CAMAGÜEY.- Elpidio Huerta no puede evitar sus estallidos de color de los años ‘70. Tal vez inquiete la insistencia con obras de entonces en las exposiciones de ahora, pero él no teme el riesgo público de contrastarse a sí mismo, porque la línea precisa de su identidad hilvana cada pieza y disloca la palidez del lienzo ajeno de aquel olvido que se le trazó por su decisión de emigrar décadas atrás a Estados Unidos.

“Me escribieron del Ministerio de Cultura de Cuba porque había sido seleccionado entre un grupo de artistas de diferentes especialidades para reintegrarnos a la cultura cubana en el sentido pleno. El Ministerio me asimila como un trabajador indefinido. En definitiva he trabajado por la cultura de mi país. La cultura cubana es nuestra herencia, nuestro orgullo. Puedo exponer en Camagüey, mi ciudad natal”.

Desde el 2013, Elpidio Huerta exhibe en su tierra con regularidad. En estos momentos permanece la muestra Paisajes posibles, en la galería República 289, sede del Consejo Provincial de las Artes Plásticas.

“Acuérdate que me formé en Camagüey. Después vino el estudio necesario de la Escuela Nacional de Arte, en La Habana, y rápidamente me reincorporé. Las obras de los ‘70 me interesan mucho porque las realicé aquí, inspirado incluso en zonas rupestres de la Sierra de Cubitas, donde existen las pictografías aborígenes. Camagüey siempre ha estado presente en mi obra”.

—Es curioso lo que pasó con la obra suya que permaneció en Cuba…

—Me sorprendió mucho que hubo coleccionistas que las guardaron. Pude encontrarme con obras de hace 30 años que pensé que tendrían un final diferente. Unas pude recuperarlas en el sentido tradicional, otras las restauré para que las conservaran más, algunos tuvieron el gesto de prestarlas para mi retrospectiva.

—De la figura del coleccionista no se habla mucho aquí…

—Y existe, aunque no puedes definirlo como categoría, pero quienes tenían esas obras son coleccionistas. Te haré una anécdota. En el año ‘79 hice un tríptico que expuse en la Galería Habana. Era inmenso. Mi concepción del arte siempre ha sido monumental. Cada parte tenía su independencia pictórica. ¿Sabes qué pasó? Lo adquirieron tres personas. El proyecto de reunir los tres cuadros fue imposible. Pude recuperar el del medio, lo expongo en Paisajes posibles, pero cada dueño de las otras partes me dijo que no la compartía.

—Eso me confirma que los cuadros tienen vida propia…

—Exactamente. Con mi obra solo tengo el pequeño poder de pensarla, bocetarla y realizarla, pero se me va de las manos. Creas a partir de tus proyectos, de tu necesidad de realizar una obra de cierto tamaño, porque quieres verla así. No puedo hacer un acto de prestidigitación para lo que sucederá, pero tengo el cálculo de que lo que estoy haciendo es lo que siento.

—¿Qué opina de la relación arte-mercado?

—El arte es necesario venderlo. Es imprescindible para el artista la posibilidad de vender la obra y que existan personas dispuestas a pagar una cifra razonable. Los pintores cubanos que me visitaron en Estados Unidos llegaban preocupados por los precios. El precio de una obra depende de tu necesidad personal.

“Hace años me independicé de las galerías mandatorias que te dicen ‘quiero esto y esto’. No puedes funcionar como una máquina. Tengo a mi favor haber pasado mi juventud en Cuba, con decisión en mis proyectos. Algunos jóvenes me dicen que trabajan con el curador Fulano. Entiendo su necesidad, pero hay que vivir dignamente”.

—¿Qué dinámica tienen allá las exposiciones?

—Un acontecimiento interesante en Camagüey es que te inauguren una exposición. En América Latina pasa, pero en el mundo occidental se redujo al artista y al coleccionista. El público está exento de eso. Sucede hace décadas en Estados Unidos. El arte perdió el efecto popular, se ha vuelto un mercadeo de gran crudeza.

—¿Cómo toca el tema de los grandes museos?

—Ahí están y se mantienen muy bien, y los curadores serios existen por encima de todo. El intercambio entre museos se ha vuelto muy interesante. Uno sueña con los grandes museos, pero ya tienen capacidad limitada. Te pueden invitar porque quieren una obra, pero no aparecerá en el momento. Yo estoy en almacenes de museos, un paso de avance; he expuesto en salas ambulatorias, pero el museo da una consagración final y esto significa lo terrible.

—¿Por qué se “aferra” a la técnica tradicional?

—Aplaudo toda manifestación que sea avanzada en lo tecnológico, aunque sigo creyendo en el cuadro con su caballete, y no se trata de una decadencia porque el mundo actual valora muchísimo el cuadro de tu taller, el que tiene tu pincelada. No tengo por qué no usar el arte digital si tengo las posibilidades, pero no es algo que está en contra de lo establecido, y el arte del caballete sigue siendo el arte rey.

—Me ha dicho que su alimento básico como pintor abstracto depende de su entorno y de su mente... ¿cómo le fluyen la idea y el color?

—El color ha sido mi gran necesidad expresiva. Quizá no lo controlo. Puede surgir de mi estado anímico, de mi necesidad de poner un color, para un estudio con todas las variantes. La idea es una sugerencia al espectador. Mi idea puede alimentar su imaginación. No quiero que el cuadro lo encierre desde el punto de vista conceptual. Me satisface como vea o sienta el color, porque es la ayuda que me da.

—¿Cuál es su ideal para el trabajo?

—A veces el exceso de algo te perjudica. Lo ideal es tener unas condiciones idóneas para trabajar y sentirte satisfecho contigo mismo. Lo que quieres realizar necesita un poco de soledad, de tranquilidad. El dinero da la tranquilidad para poder realizar la obra, pero no determina que el arte sea mejor o peor.|

“Tengo mucho que hacer, por eso pinto todos los días. En arte no hay satisfacción nunca. Veo un cuadro por tercera o cuarta vez y le encuentro tantos defectos... Por invitaciones casuales me encuentro con un cuadro que dejé de ver y me da por encontrar defectos que pude haber corregido, pero que tal vez vendí por cierta urgencia. Esa es la parte que no me perdono”.