El antiguo Tejar de Carrasco se convirtió por aquellos años en el ámbito designado para “concentrar” a los obradores del barro, hasta tanto se implementara el taller La Tradición, de Industrias Locales, en el reparto San Miguelito.

“Miguelito”, el mayor, y maestro de los otros dos, tozudo y persistente, logra fabricar los nuevos tinajones de gran porte, del siglo XX lugareño.

“Angelito” destaca por su simpatía, jovialidad y por ser capaz de tornear los mejores tinajones miniaturizados.

Manolo o “Manolito el alfarero” goza del reconocimiento de todo un gremio, como “viabilizador” de la transformación operada en el quehacer cerámico de la ciudad; aseveración esta que aun pudiendo resultar contradictoria en relación con otros testimonios relacionados con la tradición alfarera del Camagüey, la realidad histórica conmina a deslindar dos acciones culturales paralelas en la década de los ‘70 del pasado siglo.

Si bien Miguel Báez Álvarez (con el apoyo de varios tecnólogos) rescata una tradición perdida en el olvido, Manolo Barrero posee el mérito de haber apoyado con su actitud la transformación de la pieza utilitaria tradicional, en la “Nueva Cerámica Camagüeyana”, como soporte artístico.

La presencia de artistas con pretensiones fuera de lo común y sin experiencia profunda en un medio tan singular como resulta un taller de artesanos —donde cumplimientos y sobrecumplimientos alejan de lo fundamentalmente artístico— ocasionó curiosidad, sorpresa y hasta celos profesionales.

Manolo, el más receptivo y despojado de lastres segregacionistas, pudo percibir que aunque lo que pretendían aquellos “peluses locos” requería de soluciones no comunes, podría resultar interesante.

Innumerables descalabros acompañados de “importantes pérdidas de materiales y tiempo” para la administración de entonces, fueron razones convincentes como para ponernos “de patitas en la calle”.

Es este el momento definitorio, en el cual Manolo y su inseparable Eneida nos abren las puertas de sus corazones, casa y taller, para que siguiésemos “rompiendo piezas” hasta conseguir el objetivo que desde ese instante se convirtió en un propósito de cuatro.

Aquel habanero aplatanado en el Camagüey supo absorber, adueñarse, ser lo suficientemente receptivo para superarse y hacer equipo con quienes parecían querer comerse el mundo sin recursos apropiados.

Y ocurrió “el milagro” y se hizo realidad la utopía. Convencidos, fuimos capaces de convencer, y de donde “nos corrieron”, solicitaron nuestro trabajo para crear una nueva línea de producción.

Locuaz, bromista, caballero de buen carácter, artífice del bien hacer, emprendedor y arriesgado, adoptando nuevos perfiles y soluciones, aligeró las paredes de las nuevas piezas muy distantes de lo acostumbrado. Diseños que requirieron de su destreza y conocimientos prácticos, los acometió con verdadero placer, rompiendo esquemas de pobre o primitiva elaboración.

Con más de ocho décadas sobre sus recios hombros, todavía “Manolito el alfarero” nos sorprende con piezas de exquisito acabado y sonido de campanas.

*Artista de la Plástica

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