CAMAGÜEY.- Nadie conoce mejor que Caridad Álvarez Borges los secretos del “José Luis Tasende”, reabierto hace unos meses como complejo cultural. Sí, ella ha vivido cambios de todo tipo, en relación con el tiempo, la actitud y hasta los oficios, aunque en el fondo sigan siendo lo mismo. Tenía 24 años llegó al umbral y allí se quedó sin querer avanzar mucho, por considerar el suyo el lugar preciso, porque desde la puerta y la taquilla también se hace teatro.

“Ya llevo 44 años en el 'Tasende'. Empecé como portera en 1972, y desde hace diez años soy taquillera, que ahora se llama auxiliar de sala. Mi esposo era profesor de música, instructor de arte. Mi hermana incursionó un tiempo como aficionada. Mi hijo estuvo otro poco pero se dedicó al baile. Yo llegué y me quedé. Me enamoré tanto que, fíjese, todavía no me he jubilado”.

--Ser portera tiene su encanto...

--Ha sido muy importante para mí. He tenido la oportunidad de conocer a muchas personalidades. Como el inmueble pertenecía a Cultura municipal, por aquí pasaban plásticos, músicos... Yo recibo a todo el mundo. Tengo una gran amistad con los directores camagüeyanos Mario Guerrero, Pedro Castro, Lourdes Gómez, Onel Ramírez, con la actriz Reyna Ayala. Alguien que recordaré siempre es Luis Carbonell, tan agradable, el Acualerista de la Poesía Antillana. Nos identificábamos mucho.

--¿Cuáles consideras tus mejores lecciones de teatro?

--Aprendí con Agustín Delgado, un director que me permitía ver el ensayo. Al terminar le preguntaba. Suceden muchas cosas detrás de las bambalinas. En un momento difícil se le caen los espejuelos al actor, pero como está preparado sabe resolver la situación. Una vez vinieron unos alemanes por un curso, y pude escuchar. Todo lo que sé de teatro se lo debo a Agustín y a aquellos actores.

--¿Hubieras asumido otro rol?

--En un tiempo casi sin ventas alterné con la vestuarista, quien sí estaba sobrecargada. Aunque me gusta nunca quise dedicarme porque la vestuarista es la primera que llega y la última que se va, y yo vivo lejos, en Montecarlo. De todas formas, casi siempre hago otra cosa. Cuando tenemos actividades programadas vendo y además ayudo a la auxiliar de limpieza.

--Tienes otra ventaja extraordinaria: el primer contacto con el público, ¿cuánto te regala este oficio?

--Aprendí a confraternizar bien con el público. Cuando llegaba y la entrada estaba llena, me abrían paso con algo tan sencillo como 'soy la portera, si no me dejan pasar, no hay función'. Muchas personas se asombran de encontrarme todavía aquí, sobre todo los niños de aquella época, ahora jóvenes y adultos.

--¿Notas diferencias entre los de antes y los de ahora?

--Antes llegaba más público, pero el de hoy, por lo general se porta debidamente. Influyen muchos factores. Uno principal es el transporte. Los de lejos dicen '¿el domingo, qué va, cómo regreso?'. Además se debe a los vídeos, es más cómodo quedarse en la casa viendo una película.

--Entrada en mano, ¿cómo seduces a la persona con la obra?

--Ese es un momento importante, porque siempre preguntan por la obra. Cuando me gusta respondo que es buena por esto y por aquello. Si por casualidad no me gusta digo que no la he visto…

--Entonces en días del Festival...

--Me decían “festivalera”… Dormía en un catre, en 20 de Mayo, para no perderme ni la última función, que era a las doce de la noche. A la mañana siguiente tenía que vender, pero en cuanto terminaba lo veía todo. El Festival ha sido para mí la mejor época del año.

--¿Qué no le puede faltar a una portera o taquillera?

--Que le guste lo que hace y que mantenga el buen carácter. En el público hay de todo. Al majadero debes convencerlo de que no hay capacidad. A veces la persona es agresiva con el trabajador, se exalta, dice cosas desagradables. Eso me preocupa. Si antes los analfabetos educaban a sus hijos, ¿por qué no lograrlo ahora?

--¿Tienes obras o personajes favoritos?

--Personajes que tengan que ver conmigo, no sé, pero sí me gustó El hijo de Arturo Estévez, de Raúl González de Cascorro, una obra bellísima, con un trabajo de luces impresionante. Me gustó La mandrágora, que dirigió Lourdes Gómez; El mar, Los cheverones, El velorio de Pachencho... Hay obras que recuerdo mucho.

--Son de décadas atrás...

--Sí, son más o menos de la época de Manuel Villabella. De ahora he visto obras interesantes como Abdala, de Freddys Núñez; La lección, Revolico, El retablo de Don Juan y Luz marina, versión de Aire frío, todas montadas por Onel Ramírez.

--Dicen que cuanto le pasa al teatro en Camagüey es porque no hay dramaturgos, ¿qué opinas?

--Dramaturgos sí hay. Uno muy bueno, Pedro Castro, está, solo es cuestión de darle la oportunidad. Últimamente nos vamos por el facilismo de atraer con cosas que no llevan un verdadero mensaje a la juventud. El teatro lleva un mensaje político y también educativo, y esto último está faltando.

--¿Qué ha sido el Tasende para ti?

--Prácticamente mi casa. Me conocía el teatro completo. Sabía dónde estaba tal bombillo, las lucecitas, hasta la cisterna que nadie sospechaba. Con la nueva estructura, no, aunque está muy bonito, han mejorado cosas.

--Aquí has forjado un papel protagónico, ¿cómo prefieres que te vean en la historia del teatro?

--Fui dirigente sindical y recordaré siempre a mis compañeros que ya no están entre nosotros, como el actor Miraldo Medinilla, los directores Bistermundo Guimarais y José Angulo; los tramoyistas Reinaldo Ibáñez y Ricardo Hernández, uno de los más importantes de Camagüey… Quisiera que me recordaran como una persona que trabajó mucho y amó el teatro.

--Caridad, hablas para el futuro, pero eres un admirable presente. El día de la función, ¿qué sientes cuando el teatro abre sus puertas?

--Cuando hay mucho público soy la persona más feliz de este mundo. Por eso digo no a la expresión de 'ojalá se suspenda', porque cuando pasa yo me siento mal. Haber trabajado tanto para que se suspenda... Mi deseo constante es que el público venga, pregunte por las obras, para que no se pierda el teatro en Camagüey y siga siendo una plaza teatral.