Hace un año que el pueblo cubano y la humanidad progresista se despedían del líder revolucionario Fidel Castro, quien dejaba tras de sí un legado histórico que solo es posible comprender  teniendo en cuenta  la inmensidad de las tareas históricas a las que se consagró  y que parecían imposibles lograr para generaciones enteras que lo antecedieron.

Durante su primera juventud concibió e hizo triunfar  la Revolución cubana en 1959, enfrentando enormes reveses y contra fatalismos establecidos por la frustración del proyecto independentista cubano y el fracaso de los intentos revolucionarios posteriores a la conclusión de las gestas mambisas, que parecían relegar para siempre a la nación al oscuro destino de colonia del cercano imperio más poderoso que conoció la historia.

Pero Fidel siempre supo adelantarse a su tiempo, y así en la alegría de aquel triunfo  advirtió  que en lo adelante todo sería más difícil y no se equivocó.

Lo que  probablemente no dijo por modestia en esa ocasión fue que para el imperialismo norteamericano y sus aliados en Cuba, la principal tarea en lo adelante era acabar con su ejemplo y en más de 600 ocasiones prepararon atentados en su contra, tantos que al final pareció un milagro que sobreviviera a todos  esos intentos y planes.

Dirigió a su pueblo durante más de 50 años en la resistencia victoriosa a  las agresiones militares, terrorismo, bloqueo, campañas mediáticas que no impidieron la consolidación de la Revolución cubana y del socialismo en el traspatio de EE.UU.,  que cambió para siempre la historia de América Latina y de los países oprimidos del orbe.

Desde entonces las naciones de  este continente fueron más libres porque  tuvieron en el ejemplo de la Isla la certeza de que otro mundo era  posible más allá de las utopías y fracasos en su largo camino por la emancipación.

Fidel fue la voz y la esperanza  de los desposeídos y las causas revolucionarias,  y bajo su liderazgo  al frente de su pueblo  supo ser consecuente con los ideales más nobles de solidaridad e internacionalismo proletario cuando algún pueblo hermano lo necesitó.

Años antes de la desaparición de la URSS y el Campo Socialista sorprendió al orbe  con la promesa de que la ínsula resistiría sola y haría suyas las banderas del socialismo, para lo que tuvo que hacer suya la lanza del Quijote, pero esta vez no para caer por el suelo ante los molinos de vientos y sí  para demoler reiteradamente falsos dogmas,  lograr la victoria con la supervivencia y desarrollo de la Revolución y restablecer la esperanza de la humanidad progresista  en un mundo mejor.

Su vida estuvo regida por la máxima martiana de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” y  como deseo postrero pidió que su culto no se concretara en monumentos, ni su nombre honrara obra alguna.

Aunque sería un acto de justicia, Fidel no necesita para seguir viviendo esos tributos, bastan  sus múltiples vidas de Comandante invicto, que no dejó de asaltar el cielo y lo seguirá intentando en su legado mientras quede un solo revolucionario que sueñe   y luche con un mundo nuevo  sin explotación del hombre por el hombre.