España al descubrirse sus vínculos con los conspiradores de la GuerraChiquita.

Pudo regresar en 1890. Luego, estrechó sus lazos con el Maestro, quien desde el exilio, organizaba con abnegación la última campaña liberadora.
Pese a los esfuerzos de Juan Gualberto en toda Cuba y en el occidente, el alzamiento del 24 de febrero de 1895 en Matanzas resultó un fracaso. No así en el Oriente, donde operaba con las últimas fuerzas físicas el grande Guillermón Moncada. Por esa razón, Juan Gualberto vuelve a caer prisionero y fue deportado nuevamente a Francia.

Al fin de la dominación española en 1898, pasó a Estados Unidos, donde cooperó con el Partido Revolucionario Cubano y en ese mismo año regresó a la Patria ya de manera definitiva.

Después de la intervención estadounidense que frustró la independencia cubana, su prestigio innegable hizo que lo eligieran delegado a la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana, abierta el 24 de octubre de 1898.

El 15 de septiembre de 1900 resultó electo delegado, por Oriente, a la Asamblea Constituyente, en la cual combatió a la Enmienda Platt.

Parejamente, encontraba tiempo y aliento para ejercer el periodismo militante que lo caracterizó, fue un incansable organizador de campañas a favor de los derechos de sus hermanos de piel negra y de los mestizos. También era conocido como afilado y culto orador político a favor de toda causa justa.

Al morir en La Habana el cinco de marzo de 1933, Juan Gualberto se había forjado no solo como combatiente por la libertad de la Patria, sino también como defensor de los derechos de negros y mestizos, y luchador anti imperialista.

El ejemplar patriota, defensor de los derechos de los más oprimidos, fue un ferviente martiano que también quería realizar el ideal de una república “con todos y para el bien de todos”, por eso se pronunció contrario a la formación sectaria de partidos de negros. Entendía el valor incuestionable de la unidad de todos los cubanos, como lo preconizó el Apóstol.