Duele lo que pasó Rafael Saladrigas Ruiz por hacerse bailarín: “Teníamos 9, 10, 11 años de edad y nos ofendían, por eso nos fajábamos en los pasillos laterales que tenía el Teatro Principal. Sí, tuvimos choques en diferentes lugares. A Alberto Piloto hasta lo apuñalaron”, recuerda el regisseur y maître del Ballet de Camagüey (BC).

Su pasado, por suerte, no bulle en el presente, aunque los prejuicios en torno a la sexualidad persistan en que la herida sea profunda: “Muchachas y adultos pensaban que nos inyectaban o nos daban pastillas. No entendían que ‘si el bailarín cargaba a la bailarina y se la pasaba por todo el cuerpo no reaccionara al contacto’. Por lo regular venimos juntos desde niños. Forma parte de nuestro trabajo, como el del ginecólogo es tratar a mujeres desnudas. El morbo por lo sexual es un problema de la mente”.

Ante las agresiones, ¿cómo educar a los otros?, ¿cómo ganar sin pelear? Asumieron como una estrategia del toma y daca: “En mis inicios, la escuela llevaba pocos años. La mayoría de las personas no tenía conocimiento del ballet, ni se difundía por los medios de comunicación. Había que convencer de que era una rama útil como la del médico, el arquitecto y el ingeniero. Se acudió a las charlas didácticas. Se trataba de captar a quienes fueran varoniles, claro, con las aptitudes idóneas para la especialidad”.

Casi siempre, el rechazo empieza desde la casa, pero Saladrigas tuvo el beneficio de lo ignoto: “Mi papá era un carpintero, encofrador, y mi mamá, ama de casa. No sabíamos nada de ballet. Estaba predestinado para estudiarlo. Al lado de casa vivía un matrimonio con cuatro hijas y un varón. Tuvimos mucha afinidad. Una me pide que la acompañe a las pruebas. Esperaba por ella cuando unas muchachitas me toman de la mano, me suben por la escalera, me ponen un shortcito y empezamos a hacer punteo, ranitas… En la casa conté de aquellos ejercicios, de que allí se practicaba karate, gimnasia, deporte, y que Vicentina me había dicho: ‘Usted espere. Si se le manda un telegrama es para que entre a la escuela’, y me llegó”.

Pero la aceptación en el hogar también implicó paciencia y constancia: “Se fueron familiarizando con el mundo del ballet, como se hacían funciones de fin de curso, después empezaron los festivales nacionales de ballet, y nos presentábamos en el Teatro Principal, en el Alkázar, en el Palacio de los Pioneros. Mi padre fue un poco reacio, pero me fue dando su apoyo hasta que la aceptó como una carrera más”.

En su lista de afectos, Saladrigas preserva nombres cabales: “Primero está Vicentina, porque aparte de que fue la directora fundadora de la compañía, nos acogió como una madre, porque éramos niños de ocho años que permanecíamos más tiempo en la escuela que en nuestra propia casa. Nos inculcó muchos valores, el respeto y el sacrificio por la carrera. También Mayra Montero, Amelia González, María Eugenia Reyes, Osvaldo Beiro. Ellos me formaron como bailarín.

“Ya en la compañía, agradezco haber trabajado con Fernando, Vede, Isabel Rodríguez; con Francisco Lang, Jorge Lefebre, Lázaro Martínez, José Antonio Chávez y Humberto González, quienes formaron parte del taller coreográfico que Fernando fundó aquí, así como con Gustavo Herrera e Iván Tenorio, ambos del Ballet Nacional, pioneros de la línea coreográfica contemporánea del BC”.

Hoy, Saladrigas es el maestro con el peso de la herencia: “Es una gran responsabilidad. Ya cumplí 41 años aquí. Entré en la compañía en septiembre de 1976. Primero fueron 20 años como bailarín. Luego pasé a la dirección artística en el cargo de regisseur y de maître. Yo he sentido amor por las dos etapas. Trato de ser cada día mejor para que el público nos siga premiando con su aplauso”.

Precisamente esa admiración que le emana del pasado, acrecienta su ocupación por un futuro también pródigo: “Por suerte tenemos escuelas de arte, pero hay que lograr que esos graduados permanezcan muchos años en el Ballet de Camagüey. En cualquier compañía del mundo, los artistas van y vienen cuando no se cumplen sus expectativas. Nos golpea el salario. Un primer bailarín, un coreógrafo, un regisseur principal gana como máximo 690 pesos; en el polo turístico se paga casi diez veces más. Muy buenos se han ido hasta del país y no hacen carrera como bailarines clásicos, es una lástima después de ocho años de estudio.

Además de lo esencial del alma, Saladrigas aconseja de la forma: “No hay roles pequeños. Siempre le di importancia a todo lo que hacía, de todo te enriqueces. Inciden muchos factores: que te cuides, que te prepares física y mentalmente para asumir clases, ensayos, funciones; que no te lastimes. La carrera del bailarín oscila entre 20 y 25 años. Cuando ya tienes una edad determinada, haces papeles de demi-carácter, pero con más de 40 años ya no te ves una persona fresca. Pasa como con los actores, según el rol será la óptica con la que te va a mirar el público”.

También de la sinceridad cotidiana depende la irradiación en el entorno inmediato: “En la casa, aunque no quiera, obligatoriamente hay que hablar de ballet, porque mi esposa es la subdirectora de la especialidad en la Academia; y mis dos hijos con ella, uno ya es solista del BC, y el otro estudia artes plásticas. Buscamos ayuda mutua, para lo que atravesamos. En el barrio soy lo más sencillo posible. Todo cuanto inculco se basa en la modestia y la sencillez”.

Son valores de la cuna, la cosecha del arraigo: “Me gusta la música, la lectura, el deporte. Antes de entrar a la escuela de arte yo jugaba pelota y participaba en campeonatos nacionales. Aunque me decidí por el ballet, seguí jugando pelota, incluso cuando estuve en Guyana por colaboración técnica. Me gustaría ser recordado como alguien que se ha entregado en cuerpo y alma a la cultura desde el BC, que representa mucho para mí, porque soy camagüeyano y porque es un fruto de la Revolución”.