CAMAGÜEY.- “Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.

“Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer”.

Las históricas palabras por sí solas evidencian la naturaleza de la autora, pero es válido que en ocasión de su aniversario 150, este 14 de abril, se tengan en cuenta dos elementos fundamentales: cómo se traza el camino que llevó a Ana Betancourt Agramonte hasta Guáimaro, y lo que verdaderamente sucedió en esa ocasión.

Esta camagüeyana, nacida el 14 de enero de 1833, educada para ocuparse de labores domésticas, como ocurría en la época, tuvo la suerte de contraer matrimonio con Ignacio Mora de la Pera en 1854. Él le enseña inglés y francés, le despierta el interés por la lectura, la invita a redactar con él las pruebas de los artículos que publica en los diarios locales, al punto de que Ana llega a corregirle sobre un elemento mal hilvanado o una frase inoportuna.

Se identifican plenamente con el movimiento independentista. Al estallar la Guerra de 1868, Ignacio Mora —uno de los que está en Las Clavellinas el 4 de noviembre— advierte a la esposa del peligro que correrá en lo adelante. Ella pide: “Úneme a tu destino, empléame en algo, pues como tú, deseo consagrarle mi vida a mi Patria”. Y así fue desde entonces.

Por el momento, Ana quedó en su casa de la calle Mayor, recibe y remite comunicaciones al campo insurrecto, almacena armas y pertrechos de guerra, hospeda a emisarios de otras provincias, escribe proclamas que se distribuyen entre las tropas y en la propia ciudad, hasta que a finales de noviembre se dicta en su contra una orden de detención. La Matilde, propiedad de la familia Simoni, es su escondite provisional, y luego se refugia en Imías, en compañía de su prima, la patriota Concha Agramonte.

En abril de 1869, Guáimaro —en poder de los insurrectos y distante del eje de operaciones militares— es seleccionado para la asamblea que dirigiría el destino político y militar de la guerra y lograría la unidad de las fuerzas revolucionarias. El 10 de abril de 1869 se aprueba la Constitución de la República de Cuba en Armas, y dos días después, en acto solemne, Carlos Manuel de Céspedes es investido como Presidente. Ana e Ignacio asisten al histórico momento.

Indistintamente se dice que Ana Betancourt proclama el derecho de la mujer en la Asamblea de Guáimaro, o que Ignacio Agramonte leyó una nota que ella le pasara con el citado discurso, entre otras variantes. Siempre he suscrito a su biógrafa, Nidia Sarabia, escritora y periodista, cita, de una de las tantas cartas que la patriota escribió a su sobrino Gonzalo de Quesada, desde el destierro en Madrid: “…por la noche hablé en un meeting: pocas palabras que se perdieron en el atronador ruido de los aplausos…”.

Martí, al describir el acontecimiento en El 10 de abril, apuntó: “Al caer la noche, cuando el entusiasmo no cabe en las casas, en la plaza es la cita, y una mesa la tribuna: todo es amor y fuerza la palabra (...) en el noble tumulto, una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que de la mujer cubana”.

Muy pocos reconocen en Ana Betancourt el ejercicio del periodismo. Con posterioridad a los días de Guáimaro de 1869, debido a su estado de salud Mora no pudo continuar en la guerrilla y juntos se quedan a vivir en la localidad, desde donde editan el periódico El Mambí hasta el incendio del poblado, un mes después de la Asamblea, tarea que no detienen en plena manigua hasta que en 1871 son sorprendidos. Ella escapa y comienza su azaroso destierro.

Ana Betancourt no era remisa al movimiento feminista que comenzaba en Europa y los Estados Unidos, y según investigaciones en torno al tema, su caso resulta vanguardia continental. Para la fecha de la Asamblea, Clara Zetkin tenía 12 años. Las norteamericanas, inglesas y francesas comenzaron a abogar por sus derechos entre 1868 y 1871. No resulta extraño que, según se dice, apuntara Céspedes: “Una mujer, adelantándose a su siglo, pidió en Cuba la emancipación de la mujer”.