Su formación como revolucionaria comenzó desde su niñez en Media Luna, hoy provincia de Granma, donde nació el 9 de mayo de 1920. Su padre, el doctor Manuel Sánchez Silveira, en sus estancias en La Habana, la llevaba a ella y sus hermanos a la Casa Natal de Martí y les hacía palpar la escalera que conducía al piso superior. “Por ahí de niño pasó su mano el Maestro”, les decía.

En Pilón, Celia le acompañaba a las visitas a los enfermos. Entró con él en los bohíos míseros de los campesinos y trabajadores agrícolas que solo tenían empleo una tercera parte del año, donde las mujeres daban a luz en camastros de paja y los recién nacidos eran mecidos en hamacas de yute.

Pronto comprendió que las obras benéficas podían aliviar, pero nunca resolver los problemas sociales que aquejaban a Cuba. Se necesitaba una solución política y se unió a la Ortodoxia de Eduardo Chibás. Mas el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 cerró toda posibilidad electoral. Y se hizo partidaria de la lucha armada.

Los sucesos del 26 de julio de 1953 la conmocionaron como a toda la juventud de la época. En los días siguientes a la acción, fue a visitar a dos moncadistas heridos que se encontraban en la clínica de La Colonia Española, en Santiago de Cuba, y a quienes había salvado el doctor Posada de ser asesinados. La propia Celia ha relatado que para Fidel y sus compañeros presos en Isla de Pinos, hizo bonos para recoger fondos. Como no se recaudaba lo suficiente, ideó vender dulces, que hacía ella misma. “Todo el mundo le compraba —solía recordar su amiga Berta Llópiz—, desde los obreros del ingenio hasta la gente de dinero”.

Intentó reanudar los contactos con los revolucionarios presos. Fue al Príncipe (entonces una cárcel de la tiranía), aseguró en 1990 su hermana Griselda a un periodista: “Dimos los nombres cambiados y nos presentamos como familiares”. Para el futuro expedicionario del Granma, José Ponce, resultó una sorpresa aquel día de visitas: “Celia me trae cigarros y me dice: ‘En esa caja hay un mensaje’. Quería entregar una pistola a alguien nuestro de confianza... Nos siguió visitando y le escribimos incluso a Pilón”.

No más supo la salida de prisión de Fidel y sus compañeros, volvió a trasladarse a La Habana. Fue sin embargo su amiga, María Antonia Figueroa, quien contactó con el Jefe de los moncadistas. “Creo que fue Pedrito Miret quien me dijo: ‘Quiero que me acompañes al hotel San Luis a buscar una muchacha que quiere conocer a Fidel’. ‘¿Cómo se llama?’, le digo. ‘Celia Sánchez’. ‘Ay, si yo la conozco, vamos’. Pero cuando llegamos, nos dicen que se acababa de marchar para Manzanillo”.

La propia Celia testimonió en la compilación Granma rumbo a la Historia (Editorial Gente Nueva, 1983), que Manuel Eche­varría (fundador del M-26-7 en Manzanillo) “fue a Pilón porque sabía de nuestras actividades para la cuestión del Mo­vimiento 26 de Julio, ya como organización, y me pidió ir a Santiago a ver a Frank País”.

El propio Echevarría ha testimoniado que ni de Santiago ni de La Habana recibió orientación alguna para incorporarla al Movimiento. “Ferrón, dirigente de la Ortodoxia en Niquero, nos habló de ella. Fue una iniciativa nuestra ir a Pilón”.

“Conozco a Celia en 1955 —aseguraba Micaela Riera (ya fallecida), financiera del M-26-7 en Manzanillo—, Manuel Echevarría, un vecino mío y muy amigo de Frank País, fue quien la llevó a mi casa... Desde entonces hasta el 30 de noviembre (de 1956), trabajamos juntas en cosas de Revolución”.

“Ella no tuvo ningún cargo en el Movimiento y resultó que era ella quien nos organizaba a todos, sin imposiciones, daba sugerencias y nos convencía.

Pero ante todo era muy optimista, nunca he visto una persona tan optimista como ella. Una vez paseábamos frente al cuartel, a mí me da por mirar para dentro y veo los cañones, las armas, los coroneles. Y le digo: ‘¿Tú crees que nosotros, cuatro gatos y sin un quilo podemos contra toda esta gente?’.

Y ella me dijo. ‘Los tumbamos, Mica, tú verás que los tumbamos. La gente contribuye poco porque tiene miedo, pero que tumbamos a Batista, tú verás que sí’”.

Griselda solía recordar que para homenajear a Martí un 28 de enero, “ya con Fidel en México preparando el desembarco del yate Granma, mi hermana se pasó días pensando a ver qué hacía, leyendo las Obras Completas del Apóstol que había en casa.

“Al final, hizo un cartel con el pensamiento: ‘Levantad el ánimo de aquel que lo tenga cobarde. Con 30 hombres se levanta un pueblo’ y lo colgó del busto del parque de Pilón. Aquello fue tremendo cuando los batistianos, al amanecer, descubrieron el cartel”.

Manuel Echevarría confirma que Celia “desempeñó un papel fundamental durante la clandestinidad en la zona de Manzanillo, en el aseguramiento del Ejército Rebelde en sus inicios y como combatiente en la propia Sierra después, en donde prácticamente asumió la responsabilidad de jefe del Estado Mayor del Comandante en Jefe. A través de ella, circulaban todas las órdenes, las transmitía y las ejecutaba”.