El huracán Irma, que en los primeros días de septiembre de este calendario, castigaba con fuertes vientos a todo el litoral norte de Cuba, dejó a su paso abundantes precipitaciones que representaron una suerte de alivio para los embalses de la mayor de las Antillas.

Fue ese el mayor beneficio que proporcionó el potente meteoro: un aumento en los acumulados de varias presas sedientas, luego de una intensa sequía que asolaba a la nación desde hacía poco más de dos años.

La mayoría de los 242 embalses administrados por el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) contaban con la capacidad para recibir el agua que traía Irma; algunos, incluso, estaban bajo vigilancia ante posibles vertimientos.

Tal panorama resultó diferente en octubre de 1963, año en el que el poderoso ciclón Flora arrasó la zona oriental de Cuba, dejando inundaciones, mil 126 personas muertas y cuantiosas pérdidas materiales.

Fue a raíz de aquel huracán que devastó a las actuales provincias de Las Tunas, Granma, Holguín y Camagüey, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro -desaparecido físicamente hace un año-, enunció la necesidad de construir obras hidráulicas que garantizaran el control de los grandes volúmenes de agua provenientes de las intensas precipitaciones.

Resultaba urgente contar con la infraestructura necesaria para almacenar el líquido y asegurar su disponibilidad en caso de extensos períodos de sequía, como la que se ensañó con la Isla en los años 1961 y 1962.

Surgía entonces, impulsada por Fidel, la Voluntad Hidráulica para desarrollar ese recurso y convertirlo en patrimonio común en función del abastecimiento a la población, la agricultura y la industria, además de la prevención ante embates de fenómenos naturales.

La triunfante Revolución cubana de 1959 había heredado la precariedad de un sistema hidráulico que se correspondía con las condiciones de subdesarrollo económico en las que estaba sumido el país.

Sólo 13 pequeños embalses distribuidos en los hoy territorios de Camagüey, Villa Clara, Holguín y Santiago de Cuba, daban cuenta de la poca capacidad de almacenamiento de agua existente.

Gracias a las acciones previsoras de Fidel, actualmente se localizan en toda la geografía nacional más de dos centenares de presas, capaces de acumular en su conjunto más de nueve mil millones de metros cúbicos de agua, además de una red de canales, conductoras y otras infraestructuras para garantizar su distribución.

También ha aumentado significativamente la cantidad de personas que reciben el vital líquido por acueducto, y se incrementan los esfuerzos e inversiones destinadas a mejorar ese sistema de abasto, a la par de la toma de medidas para su ahorro.

No menos importante ha sido la formación, durante estos años, de miles de ingenieros hidráulicos y técnicos, dotando a la nación de fuerza especializada y capacitada para la elaboración de los proyectos, la creación de normas cubanas y a fin de garantizar la continuidad y preservación de lo construido.

Tal desarrollo hidráulico, avizorado por el Líder, está considerado uno de los logros más sobresalientes que muestra hoy gran vitalidad, al lado de relevantes conquistas de la Revolución como la educación y la salud, además de resultar determinante para minimizar los impactos negativos del cambio climático.

El propio Comandante en Jefe, en su discurso por el segundo aniversario del INRH, el nueve de agosto de 1964, se preguntó:

¿Quiénes nos enseñaron a tener una conciencia hidráulica?

Su respuesta fue clara, contundente: “Las sequías y los ciclones; las sequías y las inundaciones, (…) de manera que a nosotros los fenómenos naturales nos enseñaron y nos formaron la conciencia de la necesidad de crear una voluntad hidráulica”.