CAMAGÜEY.- Mario  Guerrero  Zabala  llegó al  teatro  de  una manera  inesperada.  Hacia  el  año  1962  se desempeñaba como instructor de danza en la costera ciudad de Nuevitas. Atraído por un grupo de titiriteros radicado allí y dirigido por Delia Morán, comenzó a trabajar en el manejo de los muñecos. Seis años más tarde llegó a Camagüey, donde recibió preparación sobre el teatro para niños, y al concluir el período de aprendizaje fue elegido para dirigir el Guiñol de la provincia, propuesta que aceptó sin pensarlo dos veces.

De la mano de preguntas y respuestas conocí a este hombre, que hace del arte de las tablas la historia de su vida, en ocasiones debatiéndose contra viento y marea.

—Usted se formó en la antigua Unión Soviética, ¿puedo decir que es de la “vieja escuela”?

—Estudié en el Instituto de Teatro, Música y Cine de Leningrado. Formo parte de una escuela muy tradicional, y considero que como esa no hay otra.

—¿Y cómo es trabajar para los niños?

—Significa mucho para mí. Es un público muy agradecido que te dice la verdad. Cuando algo no les gusta, simplemente dicen “mamá, sácame de aquí”. Además, a través de las obras se les puede transmitir mensajesy valores de los que estamos tan necesitados.

—¿Piensa que su quehacer los satisface?

—Pues sí. Los niños tienen mucha fantasía, imaginación, y eso es precisamente lo que les brindamos en el espectáculo.

—¿Ha incursionado alguna vez en el teatro de títeres para adultos?

—Sí, cuando comenzamos a trabajar lo hacíamos para las dos ramas. El teatro de títeres para adultos es una especie en extinción, pero sé que algunos están tratando de devolverlo a los escenarios. Ojalá ala provincia llegue pronto.

—¿Pensó siempre dedicarse al teatro?

—Quise ser cardiólogo. La mayoría de mis compañeros estudió Medicina, menos yo. Soy un médico frustrado.

—¿Alguna vez ha querido dejar el teatro?

—Estoy jubilado, pero regresé. A veces he pensado que no puedo más, pero cambio de idea. Vuelvo porque me gusta y porque hace mucha falta.

—¿Cuál es la parte favorita de su labor?

—El resultado, que es el aplauso del niño.

—¿Y lo que menos le gusta?

—Las  dificultades  que  pasamos.  Carecemos  de materiales y del recurso humano. El teatro de títeres requiere de un personal calificado para diseñar y confeccionar los muñecos. Camagüey lo perdió. Tenemos que ir a su rescate. Una cosa está clara: hoy casi nadie está dispuesto a dedicar día y noche al trabajo; del teatro no se vive, se vive para el teatro.

—Un títere o personaje preferido.

—Pelusín del Monte. Tuve la oportunidad de manejarlo en varias ocasiones.

—¿Su paradigma?

—Serguéi Obraztsov, uno de mis maestros en la URSS.

—Pero  Mario  Guerrero  no  es  solo  Guiñol  de Camagüey...

—Colaboré en Nicaragua con el grupo Guachipilín, trabajé en Venezuela e impartí talleres en una universidad mexicana.

—Muchos consideran que el teatro de títeres en Cuba está en decadencia, ¿qué opina?

—Si lo comparamos con lo que se hacía en los ‘80... Actualmente hay varios proyectos en el país, algunos ameritan los aplausos pero otros no. Como no existe una escuela, muchas de las obras no tienen suficiente calidad, les falta mucho porque no conocen la técnica necesaria para manipular un títere.

—Entonces, ¿ve futuro al teatro de títeres?

—Hay  momentos  irrepetibles.  Cada  generación responde de manera diferente a su tiempo. Esta es una profesión que se tiene que amar porque no es como una fábrica, donde los planes se sobrecumplen. Tenemos que inculcar ese amor a las nuevas generaciones. Solo deseo que, por fin, se abra una escuela para su formación, aunque yo no la vea; tengo esperanzas en ese futuro.

—¿Qué espacio ocupa el Guiñol en la jerarquía de sus afectos?

—Ha sido toda mi vida, ¿qué más puede significar? Seguiré trabajando aunque deba esperar horas por el ómnibus de la ruta 2 para llegar a mi casa, en el reparto Montecarlo.

—¿Cuánto lo motiva la dedicatoria a usted de la Semana de la Cultura camagüeyana?

—Sinceramente, no sé por qué me escogieron. No tengo tantos méritos como para que me confieran tal honor. Esto me tomó por sorpresa.

—Pero para esa decisión tal vez consideraron el principal ingrediente que le imprime a su trabajo.

—Amor, siempre le pongo mucho amor.