CAMAGÜEY.- Me asombró que aquella muchacha que tantas veces al día repite las mismas anécdotas se emocionara al punto de dejar escapar sus lágrimas y tener que ofrecer disculpas al auditorio que tan atentamente escuchaba. No es para menos.

La joven guía de la Casa Museo Frank País García, en Santiago de Cuba, descubrió al grupo de camagüeyanos pasajes intimistas de la vida del jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, convirtiendo al héroe en un hombre de carne y hueso, como cualquier otro de los que estaba allí parado esa mañana.

Cuenta que como Frank perdió a su padre con solo cinco años se convirtió en el guía de sus hermanos menores y en protector incondicional de su madre; por eso no le importaba —y nunca faltaron las bromas— que llegaran hasta su casa los compañeros de lucha y lo vieran con el delantal puesto en la cocina.

Mucho antes, cuando él era niño todavía, en la víspera de un Día de las Madres en que no tenían nada material que ofrecerle a aquella mujer que se las agenciaba sola para alimentar y calzar a tres descendientes, los hijos la despertaron a la media noche cantándole las melodías que habían aprendido en la iglesia en los tiempos en que su padre era pastor. Así, acompañados por los acordes del piano en manos de Frank, la hicieron sentir que era un sueño y le continuaron tocando hasta que volvió a dormir.

Porque Frank no solo dirigió manifestaciones juveniles, distribuyó propaganda contra el gobierno de Batista y organizó el levantamiento del 30 de noviembre en apoyo al desembarco del Granma, entre otras muchas acciones revolucionarias. Tenía una sensibilidad extraordinaria y era un joven muy amoroso que con la misma pasión dedicaba poemas y dibujos a sus seres queridos.

EL MÁS GRANDE DE SUS AMORES

Allí, entre su maleta de madera de la escuela, sus fotos de pequeño y otros objetos personales no cuesta imaginar a un hombre que luchó hasta la muerte por un inmenso amor:

Soy distinto, sí, tienes una rival que me ha robado el corazón por entero, que me absorbe en cuerpo y alma, que me hace circular la sangre más rápido al pensar en ella, que he sentido angustias y alegrías con ella…He sufrido ya tanto por ella que me siento suyo, ha tomado mi vida de una manera que no soñé nunca entregar más que a Dios. Soy suyo y ella es mía, porque la quiero, la amo profundamente, de corazón…”.

Así declaró a su novia los sentimientos por esa otra de falda con listas azules y corpiño rojo, con la que se encontraba en La Colina, en las cercanías de la bahía santiaguera.

Hasta allí también llegó la delegación camagüeyana para honrarlo en el aniversario 60 de su asesinato. Como antes lo hizo él, ellos también repasaron sus compromisos con la Revolución y el futuro de la patria frente a la escultura que lo recuerda vistiendo el uniforme de campaña y el brazalete del Movimiento 26 de Julio, con la vista orientada hacia la Sierra Maestra y el fusil en las manos.

Es que Frank, o David, el de la clandestinidad, vive en el espíritu de muchos jóvenes de hoy, de aquellos a los que vi bailar, reír y bromear entre ellos sin dejar de puntualizar una tarea pendiente o reflexionar sobre lo que había faltado o habían hecho bien.

Y es que comparten los mismos ideales, el mismo camino, y me atrevería a poner en sus bocas estas otras líneas de aquella carta de ruptura y declaración de amor:

Me siento como poseído. En mis venas arde un solo deseo, servirla. Me vejan, me dejan solo, sufro, pero ya no me importa. ¡Qué me va a importar si la tengo a ella…!”.