Imagen: Tomada de cubatv.icrt.cuImagen: Tomada de cubatv.icrt.cuCuentan que a los tres años de edad, Rubén Martínez Villena viajaba junto a su padre en un tren al que subió Máximo Gómez. El Generalísimo, impactado por la mirada de aquel niño, tuvo una premonición y se la dijo: “Tu vida tendrá luz plena de mediodía”.

Años después, convertido en un hombre con rostro de poeta decimonónico –de hecho era un gran poeta- y mirada oceánica, el pequeño del tren se había transformado en un bravío combatiente por la justicia social que dirigió, casi agonizante y con sus últimas fuerzas, la huelga general y la marea revolucionaria que derribaron al tirano Gerardo Machado el 12 de agosto de 1933.

Rubén Martínez Villena nació en la localidad de Alquízar, relativamente cercana a La Habana, el 20 de diciembre de 1899. Desde los 11 años empezó a versificar, aunque sus descollantes cualidades poéticas se dieron a conocer en su etapa de estudiante universitario.

La familia se trasladó a la capital en 1905 y allí su vida transcurrió con modestia, primero en Guanabacoa; y luego en el Cerro, pero estimulado por una refinada y sólida formación cultural de la que se ocupaba sobre todo su madre.

A partir de 1920 varias revistas habaneras comienzan a publicar sus poemas de estilo romántico, que abordaban con vehemencia el amor y la filosofía, con admirable dominio del idioma y la versificación.

Era ya un bardo de prestigio reconocido a los 21 años, aunque en rigor nunca llegó a publicar un libro suyo. Sus amigos y compañeros se encargaron de hacerlo después de su muerte, en 1937.

En 1922 se graduó de doctor en Civil y Público con excelentes notas y empezó a trabajar en el Bufete del sabio y antropólogo cubano Fernando Ortiz, de quien llegó a ser secretario particular.

Esa circunstancia resultó decisiva para el ensanchamiento y fortalecimiento de sus ideas. Su vocación de justicia y sensibilidad humana se convirtió desde ese tiempo, debido a los intelectuales y otras personas que conoció, en ideario político y en fuertes convicciones que lo hicieron pasar rápidamente de la poesía al combate, a la acción y beligerancia revolucionaria más consecuente.

En 1923 Villena fue el líder de la llamada Protesta de los 13, realizada por un grupo de jóvenes valientes el 18 de marzo de 1923, durante una ceremonia de la Academia de Ciencias, contra un escandaloso acto de corrupción durante del gobierno de Alfredo Zayas.

Encarcelado ese día por desacato y ofensa, desde la cárcel compuso el Mensaje Lírico Civil. El mismo poema patriótico cuyos versos más encendidos fueron recordados por el líder de la Revolución, Fidel Castro, el 26 de julio de 1973. Allí se reconoció a Villena como uno de los protagonistas de la única Revolución cubana desde Demajagua.

Fidel, en el emocionante final de su discurso le dijo: “El 26 de Julio era la carga que tú pedías”. Algo inolvidable.

El 1927 fue un año muy importante para Rubén, pues en este se incorporó al Partido Comunista de Cuba, fundado dos años antes por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño.

En ese periodo también pronunció las palabras donde expresaba que destrozaba y no le importaban sus versos, pues significaban para él lo que la justicia social representaba para la mayoría de los escritores de entonces. Fue resultado de una polémica con Jorge Mañach.

Era su primera forma de hacer la poesía la que abandonaba, por suerte. Se conocen dos sonetos publicados por él después de ese suceso, aunque están poco divulgados. Era imposible que un hombre cuya vida propia era un hermoso acto de poesía abandonara algo que era esencial en su existir.

Le dijo por entonces a Raúl Roa, compañero de juventud, que cada vez amaba más la belleza, pero para él la belleza sin pan y sin justicia no valía la pena, la sentía como un remordimiento. La prioridad en su vida la tendría en lo adelante la entrega a la lucha por los derechos de los humildes.

Poco después su salud comienza a dar signos de quebrantos. Siempre fue delgado, de apariencia corporal frágil, pero ahora comienza a tener crisis de la enfermedad que lo llevaría tempranamente a la tumba: la tuberculosis pulmonar.

Sin embargo, ello no detiene ni aminora su actividad revolucionaria. Constantemente se ve obligado a cambiar de residencia para no caer en manos de las fuerzas represivas de Machado.

Participó en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, por invitación de Mella, y posteriormente en la fundación de la Universidad Popular José Martí, en la que devino profesor y activista. Fue abogado defensor de Mella cuando resultó encarcelado por Zayas y luego por el tirano Gerardo Machado.

Tras la muerte de Julio Antonio Mella, en 1929, por acuerdo del Comité Central se convirtió en el principal y más activo dirigente del Partido, desarrollando una ardua labor a pesar de estar afectado de forma aguda por el mal, que le había dado una grave crisis ya en 1927.

Dirigió en marzo de 1930 una huelga general que paralizó el país por 24 horas, ya como dirigente de la Confederación Nacional de Obreros de Cuba. Al incrementarse la persecución del machadato debe salir al exterior y viaja a Rusia, donde se le ofrece tratamiento para aliviar su dolencia. De allí sale más tarde con el veredicto de que la dolencia no tenía cura y sabía que le quedaba poco tiempo de vida.

Al saber lo irremediable, volvió a Cuba para entregar sus últimos aportes a la causa revolucionaria. Organizó y dirigió la huelga general revolucionaria, que derrocó a Machado casi con los tormentos de la agonía.

Asiste en diciembre a su última reunión antes de ser recluido en el Sanatorio La Esperanza, donde falleció el 16 de enero de 1934. “Mi vida, una semilla en un surco de mármol”, había dicho el Rubén adolescente en un poema romántico. Raúl Roa, con devoción, puso ahí la expresión más certera: “Su vida, una semilla en un surco de fuego”.