LA HABANA.- Corría el año 1995. Los mandatarios del mundo llegaban a Estados Unidos a una cumbre especial de la Organización de Naciones Unidas, que por aquella fecha celebraba sus 50 años de fundada.

En Nueva York todo estaba listo. El alcalde de esa ciudad, para entonces un señor llamado Rudolph Giuliani, preparaba una cena de bienvenida para todos los jefes de Estados.

Fidel Castro, presidente de Cuba, y Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación Palestina, figuraban en la lista de congregados, pero fueron tachados por razones políticas que incomodaban a los organizadores.

Aquella noticia no trascendió en los medios de prensa de la comunidad estadounidense. El silencio abrumador, sin embargo, molestó a un hombre humilde, sin afiliaciones políticas, pero que sintió en su corazón la injusticia y decidió pronunciarse contra el acto malintencionado.

Ese rebelde fue Julio Pabón. Un puertorriqueño criado desde los nueve años en la barriada neoyorquina, a donde su padre fue en busca de nuevas oportunidades y un futuro mejor.

Un hombre que padeció los males de ser inmigrante de piel oscura, un hombre sencillo que no se considera letrado, sino activista de las causas justas e identificado con las luchas de la Revolución cubana.

Pabón preparó un escrito para el periódico, en el que concluía invitando a Fidel a cenar junto a ellos en aquel distrito, área desatendida por la administración y con gran número de residentes hispanos.

Así comenzó esta historia, leyenda de activistas atrevidos. 24 años después, llega a nuestra tierra convertida en libro y con el sello de la editorial Nuevo Milenio, a propósito de la 28 Feria Internacional del Libro de La Habana que comienza su peregrinar en el circuito nacional.

La oportunidad de dialogar con el autor fue uno de los exquisitos momentos del evento literario. En una sala pequeña, hinchado de nostalgia y pasión Pabón narró los hechos con lujo de detalles. No tuvo tiempo casi de respirar, ni se esforzó demasiado para recordar.

La invitación llegó al presidente cubano tras la nota que fue replicada por otros medios de prensa. Para sorpresa de todos, su respuesta fue positiva. En 24 horas mi vida cambió, aseguró el escritor.

Tuvo que persuadir a mucha gente, saltar las presiones de las autoridades estadounidenses y redoblar la seguridad para evadir los posibles atentados que pudieran suceder contra el invitado de honor.

Como defensor rotundo del distrito organizó una reunión con amigos claves que poseían algunas influencias y lo calificaban de loco por someterse a tal riesgo.

En esta lista recuerda bien los nombres de Carlos Nazario, presidente del Consejo Nacional Empresarial Puertorriqueño, y el congresista José E. Serrano, a quienes habló de la fidelidad y el espíritu luchador del pueblo cubano.

De esta forma, lo que tenía la intención de ser una cena para 25 personas, se convirtió en una respuesta masiva de los boricuas residentes del Bronx.

Fue un encuentro de 300 invitados que, pese a sus diferencias políticas, se mostraron respetuosos y conversaron con el líder por varias horas sobre los logros de Cuba y hasta de beisbol, resaltó.

Pero Julio no escapó de censuras y críticas. Hubo manifestaciones, respuestas de partidos políticos e incluso la cancelación de su programa de radio que salía por las frecuencias de una emisora local.

Sin embargo, afirmó orgulloso, yo lo enfrenté todo porque sabía que esta historia iba a trascender.

Después de algunos años, mis hijos me motivaron a contarla, fue un momento único y una sorpresa tremenda que se hiciera realidad, comentó el escritor.

Todavía recuerdo con claridad cuando llegó Fidel. Era la primera vez que le veía, no sabía si llamarle por su nombre, decirle presidente o Comandante, confesó.

Miles de pensamientos me asaltaron y entonces ya lo tenía en frente. Él tomó mi mano junto a las dos suyas.

Aquello me remontó a mi niñez, sentado con mi padre, un curandero que decía: así se saluda a las personas cuando la quieres conocer de verdad, rememoró.
Pero no fue solo el gesto lo que causó conmoción en el novel literato, sino las palabras del Comandante cuando preguntó como a un hijo cuánto le afectaría su visita.

Supe la grandeza de Fidel, apenas me conocía y estaba preocupado por mí. Entonces con seguridad le dije: usted está en la Sierra Maestra boricua, un lugar lleno de campesinos y gente humilde. Sea muy bienvenido aquí, alegó Pabón.

Estallaron las risas entre los invitados reunidos en el restaurante Jimmy´s Bronx Café en los años 90 del siglo pasado. También entre los que escuchábamos su anécdota, congregados en una de las salas del Pabellón Cuba.

Luego, la narración se detuvo y con igual pláceme, invitó el autor a leer la historia en las páginas del libro: Nocaut, visita de Fidel Castro al Sur del Bronx, capítulo glorioso del fuera de combate que diera el Comandante en Jefe al gobierno estadounidense, aquel memorable octubre de 1995.

(*) Periodista de la redacción de Cultura de Prensa Latina.