CAMAGÜEY.- Aún permanecen frescas en la memoria, como si hubieran pasado apenas unos días, las acciones de dos héroes como Fidel Castro Ruz y Jesús Suárez Gayol. Parece solo cuestión de empaparse de sus enseñanzas y leerlos en los libros para imaginarlo a uno, dirigiendo desde “la Sierra” y al otro, entregando su vida por una nación hermana. Ellos fueron dos hombres que pelearon en distintos frentes, pero bajo la misma consigna martiana de ver a su Patria libre.

Desde la infancia ambos héroes conocieron, entre diversiones y travesuras, los deleites de la obra de José Martí. La bebieron como el elíxir que forma el alma y da la sensatez a quienes la siguen. Fidel concretó esos ideales, junto al pueblo, en la conformación de un país que no perece en las rachas ciclónicas, ni en los embates del imperio norteamericano, de edificar el mismo sueño “utópico” al que Gayol jamás renunció, de una tierra en la que se trabaja con todos y para el bien de todos.

La incipiente “madera” revolucionaria de El Rubio, como llamaban con cariño a Jesús Suárez Gayol, es inmortalizado en una suerte de instantánea por un biógrafo: “Gusta de irse de pesquerías para traerle truchas a la madre. Es de carácter explosivo, pero no para peleas inútiles (…) Apenas aprende a leer descubre a José Martí, de cuyas doctrinas será siempre fiel. Desde entonces, cuando oye que se interpreta el himno de Cuba, hace poner de pie a sus padres venidos de España”.

Por la línea del Apóstol los dos asumieron su juventud con ímpetu, armados de coraje y dispuestos a cambiar el panorama de la república servil en la que habitaban. Los estudios de Arquitectura de Gayol o las clases de Derecho de Fidel, no impidieron su vinculación con los grupos estudiantiles más radicales que mostraron expresamente su descontento a los gobernantes.

El querer una sociedad más justa tuvo un alto costo para ellos. Los gobiernos de turno pretendieron apagar sus conceptos con golpes, torturas y amenazas, pero fracasaron. Desde el Partido Ortodoxo, el Comandante en Jefe perfiló su carácter como líder y, a los cien años del nacimiento de Martí, aunó a los jóvenes que como él consideraban el camino del fusil el más acertado para continuar la lucha de nuestro Héroe Nacional. Esa generación reavivó la llama de El Maestro, primero con el asalto al cuartel Moncada y luego con la creación del Movimiento 26 de Julio.

Con una ardua labor contra el régimen de Batista, El Rubio fundó en 1955, en Camagüey, el M-26-7, donde organizó sabotajes y cumplió cabalmente las órdenes de las células superiores. Tras obtener la experiencia suficiente, partió a Pinar del Río y realizó acciones como el incendio de una emisora de radio. Sin poner “peros”, con el precepto martiano de estar allí en el sitio en que se es más útil, integró la tropa del Che en Las Villas y por sus méritos obtuvo el grado de capitán.

A varios cientos de kilómetros de Gayol, Fidel combatía en la Sierra Maestra. Bajo su mando la columna José Martí desplazó victoriosa los vestigios de la tiranía batistiana y a su paso aplicaba leyes con huellas humanistas para los desposeídos, leyes que definirían a la nueva era como la de Reforma Agraria, el 17 de mayo de 1959.

“(…) la Revolución cubana no es tan solo la derrota concreta que el imperialismo ha recibido en el pequeño pedazo de mundo que es el territorio de nuestro país (…) es el ejemplo que señala a otros pueblos el camino de su liberación”, escribió Gayol a su hijo antes de viajar a Bolivia para combatir por una América Latina unida. Con esos preceptos el Líder Histórico de la gesta del ‘59 enarboló desde el 1ro. de Enero las banderas del latinoamericanismo que hizo extensivas con el apoyo a naciones oprimidas como Angola, Etiopía y el Congo.

Aunque ya sus labios no nos narren sus epopeyas y solo los encontremos en las páginas de la historia, en los recuerdos del abuelo o en la imagen en movimiento, siempre permanecerán aquí, vivos, porque como Martí, representan lo más genuino del sentimiento y de la identidad altruista del cubano.