Los atletas cubanos fueron profetas en su tierra y agrandaron su botín con 140 medallas de oro, 62 de plata y 63 de bronce, para de esa forma desbancar a la segunda posición a una potencia mundial como Estados Unidos (130-125-97); mientras que Canadá (22-46-59) mantuvo el tercer puesto.

   Incredulidad y asombro despertó la actuación de la isla caribeña en esa cita continental, como merecido regalo a un pueblo golpeado por agudas dificultades económicas, agravadas por el bloqueo de Washington; pero indoblegable en espíritu de trabajo y determinación.

   Tanto es así que, a pesar de no pocos problemas, con gran sacrificio se terminaron a tiempo todas las instalaciones, lo mismo en la sede principal que en la subsede de Santiago de Cuba.

   En lo referido al accionar competitivo, los exponentes de la mayor de las Antillas doblegaron la férrea resistencia de los estadounidenses y ganaron el atletismo de manera general, no solo con más títulos, sino también en cantidad de preseas, 42 frente a 40.

   Ana Fidelia Quirot volvió a demostrar su empuje sobre la pista y por segunda ocasión consecutiva se erigió monarca en los 400 y 800 metros planos (m/p), esta vez en el óvalo del Estadio Panamericano, ubicado en el este de La Habana.

   Otra concursante local, Liliana Allen, se convirtió en reina de la velocidad con sus éxitos en las especialidades de 100 y 200 m/p, muestra del gran nivel que todavía por aquel entonces tenían los sprinters cubanos.

   Tal y como había sucedido en ediciones anteriores, los pugilistas de la Isla fueron demasiado para sus rivales y no pararon hasta sacar del cuadrilátero 11 coronas de 12 posibles, un desempeño casi perfecto y digno de elogios.
 
 También en el levantamiento de pesas la cosecha fue grande para los forzudos de casa, quienes se agenciaron 29 títulos de 30 en disputa en la palanqueta, con el mérito adicional de haber impuesto 28 marcas para el evento.

   Un hecho sin precedentes de esa justa multideportiva fue que por primera vez un cubano ganó en la natación una medalla de oro, honor que recayó en Mario González, vencedor en los 200 metros del estilo pecho.   
    
   Los deportes colectivos brindaron igualmente alegrías a la afición local, incluido el metal dorado conseguido por el equipo de béisbol, triunfo que no podía faltar en un país donde esa disciplina constituye el mayor espectáculo y pasatiempo nacional.

   El elenco de Cuba concretó su victoria en la final ante Puerto Rico, con marcador de 18-3 y   destaque para el jardinero Ermidelio Urrutia, quien bateó de 6-6, con tres jonrones y siete carreras impulsadas.

   Como detalle interesante, ese desafío fue lanzado por el zurdo Jorge Luis Valdés, autor frente a Canadá del primer juego de cero jit cero carrera en la historia de esos certámenes.

   Otros éxitos colectivos de los anfitriones vinieron en el polo acuático y balonmano masculinos, además del voleibol para damas y varones.

   Para los cubanos, esos Juegos Panamericanos de La Habana 1991 serían inolvidables por los resultados competitivos y el enorme esfuerzo para su organización, que se vio recompensado al ser calificados por el titular de la ODEPA como los mejores de la historia.

   Fueron días de gloria para una pequeña nación que mostró al mundo el calor humano y entusiasmo de su gente, así como también la innegable calidad de sus deportistas.

   Esa cita continental contó con la asistencia de los 39 países miembros de la entidad deportiva y la cifra récord de cuatro mil 519 atletas.


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