CAMAGÜEY.- Miro el reloj. Siete y diez minutos de la noche. Frente a mí,  en la entrada principal de la plaza, el armón y encima la urna con las cenizas de Fidel, camino hacia el monumento de Ignacio Agramonte que se agiganta ante tamaña estatura del Comandante de la Sierra.

No cabía en mi mente ver El Caguairán encerrado en la urna esculpida en cedro. Imaginé que sus cenizas, como la de El Mayor, se esparcían al viento en una noche de rituales. Los ojos de hombres y mujeres se humedecieron ante la pérdida física del padre de los cubanos dignos.

Espontáneamente el pueblo, hombres, mujeres, jóvenes y niños, coreó: Fidel, Fidel, Fidel. Yo soy Fidel. Cantó el himno nacional con voces entrecortadas por la emoción, mientras la prensa extranjera quedaba impresionada por esos gestos de cariño y respeto hacia el hijo de Birán.

Cuando escuché: "Se oye, se siente, Fidel está presente", recordé la noche que en esta misma plaza, aquel 26 de Julio de 1989, llamó a los cubanos a mantenerse firmes, aun cuando quedáramos solos en la lucha.

Era la vocación de una filosofía de resistencia que el pueblo abrazó y mantiene incólume.Cristina Olivera, en medio de sollozos habla. Nunca creyó que este momento iba a llegar, no es que iba a ser eterno, pero sigue y seguirá siendo inmortal.

Verlo pasar fue un momento muy triste y de mucho dolor, pero tenemos que seguir cumpliendo sus ideas, la única de manera de retribuirlo  por todo lo que soñó e hizo por nosotros.María Teresa Pedroso empezó a llorar al paso del cortejo fúnebre.“Yo quería mucho a Fidel. Yo soy maestra de la escuela José de La Luz y Caballero y enseño a mis niños que hay que seguir la Revolución y a este líder histórico e invencible, aunque creamos que esté muerto, está vivo entre nosotros”.

La plaza está invadida por miles de personas que en vigilia rinden homenaje antes de decirle mañana  el último: ¡Adiós!, en la plaza de La Caridad que lo acogió el 4 de enero de 1959 en la Caravana de la Libertad.