“Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un Papa latinoamericano”.

Fidel Castro, Conferencia de prensa en 1973

Uno de los mitos que históricamente los medios internacionales han difundido sobre la personalidad de Fidel, exacerbado luego del 17 de diciembre del 2014, es que el Líder Histórico de la Revolución nunca hubiera permitido un restablecimiento de las relaciones entre Cuba y sus vecinos del norte. Esta afirmación viene acompañada de culpar al gobernante cubano de la ruptura, en 1961, de las relaciones diplomáticas entre la Isla rebelde y la superpotencia mundial.

Lo que nunca han entendido, o no han querido entender, es la raíz histórica del conflicto Estados Unidos-Cuba, contradicciones basadas en los intereses geopolíticos que siempre han perseguido los del norte y los deseos de libertad de los cubanos, pretensiones que vienen desde nueve años antes de la declaración de independencia de las Trece Colonias, cuando uno de los padres fundadores, Benjamín Franklin, habló de tomar el valle del Mississippi para ser usado contra Cuba o México.

Por esas razones históricas, las primeras medidas de la Revolución y la firma de la Ley de Reforma Agraria, que afectaba los grandes monopolios norteamericanos, actuaron como el detonante que necesitaba Eisenhower para declararle la guerra a lo que empezaron a llamar el régimen Castro-comunista.

El propio Richard Nixon, entonces segundo al mando de la Casa Blanca, escribió en sus memorias que una de las conclusiones que sacó de la reunión con Fidel Castro en Estados Unidos era que había que derrotarlo antes de que fuera demasiado tarde. Lo más interesante es que apenas a tres meses del Primero de Enero de 1959, todavía sin relaciones con el socialismo europeo, y mucho antes de declararse el carácter socialista de la Revolución, ya el plan era truncar el proceso en la Isla.

Un plan que vio continuidad en la presidencia de Jonh F. Kennedy con las operaciones encubiertas, la invasión por Girón y la Crisis de Octubre. Pero este, en una etapa de su mandato, rectificó y vio que no era la línea dura la que derribaría el proceso revolucionario, y aunque el tiempo no le dio, los secretos de la historia develan que en el momento de su asesinato, se daban los primeros pasos para un restablecimiento de las relaciones.

La mejor muestra de la voluntad que siempre tuvo la Cuba de Fidel Castro para relajar las tensiones con el Gobierno norteamericano fue la Administración Carter, cuando se lograron los acuerdos migratorios, pesqueros, y el de límites marítimos; se realizaron conversaciones secretas entre representantes de ambos países, así como numerosos intercambios académicos, deportivos y culturales.

Hay pruebas de que cada vez que un nuevo Presidente llegaba a la Casa Blanca, el Gobierno de Cuba le hacía saber la disposición de conversar bajo condiciones de respeto mutuo y sin intromisión en los asuntos internos.

Uno de estos acercamientos fue en la década de los ‘90, con la presencia de Clinton en el despacho Oval. Con la mediación de Gabriel García Márquez se intercambiaron posiciones, incluso una delegación norteamericana visitó la Isla en busca de información recopilada por la inteligencia cubana; la historia que viene después casi todo el mundo la conoce, en lugar de detener a los terroristas, la acción fue contra las fuentes cubanas.

Razones suficientes tendría Fidel para expresar luego del 17D que no confiaba en la política de los Estados Unidos, pero al mismo tiempo dijo que, como principio general, respaldaba cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos, o cualquiera de América Latina, que no implicara la fuerza.

Fidel tuvo que lidiar con diez administraciones norteamericanas, estudió a Martí y sufrió la agresividad de los planes gestados desde el norte; sin embargo, nunca cerró el camino al diálogo, solo que no tuvo la suerte de encontrar del lado de allá a alguien que, como Obama, quisiera darle un vuelco a la complicada historia entre ambos países.

Lo que pueda pasar ahora, luego de que el actual Presidente concluya su mandato, es muestra de que el fenómeno entre Cuba y Estados Unidos va más allá de hombres, de políticas; es, sin dudas, una cuestión de sistema. Incluso con Trump puede que las cosas no avancen más, pero no podrá regresar al pasado, pues se perdería mucho dinero y eso no le es funcional al propio sistema; esto no es un mito, es una realidad.