CAMAGÜEY.- Quiso el azar que nuestro Adelante circule el día del cumpleaños, y esa coincidencia nos llega como un regalo tuyo, hermosa Villa, porque tus primeros 505 contienen la esperanza de todo nacimiento.

Hoy imaginamos aquel tiempo primigenio, cuando aprendías a respirar con el salitre y dabas los primeros pasos sobre la arena donde sí había puerto, mas la naturaleza trazó el camino hacia el corazón de la llanura.

Nos quedó el mar como la más permanente de las añoranzas y también el dolor por implantarte a costa de la vejación de quienes llegaron primero, aquellos aborígenes que, por cierto, los conquistadores no lograron arrancar de cuajo.

Después de varios intentos, el espacio entre dos ríos surgió idóneo para echar raíz y cosechar cientos de años con desgarramientos, pero también con las alegrías de un pueblo entendido con su idiosincrasia.

Muchos de tus hijos a lo largo del tiempo no imaginaron tanto andar seguro ni el enfoque de las miradas del mundo hacia ti, desde hace diez años, por la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad, de un segmento de la ciudad.

Pero no fueron los edificios los únicos argumentos para el fallo del comité internacional. Pesaron mucho los valores inmateriales, todo aquello que se lleva adentro y se respira en asuntos de tradición popular e identidad.

Si para el medio milenio la convocatoria fue grande, para el cumpleaños 505 los esfuerzos han sido intensos, porque nos compulsas a obras mejores.

A nosotros, tus hijos, nos queda continuar creciendo en civilidad y amor. Nunca será suficiente cuanto hagamos por retribuirte los arropes y la elegancia. A fin de cuentas no todos tienen la suerte de una madre patrimonial y legendaria, una también dulce y devota. Nos tocó. Y esa es quizá la raíz de nuestros orgullos.

Por eso nos alegramos hoy por ti y te agradecemos, entrañable Villa.

Recibe el abrazo de tus habitantes de todos los tiempos.