CAMAGÜEY.- Los festejos por el aniversario 505 de la fundación de la villa han convocado los mejores esfuerzos, durante la presente Semana de la Cultura, en las diversas expresiones artísticas. Cuando esas intensas fechas de celebraciones llegan a su ocaso, el Teatro Avellaneda acogió una función musical de excelencia protagonizada por el canto lírico y las notas que evocaron el pasado, siempre esencial, de esta urbe.

Inició el espectáculo con la ópera Tínima, del compositor italiano Adriano Galliussi, una obra que se distingue por la participación absoluta de personajes aborígenes. Esa característica la hace única entre otras funciones similares que mezclan, en su historia, a los españoles con los nativos, como Yumurí y Colón en Cuba. La propuesta, además, no representa amoríos fatales, sino la metáfora de un pueblo pequeño que se resiste a la dominación extranjera.

Sobre el proscenio, las cualidades vocales de la soprano Milagro de los Ángeles Soto proyectaron con certeza el dolor y la desesperación de Tínima, quien debía casarse con el hijo de uno de los invasores para conservar la paz en su aldea. El cacique Camagüebax, su padre, encarnado por el timbre potente del bajo Marcos Lima Lima, le dice que las nupcias es el único camino para la salvación, que la lucha contra los poderosos invasores sería una acción en vano, la extinción de su gente.

La joven vive el tormento de la indecisión. Transita una crisis exacerbada por las mujeres de la tribu que le exigían contraer matrimonio y las que le pedían seguir a su corazón, roles desempeñados por las voces femeninas del Coro Profesional de Camagüey. El drama de Tínima lo acentuaron las melodías de la Orquesta Sinfónica provincial, la de Cuerdas José Marín Varona y la de Guitarra Santa María Excorde. Había juventud en aquel escenario. Juventud y talento acopladas al virtuosismo de la pianista Lourdes Cepero y bien orientada por el maestro de orquesta Eduardo Campos Reid.

“Ellos son los enemigos y nos esclaviza”, dice la nativa y, en complicidad con su sentencia, los violines rechinan, los tambores vibran y se hace un silencio que quiebra cualquier posibilidad de un giro en la historia. Al final, sucede la tragedia y la aborigen se lanza a un río, pero antes pide a sus aguas: “abrazadnos y sed nuestra tumba”.

Como segundo momento de la velada, el público disfrutó del arte de un conocido dentro del ámbito sonoro cubano: Gerardo Alfonso. La oferta no fue Sábanas blancas, ni Se puede ser, ni Soy un mambí ni Son los sueños todavía, sin embargo, este músico dueño de una voz tan particular como de una especial sencillez, regaló al pueblo de Camagüey ocho canciones, integradas en una Suite sinfónica denominada Leyendas camagüeyanas.

En compañía de la Orquesta Sinfónica de la ciudad, el compositor habanero interpretó, entre otros temas, El aura blanca, El indio bravo, Cabellos cortos, El Santo Sepulcro y La cruz de sal, inspirados en el libro de Leyendas y tradiciones camagüeyanas, de Roberto Méndez Martínez y en los trabajos investigativos de Héctor Juárez Cedeño.

Reinó en aquellos minutos una nostálgica procesión de imágenes, de sentimientos que Gerardo impregna en tinajones, adoquines o en la pasión de un barbero por una hermosa mulata, llamada Dolores Rondón. Con su desenfado vocal y la nota sostenida se transformó en un colorista de las mejores costumbres que nos definen como camagüeyanos.

Tras concluir el espectáculo, el cantautor agradeció haber compartido el espacio con los artistas locales y felicitó a Camagüey por el aniversario 505 de la villa. Luego los aplausos llenaron el teatro.