Su añorado remanso en el reparto La Guernica ha sido un baluarte del amor y del rigor, un sitio donde la información genética se propaga por las cuerdas, como confirmó la hija Yanet a finales del 2015 cuando ganó el Primer Premio del Concurso de Interpretación Uneac. Ella comparte hoy secretos de familia.

“Desde la preparación era complicado porque estoy becada, en servicio social en la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) y trabajo con la orquesta de la Universidad de la Artes (ISA) adjunta al Lyceum Mozartiano de La Habana, que dirige el maestro José Antonio Méndez. El concurso llevaba tres vueltas, y en cada una había que interpretar un programa complejo. Muchos desistieron por la complejidad de ese programa. El premio significa un paso de avance, una alegría para mis profesores, para mi papá que estaba lejos, para mi hermano que también estudia violín. Es una motivación”.

—El premio implica seguir tocando. ¿Cómo te fue con la OSN?

—Bien. Estuve temerosa porque era mi primera presentación con una sinfónica. Todos los violinistas no tenemos la posibilidad de hacer ese tipo de recital, hay que tener un dominio del instrumento profundo. Tocar de solista allí es uno de nuestros sueños. Me hace sentir que, si me esfuerzo más, puede repetirse.

—Ese concierto con la OSN incluyó obras de Chaikovski y de Camille Saint-Saëns. El lauro añade otra presentación. ¿Qué reservas para la Sala Cervantes?

—Allí también estaré de solista. No tengo el programa completo pero irá más a la música de cámara. Con un pianista podría hacer cosas virtuosas, románticas, tocar una sonata de Bach para violín solo...

—¿Es tu meta desarrollarte como solista?

—Hay dos cosas muy diferentes: una lo que quieres hacer y otra lo que puedes en dependencia de la realidad social donde vives. Sueño con ser solista. A lo mejor en otro país da resultado, pero aquí tenemos que hacer otras cosas: música de cámara, tocar en orquestas, hacer música popular de vez en cuando. Me gustaría desarrollarme como tal, pero no puedo asegurarlo todavía. La vida cambia.

—¿Cuánto tiempo dedicas al estudio?

—Normalmente de seis a siete horas. Cada día me propongo avanzar en lo interpretativo y lo técnico, y resolver algún problema. Aunque seamos el violín y yo, siempre se aprende algo nuevo.

—Ser la hija de Sidney Campbell, ¿significa alivio o peso?

—Antes decía que era difícil. Mi papá ha sido una persona importante en el país, en la provincia. Muchos artistas le agradecen, dondequiera encuentro una mano amiga. Que él sea músico ha sido muy bueno pero también un poquito tedioso. Ya soy mayor de edad y todavía quiere seguir controlándome. Desde Bahamas me insiste “¿estudiaste?”. Desde chiquitica me ponía a estudiar, me creó ese hábito. Mi papá me ha guiado. Gracias a él estoy aquí.

“Igual le agradezco junto a mi mamá por darme la vida, por enseñarme como lo hicieron; a mis abuelas, una ya no está con nosotros, me llevaba a la escuela, ambas jugaron un rol importante. Sumo a mi hermano, a mis profesores Carmen María Vázquez, desde el nivel medio al superior, y Alfredo Muñoz, quien me llevó a la graduación y sigue preocupándose por mí; a todos los de la Escuela Vocacional de Arte Luis Casas Romero, la Escuela Nacional de Arte y el ISA por contribuir a mi formación general”.

—Nos quedamos en tu niñez. ¿Cuándo se descubrió la música para ti?

—El violín para los niños es como un juguete nuevo. Veía a mi papá tocando, dando clases y empezamos a jugar. Después se tornó serio, con horarios. Supe tocarlo antes de comenzar en la EVA. Un año antes de entrar fui invitada a un concurso. Del juego se pasa a las responsabilidades. Es una etapa de conflictos, pero si te gusta la música y tienes talento, te acostumbras.

—¿Cómo tocas Camagüey?

—Es mi provincia, pero desgraciadamente las oportunidades están en La Habana, como talleres para músicos de atril sinfónico, que recibí de Ronald Zollman, director de la Sinfónica de la Radio de Praga, y de Jorge Rotter, profesor de dirección orquestal, composición y teoría de la música en la Universidad Mozarteum de Salzburgo, Austria. Menciono las clases magistrales de Roland Glassl, que enseña viola en la Escuela Superior de Música de Frankfurt; Miriam Fried, violinista, profesora y directora artística del Instituto de Ravina; y Renaud Capuçon, violinista solista exclusivo de la casa discográfica Virgin Classics.

“Allá está la posibilidad de festivales en otros países. En el 2015 participé en el “Mozartwoche”, de Salzburgo, y en el “Rheingau Musik Festival”, de Wiesbaden, Alemania. Eso te obliga a emprender vuelo. Tampoco me iré para siempre. Me gustaría estar aquí, poder ayudar al desarrollo de Camagüey, pero estar afuera permite otras experiencias, incluso deseo estudiar en otro país”.

—Se dice que los violinistas tienen muy buen oído, ¿qué prefieres escuchar?

—El oído juega un papel determinante en el violinista ya que nuestro instrumento no tiene indicaciones que te digan dónde encontrar cada nota, a diferencia de la guitarra (tiene trastes), el piano y otros. La afinación es un punto clave en la interpretación violinística. Hay mucho ruido en el ambiente, en las casas y en las escuelas. Por eso valoramos de excelente el trabajar sin ningún tipo de ruido, escuchar el sonido de la nada. Ahora mismo prefiero el silencio.

—¿No piensas componer?

—La composición te ayuda a ver la música desde otro punto de vista a la hora de interpretar, te abre el espectro. Cuando chiquita me sentaba al piano, mi papá me decía “inventa algo” y me ponía a improvisar. No me he puesto para eso. Debería, porque los conciertos para violín poseen cadencia, y los grandes violinistas del mundo se componen sus propias cadencias. Dicen “toco Mozart pero la cadencia es mía”. Sería magnífico.

—¿Podría faltarte alguna nota musical?

—Ninguna. Las notas musicales son como los colores en un paisaje donde cada una representa un personaje diferente. Ninguna podría faltar.

—Más allá del objeto, ¿con qué imagen te representas la música?

—Es una pregunta complicada. La imagino de una manera abstracta: simplemente las cosas sucediendo de manera creativa y con plena libertad.

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