CAMAGÜEY.- En la historia sobreviven apasionantes pasajes y anécdotas que enriquecen el acervo cultural y patriótico de Cuba.

Este aniversario 150 del Grito de Independencia de La Demajagua, ocurrido el 10 de Octubre de 1868, vale recordar a Carlos Manuel de Céspedes, precursor de esa gesta y los vínculos estrechos con El Camagüey.

Por la celebridad de liberar a sus esclavos, mostrarse abiertamente contrario a la metrópoli española y por otras razones de tipo éticas, él compendió los méritos suficientes para integrar la pléyade de patriotas que proclamaron en Guáimaro, en abril de 1869, la primera Constituyente de la República en Armas.

El escenario histórico del más oriental de los municipios camagüeyanos fue testigo de la investidura de Céspedes como presidente, pero cómo imaginar que la invitación hecha, días después por el General mambí Gonzalo de Quesada, para comer en su casa, fuera el preámbulo de un entrañable amor entre Ana, su hermana, y el insigne hacendado, frustrado solo con la muerte del patriota en San Lorenzo el 27 de febrero de 1874.

Ana de Quesada, segunda esposa de Carlos Manuel de CéspedesAna de Quesada, segunda esposa de Carlos Manuel de CéspedesAna de Quesada Loynaz, después de la muerte de la primera esposa del rico abogado, fue atraída por ese indomable hombre. Meses más tarde de la Constituyente de Guáimaro contrajeron nupcias en San Diego de Corralillo, actual territorio de Najasa.

De aquel matrimonio nació el primer hijo, a quien pondría por nombre Oscar, en honor póstumo al vástago de su esposo ultimado por las huestes españolas. Ante el ofrecimiento de su vida a cambio de sus ideas respondió: “Oscar no es mi único hijo; soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución”.

Sobrevinieron momento difíciles: el internamiento de Ana en la manigua con su niño, madre, hermanas y otras familias cubanas y la llegada de una fuerza española que los conminaría a abandonar las viviendas, reducidas a cenizas por los militares foráneos.

La inquebrantable voluntad de esta mujer no la hizo desistir del reencuentro con Céspedes, sentir el dolor por la muerte del pequeño Oscar, quien no resistió los rigores del campo insurrecto.

Describe la historia que Céspedes decidió enviar a la esposa al exilio. Ella, después de contratiempos, de caer prisionera junto al poeta Juan Clemente Zenea, en momentos de los preparativos para tomar una embarcación, logró viajar a Estados Unidos, donde nacen los gemelos Carlos Manuel de Céspedes y Quesada y Gloria de los Dolores, a quienes nunca vio.

Con dos meses de retraso conoció de su paternidad, hecho que lo entusiasmó, de modo tal que no había carta que no hablara de ellos, del deseo de estar al lado de ambos, aunque presagió que moriría sin verlos.

La vida de Ana siguió marcada por el alejamiento de su ser querido, incluso en octubre de 1873, después de la Cámara de la República en Armas deponer a Céspedes como presidente, él pidió le facilitaran un pasaporte, de manera tal, que reunido con su esposa e hijos, seguiría sirviendo a la Revolución, solicitud que fue denegada. Marchó entonces a San Lorenzo, donde encontró la muerte.

Gloria de los Dolores Céspedes Quesada, hija del Padre de la PatriaGloria de los Dolores Céspedes Quesada, hija del Padre de la PatriaEn el altar de la Patria siempre estarán Céspedes y Ana. A esta mujer desde el exilio la animó el hecho de preparar a su hijo para servir a la Patria cuando comenzara de nuevo la guerra para lograr la redención de Cuba.

La palabra empeñada la cumplió, tanto su hijo como ella formaron una expedición para volver a integrarse a las luchas revolucionarias.

Ana reconocería: “Yo pertenecía a ese grupo de jóvenes camagüeyanas que siguiendo a nuestros mayores fuimos a presenciar en Guáimaro el nacimiento de un pueblo. Esposa después del primer Presidente de la República, hube de sufrir a su lado los signos de la campaña en los más crudos años de la guerra”.

Carlos Manuel de Céspedes: La virtud revolucionaria es el título del artículo publicado el 10 de octubre del 2017 por Eusebio Leal en Cubadebate, en el que reconoce que José Martí realizó un análisis certero de aquella utopía democrática al reconocer que el Padre de la Patria no creía en una autoridad dividida.

“La unidad del mando era la salvación de la revolución; que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos. Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la Patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente. Empeñado en su objeto, rechazaba cuanto se lo detenía”.

Carlos Manuel de Céspedes (hijo)Carlos Manuel de Céspedes (hijo)Esa unidad por la que abogó Céspedes es la misma profesada por otros patriotas a lo largo de más de cien años de lucha y modelada felizmente por Fidel Castro que, al decir del Historiador de La Habana, en un acto en la capital cubana, en ocasión del primer año de la desaparición física del Líder Histórico de la Revolución, “La unidad de su pueblo fue la perla más preciosa que el Líder de la Revolución cultivó”.