CAMAGÜEY.- A la sombra de un árbol de su escuela conversamos aquella mañana que le conocí la mirada dulce y el hablar bajito. Martha Álvarez Pérez parecía la más niña de sus textos, con la pena colorada del rostro, como si la vida suya no fuera una historia encantadora.

Ella vive en el pueblo de Siboney. Casi siempre camina un kilómetro de la casa a la Carreterra Central, y con buena suerte si coge enseguida un carro, puede llegar media hora después a su trabajo en la zona urbana de Sibanicú.

Martha labora como profesora de Informática en el centro universitario municipal. Aprendió la especialidad en una formación emergente, porque su primera carrera fue la licenciatura en idioma ruso. Además de la predilección por la enseñanza, su vocación paralela nace del gusto por la literatura.

“Yo escribo desde niña. Escribo porque uno tiene cosas que le inspiran y trata de decir lo que siente. Uno puede escribir de cualquier cosa. La literatura siempre hará falta para despertar sensibilidades”, afirma la autora de Retozos y libaciones (Editorial Ácana, 2001), mención en el Premio de la Ciudad.

“Yo provengo de taller. Cuando me mudé para Siboney en el año ‘83, supe que había un taller en Sibanicú. Ahí estaban Niurki Pérez y Ernesto Adán, después entró Domingo Peña. Se hacían muchas actividades. Tenía buenos profesores y un grupo que despuntó. Luego del sectorial municipal de Cultura me pidieron que atendiera el taller de Siboney”.

Por la destreza creativa abarca casi todo: escribe poesía, cuentos para adultos y prepara una noveleta para niños. Ella se ha tomado muy en serio el público infantil, y una muestra de su respeto salta a la vista en Didascalia (Editorial Ácana, 2006), ilustrado por Isnel Planas.

“Solo he publicado dos libros. Tengo varios títulos que pudiera presentar a nuestra editorial. Uno se va dejando porque vivo en Siboney y trabajo en Sibanicú. Sí me gustaría publicarlos para que los niños puedan leerlos”.

Entre los documentos que muestra está el Reconocimiento Hogar Cultural, de la Dirección Municipal de Cultura en Sibanicú, el cual permite comprender la magnitud de su familia. Aprovecho entonces para preguntarle de su hija Martha Acosta Álvarez, recientemente galardonada con el Premio Iberoamericano Julio Cortázar.

Marthica es buena lectora y crítica y el trabajo de edición le queda de lo mejor. Dice ella que le gusta todo lo que yo hago. Es la primera persona que me lee, aunque además se lo leo a mi esposo y a mi otro hijo que también escribe. Mi hija sabe escuchar y me da ideas. Nos acostumbramos a leer juntas cosas de otros autores, un capítulo cada una y aún nos divertimos muchísimo con eso”.

Mi entrevistada luego me comenta de un proyecto de investigación para estimular el hábito de la lectura con el uso de tecnologías digitales y de su anhelo por el resurgimiento del taller literario de Siboney, donde vive hace unos 35 años, adora el olor a mela’o del central, y es la delegada de su circunscripción.

“Siboney era un lugar con un movimiento fuerte de aficionados en diferentes manifestaciones. En literatura los pocos que quedaban se han ido separando. Algunas personas quisieran escribir pero lo ven como algo grandioso. A otras no les parece útil. Cuando empecé hubo quien dijo que si no me pagaban por qué “perdía el tiempo”. Yo lo hago porque quiero llamar la atención sobre lo que otros no se dan cuenta. Escribiendo no pierdo el tiempo”.