Llegó a este mundo el 12 de julio de 1904 en Parral con el nombre de Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, y se sintió durante toda su vida profundamente enraizado en su tierra chilena pese a haber llevado una existencia de viajero incansable. Su madre, Rosa Neftalí Basoalto Opazo, murió de tuberculosis poco después de dar a luz, y su padre, conductor de un tren que cargaba piedra, José del Carmen Reyes Morales, se casó dos años después con Trinidad Canbia Marverde, de quien Neruda escribiría: "Era una mujer dulce y diligente, tenía sentido del humor campesino y una bondad activa e infatigable".

Su padre se oponía abiertamente a que ejerciera la vocación de escritor, de modo que cuando el 28 de noviembre de 1920 obtuvo el premio de la Fiesta de Primavera de Temuco, el joven poeta ya firmaba sus poemas con seudónimo, un ardid para desorientar a su progenitor. El nombre elegido, Neruda, lo había encontrado por azar en una revista y era de origen checo, pero lo que no sabía Neftalí era que se lo estaba usurpando a un colega, un lejano escritor que compuso hermosas baladas y que conocía de sus viajes.

Para algunos que lo conocieron, especialmente para aquellos que vivieron con él la lucha contra la miseria y la opresión de los pueblos, Pablo Neruda gozó del carisma excepcional de todos su pueblo. Pero para la mayoría de los lectores que no gozaron de la fortuna de su abrazo, el poeta será siempre aquel personaje tímido, invisible y agazapado que se ocultaba tras los barrotes horizontales y tenues de sus lindas canciones de amor.

Uno de los privilegiados, Nicolás Guillén, compartió con él cuando permanecía en Chile en el Congreso Continental de Cultura en el que participó el poeta nacional. Neruda dictó conferencias en la Universidad de Chile, institución a la que hizo donación de su biblioteca personal y esta relación con la Universidad dio origen a la creación de la Fundación Neruda para el Desarrollo de la Poesía. Amistas duradera con Guillén saldría de este pequeño encuentro, a pesar de no poder relacionarse mucho estos dos grandes.

Otra de sus virtudes: la política, tuvo su punto culminante en el año 1970, cuando el Partido Comunista lo designó candidato a la presidencia de Chile, pero el poeta no dudó en renunciar para dar todo su apoyo a Salvador Allende, a quien secundó decididamente en su campaña electoral. Más tarde, llegado al poder el gobierno de Unidad Popular en 1970, recibió el nombramiento de embajador en París.

Con Cuba el vínculo también fue enorme, alcanzarían una dimensión más profunda al producirse en marzo de 1942, la primera de las tres visitas que realizó Neruda a la Isla, cuando era cónsul general de su país en México. Múltiples fueron entonces los actos en los que participó Neruda, acogido amorosamente y no exento de polémica entre los intelectuales cubanos de la época.

Pero fue en diciembre de 1960 cuando Neruda llegó a esta isla, en compañía de su Matilde, para conocer más sobre la Revolución y asistir, igualmente conmovido, a la presentación de la edición habanera realizada en los talleres de la Imprenta Nacional, de su cuaderno Canto General. Sin embargo, dejaría más que palabras a su paso por la isla, Pablo sembró historia, amor y hermandad con nuestro país en sus dos próximas y últimas visitas.

En 1971, se convirtió en el tercer escritor latinoamericano y en el segundo chileno que obtenía el Premio Nobel de Literatura, pero su encumbramiento literario no le impidió continuar activamente en la defensa de los intereses chilenos. En Nueva York, aprovechando una reunión, denunció el bloqueo estadounidense contra Chile, y tras renunciar a su cargo de embajador en Francia, regresó a Santiago donde fue pública y multitudinariamente homenajeado en el Estadio Nacional.

En la cúspide de la fama y del reconocimiento también lo esperaban horas amargas. En 1973, el 11 de septiembre, fue sorprendido por el golpe militar contra el presidente Salvador Allende y profundamente afectado por la nueva situación quiso el destino que falleciera el 23 de septiembre de ese mismo año en Santiago. El mundo no tardó en enterarse, entre la indignación, el estupor y la impotencia, de que sus casas de Valparaíso y de Santiago fueron brutalmente saqueadas y destruidas. Sus funerales se desarrollaron en medio de una gran tensión política.

Tras su muerte vieron la luz los poemarios que había escrito antes de morir: Jardín de invierno, El coraNeruda zón amarillo, Libro de las preguntas, Elegía y Defectos escogidos, todos ellos editadas por Losada en Buenos Aires en 1974 y en Barcelona apareció su última obra, la autobiografía Confieso que he vivido.

Cualesquiera que sean las objeciones que pueda suscitar su posición política y el efecto de la misma sobre su obra, Neruda es sin duda, el poeta de mayor prestigio de Hispanoamérica y uno de los valores excepcionales de la poesía continental latinoamericana. Pero su importancia dentro de la poesía americana es semejante a la que en otro tiempo tuvo Rubén Darío; como el nicaragüense, también Neftalí ha influido hondamente en todo el ámbito hispano, incluyendo la poesía española contemporánea.

Salvados del olvido, aquellos capítulos de Neftalí cobran vida hoy nuevamente a 42 años de su muerte, no solo desde Chile o Cuba, sino desde el mundo entero, quien lo recuerda como aquel hombre que siempre alimentó su pasión por las letras, compartidas con las esperanzas y los desgarramientos entre el Caribe y el Pacífico. Esas palabras, esos poemas no caen al vacío, son demasiado grandes para que se olviden, tienen nombre eterno: Pablo Neruda.

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