CAMAGÜEY.- Transcurridos los tres primeros años de la Guerra Grande, a finales de noviembre de 1871 no son pocos los que solicitan entrevistarse con Ignacio Agramonte, para persuadirlo de abandonar la lucha.

La trayectoria militar del Héroe Epónimo del Camagüey recoge un voluminoso número de acciones de armas en las que intervino durante el período, marcado por el trascendental rescate de Sanguily, el 8 de octubre del citado año.

En la sabana de La Redonda, sin que aún se precise el día exacto, se produce el histórico encuentro en el que El Mayor atiende a la interrogante de quienes creen que la guerra está perdida.

El cuestionamiento se centraba en la falta de armas y municiones para continuar la lucha, y ya sabemos los camagüeyanos de la rotunda respuesta. ¿Con la vergüenza o con las vergüenzas? La historiografía recoge ambas expresiones indistintamente, no está definida la exactitud del singular o el plural empleado, lo que quedó a voluntad e interpretación de los escuchas y luego de quienes lo transmiten.

Podría ser la tercera acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Estimación de la propia honra o dignidad” en el caso del singular, o la octava: “órganos sexuales externos del ser humano”, para el plural, si se tiene en cuenta la decencia de la época, dadas las circunstancias en las que fuera preciso aludir a tales partes del cuerpo como análogas de valentía, como pudiera ser el caso.

Con la vergüenza o con las vergüenzas denotan que El Mayor estaba determinado a continuar luchando por la independencia de Cuba con y por los medios de fueses necesarios, no importaba cuáles, de lo que hasta ese momento había dado fe más que suficiente.

Desde los días de la Sabatina, cuando expresaba que “La justicia, la verdad, la razón, sólo pueden ser la suprema ley de la sociedad” o cuando en la reunión del Paradero de Las Minas, el 26 de noviembre de 1868 decide acabar con los cabildeos y enuncia que el único camino de Cuba para conquistar la independencia era el de las armas.

Solo una formación familiar como la que tuvo Agramonte le daban el derecho e levantar la voz como lo hizo en aquel momento, persuadir a sus compañeros para consolidar el levantamiento independentista en el territorio y, como expresara Fidel, prestar el primer servicio extraordinario a la lucha.

Podrían ser uno, diez, cientos, miles, los hombres de la guerra que en conversación martiana dijeran que Aquel era valor, y hablar de lo mucho que lo querían y de las ganas que les daban de morir por él, porque les inculcó su espíritu, su ejemplo y sus virtudes.

Sin preparación militar, pero por vergüenza o por sus vergüenzas, le demostró al enemigo su capacidad para organizar cada combate, sus dotes para lograr la disciplina, para saber ser diamante con alma de beso con sus soldados, para echarles discursos de honor y “salarlos” cuando era preciso.

Pocos como Máximo Gómez apreciaron la obra de Agramonte al asumir el mando del Camagüey luego de su trágica caída en combate: “me he encontrado un violín con muy buenas cuerdas y muy bien templado, y yo no he hecho más que pasarle la bastilla”.

De su amor por Amalia dan fe sus vibrantes cartas. ¡Cómo la quería aquel hombre!, fue notorio entre sus hombres, ¡se conocía cuando pensaba en ella; porque era cuando se paseaba muy de prisa, con las manos a la espalda, arriba y abajo!

El 11 de mayo de 1873, hace ya 145 años, cae en combate en el potrero de Jimaguayú, víctima de “…muerte gloriosa pero sombría, que llega en el momento en que el general abandona su puesto para ocupar el de soldado...”, como escribió Juan J. E. Casasús, suceso que ha trascendido en más de medio centenar de versiones, y que entre los años 2005 y 2006 fue objeto de investigación por un grupo de expertos del país y de la localidad, de lo que se derivó el libro Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú, editado por Ciencias Sociales en el 2007, cuya consulta siempre recomiendo.

Vuelan mis recuerdos a mis inicios de trabajadora-estudiante del periódico Adelante en 1972 cuando me ocupé de reportar un sinfín de talleres sobre estudios de la vida de El Mayor, desde la base hasta la provincia, en todas las organizaciones sociales con la Comisión de Activistas de Historia del Partido Comunista de Cuba al frente, de modo que fueron pocos los camagüeyanos que no estuvieron enrolados en aquellas fructíferas jornadas conmemorativas por el Centenario de su paso a la inmortalidad.

Fue entonces que Agramonte entró por mis venas, de una forma que hoy me gustaría que se impregnara igualmente en las nuevas y futuras generaciones.

Por eso me preocupa que llegada la fecha este año solo un grupo pequeño de historiadores, investigadores, profesores y estudiantes, fueran los asistentes a una cita de lujo esta semana en la que avezados estudiosos de renombre como Elda Cento, Fernando Crespo, Ricardo Muñoz, Abelino Fernández, por citar a los que considero acérrimos agramontinos, expusieron de lo mucho e interesante que conocen, y de lo imprescindible divulgar, más allá de los textos que regularmente publican.

El tema de la o las vergüenzas no trasciende por su carácter semántico, sino por lo que prevaleció en los sentimientos de nuestro Mayor, y el legado a su pueblo. Vale hoy apelar a la(s) vergüenza(s) para que en las muchas batallas que nos quedan por dar todavía honremos el gentilicio de agramontinos.