Este 25 de febrero se cumplen 166 años de la muerte, a los 64 años, del padre Félix Varela, uno de los cubanos más extraordinarios de todos los tiempos, con brillo remarcado por sus notables aportes a la pedagogía,el sacerdocio, la ciencia, la política y la escritura.

El colonialismo español obligó a ese hombre piadoso y honrado, además, a vivir en el exilio durante gran parte de su vida. Falleció en San Agustín de la Florida, Estados Unidos, durante una de sus visitas habituales a ese punto del país norteño, adonde acudía en busca de un clima favorecedor de su precario estado de salud.

Había nacido en La Habana el 20 de noviembre de 1788 este hombre que fue más allá de ser el tradicional pensador contemplativo o el cura de un confesionario.

Y por paradójico que parezca tal vez, su afán por los estudios profundos y su búsqueda de la verdad no solo mediante el ruego, sino también con la experimentación y la investigación científica, lo llevaron a elegir la carrera religiosa y no la militar, como había decidido su padre.

Lejos de métodos disciplinarios absolutos y del constante ejercicio físico, podría dedicarse como la mítica Sor Juana quiso una vez, a las disquisiciones filosóficas y de otra índole, como lo hizo, con mayor libertad y profundidad.

En resumen, pudo ser maestro , sacerdote, escritor, filósofo y político. Y su pensamiento estaba entre los más brillantes de su época. Como dijimos, también la praxis era inherente a su vida y oficio. Sin rupturas y contradicciones excluyentes, en él se aunaban elementos que hubieran

parecido irreconciliables para una mentalidad común.

Aportó luces a la pedagogía cubana, al igual que su maestro José Agustín Caballero. Pero fue más lejos que su antecesor porque era más innovador.

Hoy se sabe que resultó ser precursor en la formación de la conciencia de la identidad cubana, y pensadores consideran que sentó las bases del pensamiento patriótico e independentista que cristalizó y actuó en la segunda mitad del siglo XIX.

La práctica consecuente de la teología y de su auténtica devoción religiosa no le impideron realizar un fascinante e inusual cúmulo de experimentos en ramas como la física y la química, en prácticas sanitarias de la epidemiología, en pañales en aquella época.

Estuvo en el epicentro de importantes sucesos de su medio y su tiempo, en los cuales se implicó con el corazón. Es verdad que esto amenazó su estabilidad y su existencia, pero dio una gran riqueza moral a su trayectoria vital y enjundia a sus vastos conocimientos.

A los 19 años se graduó en la Universidad de La Habana, luego de llevar estudios paralelos desde los 14 años también en el Real y Conciliar Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Ya sacerdote a los 23 años, a los 24 es designado como profesor de Filosofía, Física y Ética en el Seminario, donde instala el primer laboratorio de Física y Química de la Isla.

No esperó mucho para revolucionar, literalmente, los métodos de enseñanza desde las aulas de ese centro. Impartía clases en idioma español, aun cuando era experto en el latín y se empeñó en cambiar el aprendizaje memorístico, en pleno auge en la escolástica de entonces, por el método deductivo, el razonamiento y el conocimiento profundo.

Fundó la primera Sociedad Filarmónica de La Habana, ingresó y trabajó en la Sociedad Económica de Amigos del País. Escribió obras de teatro presentadas en escenarios habaneros y redactó libros de textos para estudiantes de Filosofía.

Incluso, más adelante, en Estados Unidos, inventa y patenta un equipo para aliviar las crisis de asma. El 18 de enero de 1821, el Padre Varela inaugura en el Seminario de San Carlos, la primera Cátedra de Derecho de América Latina.

Era tal la influencia de este maestro genial que testimonios de la época dieron fe de que los jóvenes de La Habana se apiñaban en puertas y ventanas del recinto donde él impartía clases. Por vez primera en la ínsula se conocía de materias sobre la legalidad, la responsabilidad civil y el freno del poder absoluto, sobre libertad y derechos del hombre.

Algo que muchos han considerado clave en la formación del futuro ideal independentista de los patricios cubanos y de la conciencia nacional.

En 1822 fue electo Diputado a las Cortes Españolas, lo cual cumplió en Madrid, junto a otras personalidades.

Fue el tiempo de su petición a la Corona de un gobierno económico y político para las Provincias de Ultramar, la solicitud de reconocimiento a la independencia de Hispanoamérica y sus escritos sobre la necesidad de abolir la esclavitud de los negros en la isla de Cuba, atendiendo a los intereses de sus propietarios, que no llegó a presentar a las Cortes.

Con la implantación del absolutismo de Fernando VII, debió refugiarse en Gibraltar, pues sobre él pesaba una condena a muerte, ganada por su posición de avanzada.

Luego viaja a EE.UU., donde había vivido y estudiado en su niñez, al abrigo de su abuelo, y donde se afirma nació su vocación religiosa.

En 1837 deviene nombrado vicario general de Nueva York y en 1841 le confieren el grado de doctor en la facultad de Teología del Seminario de Santa María, de Baltimore.