CAMAGÜEY.- Mildred de la Torre Molina está ante una incógnita de vida, que no logra despejar con sus herramientas de investigadora y profesora universitaria, ni con las magnitudes de su Premio Nacional de Historia 2016. Todo indica que parte de la “culpa” se debe a su reencuentro con la ciudad natal, y a los mimos recientes en esta provincia, donde acaban de distinguirla como Hija Ilustre de Camagüey.

“Hace mucho tiempo siento que estoy en casa. Siento la ciudad como mía. Me pierdo muchas veces, todavía no la domino bien, lógico, porque no la he vivido todo el tiempo, pero es una sensación extraña. Cada vez me atrae más y no sé qué va a suceder, pero todo parece indicar que el final de mi vida va a ser aquí.

“Soy de La Vigía. Nací en La Colonia Española. Era una niña muy fea, pero simpática. Me bautizaron en la iglesia de El Carmen. Parece que tenía sed y me tomé el agua bendita”, prácticamente así comenzó nuestro diálogo, en medio del Encuentro de Escritores, en febrero, y que ha continuado en la Feria del Libro.

“Hubiese deseado crecer en Camagüey. Nos fuimos para La Habana y de allí para Venezuela. Regreso casi al cumplir los nueve años y sigo para Cienfuegos. Allá estudié en un colegio norteamericano. Después del triunfo de la Revolución la familia se reúne en La Habana”, me dice.

En efecto, la conciencia de la raíz es su práctica cotidiana, porque sabe y enseña que las historias de la nación no cuajan sin las historias de su gente.

“Mis ancestros más lejanos en el tiempo son de Camagüey, de finales del XVIII. Por los De la Torre, un grupo se asienta aquí y otro continúa y funda Cienfuegos a principios del XIX. Por parte de mi madre, los bisabuelos pierden las propiedades cuando la reconcentración, y al terminar la guerra del ‘95 emigran a Camagüey. Son los Reyes, asentados hasta nuestros días.

“Por eso, mis dos grandes amores son esta ciudad y Cienfuegos, porque mi segunda infancia la pasé allá”.

¿Estará idealizando a Camagüey?

—Es posible. Es una ciudad efervescente. Se siente, se escucha, se vibra por todas partes. Lo ves en el teatro, en las calles, en la manera de vivir, de hablar, en sus miradas, al gesticular, en cómo camina su gente, en sus silencios, porque no se entrega hasta que no te conoce.

“Las puertas de las casas del Camagüey se abren a la cultura. Eso puede ser conocido como una pedantería, pero si en eso consiste el orgullo, bienvenida sea la pedantería. Además tienen un gran sentido del humor, más en la palabra que en la escritura; no se escribe tanto como lo que se habla con sentido del humor. El humor negro es común en el camagüeyano, la burla hacia sí, de lo que rechaza no se burlan, sencillamente no existe ese otro si no es educado, amable. He aprendido mucho de los proyectos que tienen y me encanta su alegría por la ciudad”.

Pero no todo ha sido color de rosa para Mildred, por un incidente lamentable: “La primera vez que regresé a Camagüey fue en el ‘61 para alfabetizar. Tuve una experiencia muy triste. Llegamos como a eso de las diez de la noche. Se rompió la guagua y tenía una sed inmensa. Toqué en una casa con mi jarrito y me tiraron la puerta. Parece que no eran buenas personas. Otra familia no lo hubiera hecho.

“Realmente conocí la ciudad en el año ‘72 para dar unas conferencias a la Columna Juvenil del Centenario. Ya era licenciada en Historia, había ejercido la docencia universitaria, me había casado, y tenía un nivel de desarrollo intelectual.

Luego vuelvo en el año ‘83 a investigar el autonomismo en Camagüey, para mi libro publicado en el ‘99, Premio Ramiro Guerra. Estuve tres meses, y me quedé fascinada con mi ciudad natal. La caminé sola todo lo que pude y establecí un contacto maravilloso por Gustavo Sed”.

Entonces Mildred, con su facilidad para emocionar con la palabra, vindica a un hombre entrañable por consagrarse a la región.

“Buena parte de mi fortalecimiento amoroso por la Historia ya en una fase adulta se la debo a los diálogos con él, incomprendido durante muchos años, pero muy amado por esta ciudad. Nos conocimos en la Biblioteca Nacional, y aquí lo busqué. Al estilo camagüeyano, a las cinco de la tarde tomábamos café con queso. Gustavo Sed me permitió profundizar en mi amor instintivo por Camagüey”.

Usted defiende la existencia del documento, del periódico de papel, pero toca su historia también desde lo sensitivo, desde la espiritualidad...

