CAMAGÜEY.-Quizá verlo personalmente le pareció espejismo. Su nombre, sus fotos y sus hazañas andaban en un torrente de medios de prensa, y avistarlo personalmente tenía el mérito de un privilegio.

Fue en 1959 cuando su mirada se encontró con aquel joven dinámico, barbudo, de caminar en zancadas, de quien oyó hablar por primera vez en 1955, cuando Nicolás Guillén le dijo, en París, que ese combatiente acababa de salir de la cárcel tras liderar el asalto a un cuartel.

Ahora, cuatro años después, lo tenía frente a frente, mientras “…estaba convenciendo a un empleado del aeropuerto de Camagüey de que tuviera siempre un pollo en la nevera para que los turistas gringos no se creyeran el infundio imperialista de que los cubanos nos estamos muriendo de hambre”.

Iban a ser grandes amigos, pero no podía saber ese hecho del futuro.

Entonces el colombiano Gabriel García Márquez, aunque ya tenía prestigio periodístico y literario, aún no era el símbolo en extremo conocido internacionalmente años después.

Resultó lógico que Fidel no advirtiera su presencia en el aeródromo, en el cual el visitante realizó —procedente del exterior— una escala en tránsito hacia La Habana, adonde se dirigía también el Comandante, en el avión denominado Pico Turquino, un bimotor DC-3.

A causa del mal tiempo hasta la capital del país, según anunciaron a los pasajeros, los vuelos hacia esa ciudad quedaban retrasados.

Fidel decidió arriesgarse y salió rumbo a La Habana.

El sudamericano supuso que sería una de las últimas personas en ver vivo al Líder de la Revolución.

La nave en que viajó García Márquez, un cuatrimotor Viscount, partió luego de la anormal situación, y en el aeropuerto capitalino José Martí el visitante vio al Pico Turquino en la pista.

El periodista-escritor corroboró que su presunción estaba errada, y él, muy amante de los presagios volcados como aludes en sus textos de ficción, tampoco podía predecir que Fidel sería uno de sus mejores consejeros literarios.

Llegó a Cuba inicialmente en 1959, interesado en reportar acerca de la Revolución, y en ese propósito logró, entre otros objetivos, ser uno de los corresponsales de la agencia de noticias Prensa Latina, fundada en ese año en La Habana.

Regresó otras veces, con diferentes objetivos, y una de las vías del inicio y consolidación de la amistad con Fidel radicó en los libros.

Le traía originales de textos inéditos para que los revisara, por ejemplo, los de Relato de un náufrago, y de Crónica de una muerte anunciada, en los que detectó, respectivamente, errores acerca de la velocidad de un buque tipo crucero, y en relación con las armas.

“Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés, pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención”.

Es un hecho muy poco conocido, y vale recordarlo: fue en el aeropuerto de Camagüey donde García Márquez vio por primera vez a Fidel. Ese fue el prólogo de una fecunda amistad nacida de los libros.