CAMAGÜEY.- Llegó el circo a la ciudad, y con él viaja “Afranio” un tierno elefante que tiene a su cargo el principal número de la compañía. Todos esperan verlo, jugar con él lanzándole pelotas, colándose entre sus patas y al final recibir un saludo de su amigable trompa. Pero son tiempos difíciles.

Decimos que difíciles por los ingresos del circo que carece de personal –pues se han buscado sitios de mejor remuneración económica- no alcanzan para sostener el empeño del grupo de artistas. La situación poco a poco ha ido socavando la estabilidad y los logros que en otros tiempos permitían la marcha ascendente del colectivo. Entonces… ¡hay que tomar decisiones!

Aunque resulta un duro golpe, se ven obligados a dejar a su querido elefante a cargo de una niña que se compromete a cuidarlo y darle mucho cariño. Pronto, las malas pasiones de algunos habitantes insensibles del pueblo intentan hacer mella en dicha relación y sin argumentos coherentes comienza la tirantez hacia la presencia de Afranio.

Por ahí se hilvana la fábula que nos regala la compañía Teatro D´Luz, que bajo la dirección general de Jesús Rueda Infante y la propuesta artística de Juan González Fiffe, estrenó la puesta: Un elefante es cosa seria, inspirada en el cuento La niña y el elefante, de Frei Betto.

Transitando por la estética del teatro callejero –inquietud desde hace varios años de Teatro D´Luz- nace una puesta llena de gran atractivo visual y una historia de una carga emotiva que por sí sola atrapa la atención del transeúnte. La visualidad a la que hago referencia está sostenida por una acertada unidad de diseño que recrea y sumerge a los espectadores en ese universo de los circos.

La historia por su parte dialoga sobre la intolerancia del ser humano hacia lo que nos resulta diferente, a lo que desechamos sin conocerlo. Nos habla de esa ingenuidad desprejuiciada de los niños que día a día nos dan lecciones de vida ante un mundo de corazones estériles. Quizá desde esa arista nos llega una idea fundamental que nunca dejará –aunque sea recurrente-- de ser importante: “solo el amor, ese sentimiento que a veces se nos vuelve escurridizo, es capaz de imponerse ante la maldad y hacer lo correcto”.

José Martí también habló de eso cuando expresó: “…hacer el bien no solo es parte del deber, sino de la felicidad” y cuando observamos en la representación al personaje de la niña que contra viento y marea protege a su amigo elefante –por ejemplo- de un grupo de señoronas aristocráticas que temen por la integridad de sus bienes ante la presencia del noble animal, se nos mueve la compasión y parte del público asistente pide a voces:- dejen a Afranio en paz, pues no ha hecho nada malo.

Considero el espectáculo además un homenaje oportuno y merecido al circo cubano, una forma de arte que debido a la cantidad de recursos que amerita se ha visto seriamente afectado en nuestro país y aun así los que se mantienen intentan brindar un producto de elevada calidad.

Un elefante es cosa seria es máquina del tiempo que nos remonta a pasajes hermosos de la niñez, sobre todo de los que tuvimos el privilegio de conocer al menos una carpa real y majestuosa, como me pasó al ver con cinco o seis años un espectáculo del Circo Areíto en mi pueblito rural de la Gloria, en el municipio de Sierra de Cubitas.

Otro tema que se aborda intencionalmente es el de la fluctuación de artistas que abandonan su labor en la búsqueda de nuevos horizontes alejados del arte y de otros que concentrados solo en la comercialización de su obra abandonan el sentido social de la misma.

Teatro D´Luz llegó con su tropa como un aguacero en tiempos de sequía para las calles camagüeyanas, oxigenó su ambiente y refrescó el aire por el que solo parece que transitan las ondas digitales de la Wifi. A su paso, los actores atraían la atención de todos: borrachos, mujeres, niños, ancianos, cibernautas. Con una conciencia y un derroche de energía que los dejó exhaustos al concluir la función defendían las ideas de la obra como si en ello les fuera la vida, y eso es lo que más admiro como espectador.

Un momento interesante –aunque parezca simple– fue cuando un vendedor de rositas de maíz donó uno de sus paquetes al amistoso Afranio, y cito al compañero: “Que coma. Este animal tiene que estar cansado de tantos problemas”.

Qué bello el teatro, qué magia poderosa tiene que destruye muros y crea puentes.

Algunos detalles a mi entender, pueden ser analizados para que contribuyan a la isotopía del discurso. La puesta al estar diseñada para ser itinerante por las calles se prolonga en tiempo de escenificación y por momentos se difumina el hilo conductor, también al ser cuatro los espacios destinados para hacer las paradas que cuentan directamente la historia, no permite que el espectador –que dispone de poco tiempo-- pueda al final entender de qué va la obra, pues al partir de un lugar hacia otro se crea la confusión de… ¿se acabó o no?.

Solo unos pocos deciden emprender la travesía junto a los “comediantes”, aspecto que desde la dramaturgia del actor puede colaborar con el engranaje de los diferentes cuadros, pues al ser una obra contada aristotélicamente se corre el riesgo de perder el argumento general.

Para terminar, agradezco a la familia de Teatro D´Luz por esta nueva pieza que envuelve a todos en sus sucesos. Los niños y las niñas corren detrás del carromato de artistas por las calles, las personas reaccionan a cada momento como si fueran parte de la trama, y “Afranio”, el más querido de los personajes, se erige símbolo ante la intolerancia.