—Como he sido una niña itinerante y sigo siéndolo de mujer, me siento bien donde me encuentre. Fuera de Cuba soy capaz de adaptarme inmediatamente, porque sé que voy a volver. La sensación del regreso está en mí siempre. Con Camagüey siento un misterio como si estuviese buscando algo que tengo que descubrir ya sea a través de la escritura, del lenguaje verbal...

¿Qué sentido adquiere hoy el orgullo de ser cubano?

—Ser cubano no es una elección dirigida, es cultura y la cultura es conocimiento. Puedo llenarme de orgullo de toda esa extraordinaria cultura histórica de mi pueblo, de mi raíz, pero si lo que estoy viviendo está por debajo de lo que me enseñaron, se me desbarata el esquema. El sentido de pertenencia además de conocimiento, de cultura histórica y espiritual, está determinado porque exista una sociedad próspera con la que yo me identifico. Nadie se identifica con la miseria ni con las tragedias. Nosotros nos identificamos con lo mejor y eso mejor tenemos que vivirlo y lograrlo.

Durante demasiado tiempo se ha presentado la Historia como lo difunto…

—La primera vez que expresé esta idea fue cuando me opuse a que se hablara de la Generación Histórica, porque para la mayoría de las personas, lo histórico es lo muerto. Los historiadores somos científicos sociales que estudiamos críticamente el pasado, pero hay algo que no se dice lo suficiente o que no se entiende, y ese algo consiste en que la Historia vive en el presente. ¿Cómo vive? En las costumbres, en las tradiciones, en el pensamiento, en la memoria, en los hábitos, en el hablar, en la música, en la literatura, en la cotidianidad porque adoptas conductas y tienes una forma específica de ver la vida, según tu mundo pasado y tu formación.

“La Historia no está muerta porque vive en la gente, vive en las imágenes del recuerdo y en las conductas que se asumen. Tienes que conocer lo que pasó, porque si no repites la misma experiencia sin darte cuenta, y lo que se repite no sale bien. Si quieres encontrar creación en tus conductas, tienes que tener sabiduría histórica para encontrar repuestas a las grandes interrogantes del presente, y para asumir una cultura necesaria para transformar el presente”.

Se dice que la Historia es la más avanzada de nuestras ciencias sociales, aunque paradójicamente pierde terreno en el interés de la población…

—Las causas son múltiples: el manido discurso o teque. El cubano es una persona creadora, dinámica y la alta dosis de pragmatismo nos viene de muchas culturas que ha tenido que sobrevivir a los avatares, incluyendo la norteamericana, los norteamericanos son los pragmáticos por excelencia.

“Cuando concibes la Historia como algo ajeno a ti y con íconos inalcanzables, porque nuestros héroes y mártires son dioses, y sus hazañas y excelsitudes no tienen que ver con mi vida de todos los días, ¿cómo voy a ser como ellos? Además no se trata de imitarlos, se trata de conocerlos. El conocimiento es infinito, y cada cual lo asume según su capacidad y como se le enseñe. No es que sea como ellos sino que aprehenda de lo mejor de ellos, y transforme como ellos transformaron sus vidas, la vida de los demás”.

Más allá de lo esgrimido por el jurado, ¿cómo evalúa su Premio Nacional de Historia?

—El Premio es un día, un suceso, un momento. Da gran alegría, no lo niego, pero lo que más me alegra es sentir que la gente está feliz porque yo sea Premio Nacional de Historia. Me encanta eso que dicen de la tercera camagüeyana que lo recibe. El Premio lo decide un jurado, la obra es la vida, y de esa sí estoy profundamente contenta, no para vanagloriarme, sino para disfrutarla. El resolver interrogantes, el seguir pesquisas investigativas, el oficio del historiador es apasionante. El Premio es una gran alegría por lo que he sido capaz de dar.

En un espacio de la Feria del Libro en pleno Casino refería algo que nos une a usted y a mí, y es la profesión de fe en la verdad...

—Soy una apasionada de la Historia que brinda conocimientos a través de la investigación y la docencia. Amo la Historia porque amo la vida, y mientras haya vida habrá Historia. Amo la Historia porque sueño y creo en las quimeras. No se puede vivir sin proyectos de vida. Amo la Historia porque muchas veces veo una fantasía convertida en realidad, por lo que el ser humano tiene dentro y es capaz de construir y de crear. La Historia para mí es un compromiso continuo de desinterés humano. A través de ella sigo los buenos caminos porque ella siempre da buenos caminos.

Foto:Cortesía de la AHSFoto:Cortesía de la AHS

La Asamblea Provincial del Poder Popular distinguió como Hija Ilustre a Mildred de la Torre, Premio Nacional de Historia 2016.Foto: Tomada de pprincipe.cult.cu La Asamblea Provincial del Poder Popular distinguió como Hija Ilustre a Mildred de la Torre, Premio Nacional de Historia 2016.Foto: Tomada de pprincipe.cult.cu