Van a cumplirse 120 años del fallecimiento, debido a una fulminante pulmonía, del general de las tres guerras de independencia, Calixto García Iñiguez, ocurrido el 11 de diciembre 1898, en Washington,  adonde había acudido para reclamar el reconocimiento del Ejército Libertador, vejado y negado por la intervención norteamericana en la Isla.

Una enfermedad inesperada, breve, traída por los azares de la vida, derribó al bravo e inmenso estratega, conocido, además, como el León holguinero.

Martí lo llamó “el hombre de la estrella en la frente”, aludiendo a sus méritos como combatiente y patriota y, sin dudas, a la marca que dejara en su frontal la salida de un proyectil con el que intentó suicidarse en 1874, para no caer vivo en manos del enemigo.

Había nacido el cuatro de agosto de 1839 en la ciudad de Holguín, y pronto debió dedicarse a aprender faenas de la actividad del comercio, al tiempo que se superaba de manera autodidacta, con el sueño de hacer carrera universitaria, primero en Bayamo, luego en La Habana, y finalmente en Jiguaní, en el Oriente. No pudo alcanzar ese sueño.

En Jiguaní se encargó de un tejar perteneciente a su madre, Lucía Iñiguez, y se casó muy joven con Isabel Vélez, con quien formó una familia de seis vástagos. También administraba las cuentas de un terrateniente lugareño, cuando estalló la primera guerra de independencia.

Enseguida comenzó a destacarse, primero al mando del general Donato Mármol desde el 13 de octubre de 1868, fecha de su incorporación.

Pronto, ya integrante del Estado Mayor del mismísimo general Máximo Gómez, a quien llegó a sustituir más adelante, por su valentía y la pericia que mostraba como estratega militar. Y por sus logros innegables.

Los conocimientos militares de que hizo gala desde entonces y en todas las campañas en las que se alistó, los adquirió de forma autodidacta. Y eran muchos y muy técnicos incluso.

Fue el general que mayor empleo llegó a hacer de la artillería, planificaba eficazmente el asedio y toma de comunidades y ciudades; así los asaltos de columnas enemigas. Participó en la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la Guerra Necesaria.

Bajo el mando del mayor general Máximo Gómez, luchaba con el grado de general de brigada y se convirtió en jefe del estado mayor del Generalísimo

cuando éste era jefe de la División holguinera. No disponemos de espacio para enumerar sus cuantiosas batallas, pero su evolución da medida de su talla como combatiente. No fue menor su aporte en lo moral.

Sustituyó al Generalísimo cuando este fue a ocupar otros cargos, en la jefatura de la División Cuba, que abarcaba los distritos de Baracoa, Guantánamo, Santiago de Cuba y El Cobre, manteniendo el mando de la División de Holguín.

En 1873 estuvo entre los que respaldó la deposición de Carlos Manuel de Céspedes, como presidente de la República en Armas.

Luego pasó a dirigir la guerra en toda la provincia de Oriente. Tras múltiples batallas durante 1873 y 1874, marchó al frente de mil 200 hombres hacia Camagüey. Con el acuerdo de realizar la invasión a Las Villas, regresó a Oriente en marzo, y tuvo que sofocar el motín provocado por el teniente coronel Payito León, en Las Tunas.

En septiembre de 1874, el enemigo logró cercarlo en San Antonio de Baja, próximo a Bayamo. Prefirió morir por su propia mano antes de caer en manos de los españoles y se disparó debajo de la barbilla. No consiguió su fin: la bala salió por la frente, dejando una marca para siempre por la salida del proyectil.

Muy grave, fue hecho prisionero y enviado a cárceles españolas, donde permaneció cuatro años. Con el Pacto del Zanjón, ocurrido el 10 de febrero de 1878, fue puesto en libertad en ese propio año.

Marchó a Nueva York con el propósito de preparar una nueva guerra.

Allí presidió el Comité Revolucionario Cubano que alistó la llamada Guerra Chiquita. Tras intentos abortados, desembarcó por la Playa Cojímar, al oeste de Santiago de Cuba, el siete de mayo.

Enfermó y viendo que no existían condiciones para la lucha, capituló el tres de agosto en Mabay, cerca de Bayamo. Fue deportado a España, donde residió hasta que comenzó la Guerra del 95, cuando se trasladó a Nueva York.

Tras el estallido de la Guerra Necesaria convocada por José Martí, solo logró desembarcar nuevamente en su amada isla el 24 de marzo de 1896, al frente de 78 expedicionarios, por Maraví, a 10 kilómetros al noroeste de Baracoa.

También fue meteórico y descollante su aporte como eficaz jefe militar. Tras la caída del mayor general Antonio Maceo el siete de diciembre de 1896, fue nombrado Lugarteniente General del Ejército Libertador, manteniendo el cargo de jefe del Departamento Oriental.

Estados Unidos intervino para frustrar la independencia a punto de ganar gloriosamente por los mambises. Incluso a pesar de la contribución de los cubanos en armas a la toma de Santiago de Cuba, el ejército estadounidense negó la entrada a la ciudad de las huestes del General García.

Indignado por la acción vejatoria y de fuerza, García renunció al cargo de jefe del Departamento Oriental y marchó con sus tropas hacia Jiguaní. El 17 de julio escribió una carta de protesta al jefe de las fuerzas norteamericanas, el General William Rufus Shafter. Ya había comprendido las verdaderas intenciones de los invasores del Norte.

El 13 de septiembre de 1898, el Consejo de Gobierno lo destituyó del cargo de Lugarteniente General del Ejército Libertador. Aún así días después hizo su entrada en Santiago de Cuba, donde fue objeto de un gran recibimiento popular.

Los acontecimientos propiciaron su viaje posterior a Washington con la misión de procurar el reconocimiento merecido a los verdaderos libertadores, así como los recursos financieros necesarios para el licenciamiento de los miembros de su heroico ejército. En esa misión ocurrió su lamentable deceso. Su estrella fulgura más desde aquel día.