Llevándolo al mundo de la literatura infantil, sería como si el príncipe llegara demasiado tarde para despertar a la Bella Durmiente o el Leñador esperara a que el Lobo terminara la digestión de Caperucita. Camagüey sencillamente es así: lento en sus reacciones, inoportuno en sus despertares...

Si usted ha seguido la subserie frente a Matanzas, entre el lunes y hoy, muy posiblemente coincidirá conmigo. Tras caer en los dos primeros desafíos, a manos de Yoanny Yera y Jonder Martínez, por ese orden, este miércoles la nave de Esteban Lombillo mantuvo el rumbo y consiguió salvar la honrilla (5-0), en buena medida gracias a los lanzamientos del estelar Norge Luis Ruiz.

En ocho completos el muchacho del reparto Rubirosa mostró los avales que lo convierten en uno de los principales serpentineros del país. A base de buen control y una acertada selección de envíos en esa ruta su registro de carreras limpias descendió hasta 2.15, redondeó los 40 ponches (esta tarde repartió siete) y aceptó solo tres imparables.

Entre la batería camagüeyana la mejor noticia fue el "despertar" de Henry Quintero, quien sufriera lo indecible en los primeros partidos del campeonato (por entonces hubo que sentarlo sin que hubiera logrado conectar de hit). Esta tarde el vertientino cubrió con maña en la antesala, pero sus mejores apuntes llegaron madero en ristre: alineando en el séptimo puesto de la tanda bateó de 4-3, con un doble y tres empujadas.

Para resumir lo visto hoy en el parque mayor de la avenida 26 de Julio, les diré que los nuestros salieron a la carga desde bien temprano y que ya en el segundo inning mandaron a paseo al abridor Alexis Mulató (cubiteño que juega desde esta serie para los Cocodrilos). La salida del ex-cerrador tricolor marcó el comienzo de una larga cadena de relevistas; en total, Víctor Mesa empleó nueve lanzadores, una cifra bastante cercana a los "récords" que de tiempo en tiempo le gusta imponer en nuestra pelota.

Entre la segunda y la tercera entradas Camagüey tuvo empuje suficiente para hacer sus cinco anotaciones; de ahí en más, aunque amenazaron, los Toros no volvieron a pisar la goma y el boxscore se llenó con una cadena de ceros que no se interrumpiría hasta el final del encuentro, que por nuestra parte tuvo al joven Rolando Rodríguez como oficiante en el inning del adiós.

Resumiendo, en la nómina tricolor los mejores dígitos correspondieron a Quintero, Héctor Hernández (de 5-3, con una anotada) y Osmel Águila (2-1, un empuje y una anotada). Solo Alexander Ayala y Dary Bartolomé no pudieron descifrar los pitcheos llegados desde el pantano.

Hasta aquí lo ocurrido. Y pregunto, ¿basta para sentirse satisfecho? En lo particular no lo estoy, y menos teniendo en cuenta el Matanzas ante el cual medíamos fuerzas, para nada invencible ni atemorizante. Sin embargo, Camagüey no supo desbancarlo poniendo en duda a sus dos principales carta de triunfo sobre la lomita, ni se las arregló para explotar en todo lo posible las debilidades de su cuerpo de relevo.

La celebración de Matanzas, ayer al concluir el segundo desafío, deja bien claro cuan cerca estuvimos de llevarnos el triunfo –y con él– de ganar la subserie ante el actual líder de la clasificación. Si es así, si tan poca distancia separa al primer y decimoquinto ocupante de la tabla de posiciones, ¿por qué nos cuesta tanto ganar?

La victoria es sobre todo una actitud, en primer lugar se impone creérsela posible. Lástima que, según parece, este año, tampoco Camagüey tendrá tiempo de apreciarlo.

 

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