Cuando se habla del General dominicano-cubano Máximo Gómez Báez resalta siempre la genialidad de quien trascendió por su impresionante historial militar en los campos de Cuba. Menos se conoce de su formación cultural, y en particular de los escritos literarios legados a la posteridad.

El médico Benigno Souza, en admirable síntesis de la capacidad del guerrero, afirmaba que, a pesar de que Gómez no había estudiado humanidades y de preocuparse poco o nada de su estilo y corrección, nadie hubiera podido escribir una carta de pésame más bella que la dirigida por él a María Cabrales, una orden del día más sentida que la dictada cuando la muerte de Maceo, una arenga más heroica y marcial que la de Lázaro López, cuando ofrece a sus mambises que los llevaría "entre el humo del incendio y el estruendo de la fusilería hasta los confines de Occidente ¡hasta donde haya una pulgada de tierra española!".

Por su parte, Diego Vicente Tejera reconocía que leía con gusto y a ratos con admiración los escritos de Máximo Gómez, pues en ellos veía "a través de la poca atildada, pero sencilla frase la imagen serena de un hombre bueno, justo, veraz, afectuoso y algo soñador", además –concluía– "como siente noble y hondamente, por la mera sinceridad de la expresión, llega a menudo a la elocuencia".

¿Cómo transcurrió la formación cultural del joven dominicano? En su adolescencia no pudo asistir al colegio San Buenaventura en su tierra natal. El plantel acogió a fervientes promotores de una corriente pedagógica continuadora del legado político de Juan Pablo Duarte, Ramón Mella, Francisco del Rosario Sánchez, entre otros exponentes abanderados del ideal republicano sobre bases independentistas y modernas. Este plantel sirvió de centro organizativo y doctrinal a una nueva generación de jóvenes que aunaron sus inquietudes patrióticas y literarias en las tertulias de la librería García o en las reuniones de la Sociedad de Amigos del País.

Gómez no estuvo al tanto de esa dinámica capitalina. Su instrucción se limitó, según sus palabras, «a la que se podía adquirir en aquel lugar y en aquellos tiempos del maestro antiguo de látigo y palmeta hasta por una sonrisa infantil». La rígida tutela materna disipaba cualquier tipo de posibilidad de estudios en la capital, mucho menos en colegios extranjeros: "El ciego cariño que mi madre me profesaba, contribuyó no poco a que mi ilustración fuese menos que mediana, pues no quería separarme de su lado". Otro sería el influjo de sus padres en la educación recibida: "En cambio mi educación fue brillante, bajo la dirección de unos padres tan honorables como severos y virtuosos".

 En ese ambiente pasó su "infantil existencia pura y campestre". Fue su maestro de primeras letras y catecismo el cura Andrés Rosón, amigo de la casa y, al decir de Gómez, hombre que, "aunque bastante instruido, era de atrasadas ideas, como ha sido siempre la gente de sotana".

 Pero ávido de conocimientos, suplió las limitaciones instructivas con la lectura en los momentos de ocio. Fueron los libros una escuela en su formación cultural. Apasionado de la lectura, entendía, y así lo declaraba, que "la instrucción como más se consigue es leyendo [...] los colegios no enseñan nada, lo que hacen es abrir el camino, como se aprende y se sabe es con los libros".

 La historia fue el refugio del guerrero en los campos de lucha. Los conocimientos mostrados llamaron la atención de intelectuales que se reunían en las tertulias organizadas en plena manigua. Uno de ellos, el Coronel italiano Orestes Ferrara, testimoniaba acerca del inesperado conocimiento revelado por el General Gómez sobre la batalla de Navarrino y las relaciones internacionales en aquel contexto: "Me parecía muy extraño que tuviera tales conocimientos".

 Posteriormente, comprendió las razones de tales avances: "… en el curso de los años pude apreciar que los hombres de esa época, aun no teniendo gran cultura habían adquirido nociones peculiares relacionadas con su existencia, dedicadas a un ideal de libertad. El General sabía cosas interesantes sobre las luchas de Polonia y de Hungría, sobre Garibaldi y las conspiraciones italianas".

 Según testimonio de su hijo Bernardo Gómez, entre las lecturas favoritas se encontraban las obras de Séneca y Víctor Hugo. En realidad Gómez sentía afición por el mundo grecolatino. Conocía y juzgaba las costumbres de sus hombres. De ahí su repudio a la actitud de Catón de Utica por darle su esposa a Hortensius, o las condenas a Cicerón, a los Borgias y a Bruto. A este último, porque al darle muerte a César "enseñó a la plebe a ser sanguinaria", y, a su juicio, no se enseñaba al pueblo a odiar la tiranía, "sino amar la libertad".

 Algunas de las obras literarias de Gómez más citadas, son El viejo Eduá o mi último asistente, Mi escolta, La odisea del general José Maceo, El porvenir de las Antillas. Otros títulos, empero, apenas son conocidos, como El sueño del guerrero, La fama y el olvido, Momentos de ocio. Diálogo entre Luisa y Adela, Francisco Gómez Toro, Las mujeres, Las tres fases de la guerra, Histórico, El porvenir de Cuba, por solo citar algunas. La extensa producción incluye, además, el extenso epistolario y esa joya documental y literaria que es su Diario de campaña.

 Era, en rigor, una suerte de fórmula en la que talento y sensibilidad se conjugaban para recoger la vida del héroe anónimo, la del simple guerrero o la del viejo asistente. El gran líder aspiraba a escribir la historia de los hombres humildes de su tropa. A veces se lamentaba: "¡Ah! yo que he mandado este ejército de valientes, bien quisiera dejar escrita la historia de cada uno de sus soldados".

 Indudablemente la vida no le podía alcanzar para semejante empresa, pero basta revisar su epistolario, artículos, cuentos y todo lo que su inteligencia legó en múltiples expresiones literarias para encontrar, en cada uno de sus personajes al hombre desconocido que como los negros Eduardo, Simón, Polo y Tacón constituyeron la representación más popular de su tropa, o como el Teniente Coronel Baldomero Rodríguez, cuya valentía en la acción de Palo Seco fue motivo suficiente de inspiración para recoger por escrito su heroicidad. La escritura para el Generalísimo no solo fue placer y cultura, sino también compromiso y responsabilidad, sobre todo cuando de la historia de Cuba se trataba: "La historia de Cuba, y sobre todo aquel brillantísimo periodo del 68, no se puede profanar relatando los sucesos de cualquier modo, impulsado por el mero deseo de escribir. No, cosas son esas respetables para nosotros –por lo menos así me lo dicta los impulsos de mi conciencia".

 Para Gómez, además del teatro fue la poesía una de sus expresiones favoritas, "indispensable para la vida culta de los pueblos". Al concluir la guerra solía acompañar a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió a las tertulias organizadas por la escritora antillana y por el pianista y profesor holandés Hubert de Blanck. Aquel "amante de la música y trovador nocturno", como lo calificara su amigo íntimo Henríquez y Carvajal, el guerrero que asombró al mundo con sus hazañas militares, dejó también a Cuba y a los cubanos páginas hermosas de profundo humanismo.

*Investigador del Instituto de Historia de Cuba