Los últimos meses, quizás un año, afrontaba problemas de salud, que adjudican como naturales a un octogenario. “Pero la muerte siempre es una sorpresa”, ha sentenciado el poeta Sergio Morales Vera. Pasó este 12 de agosto, a diez días de haber cumplido sus 86. Le sepultaron el 13, tal vez el día que jamás deseó por su lealtad a Fidel.

En los más jóvenes sembró el recuerdo en refinadas tertulias en la Biblioteca Provincial o en la sede de la Uneac, como efusivo declamador de sus versos a Ignacio Agramonte, a Ernesto Che Guevara, al Ejército Rebelde... Nunca olvidaba nuestras fechas históricas. Con su grandilocuencia emanaba fervor patriótico.

Su prolífero currículo de activa militancia y denuedo creador conjugaba momentos trascendentales de la nación como fundador de la Uneac y de la dirección de Cultura en la provincia. En ese sector desplegó una labor ingente durante 30 años, a través de cursos y charlas sobre la historia, la literatura, las artes y el pensamiento revolucionario.

Este hombre de cultura colaboraba para la prensa escrita desde la década del '40. Cuando egresó del curso nocturno de locutor en1953, llevaba unos nueve años como obrero gráfico en el taller de encuadernación de la Compañía Comercial EI Camagüeyano, S. A., y en Encuadernación Yánez, de La Habana. Su firma fue de las primeras en el naciente Adelante. También se desempeñó en programas musicales y literarios de la radio local, incluso trabajó con el prestigioso locutor Nino Moncada.

De su incidencia en la segunda mitad del siglo XX ha preponderado su Taller Literario Rubén Martínez Villena, que dirigió durante 22 años. Muchos de los actuales escritores con resonancia nacional recibieron allí sus lecciones iníciales de acentuación y rima, de gramática y ortografía. Más de una anécdota perdura de aquellas reuniones nocturnas en la Casa de la Trova Patricio Ballagas, donde sentó cátedra de rigurosidad, porque la literatura había que tomarla en serio, de ahí su insistencia en el dominio de la técnica y en el verdadero compromiso social.

Las distinciones Raúl Gómez García, Espejo de Paciencia y Por la Cultura Nacional, entre otros reconocimientos, intentaron retribuir la gran deuda del país a ese camagüeyano respetuoso, dispuesto y solidario; a ese incansable estudioso, de finísimo gusto musical, que dedicó su existencia a lo soberbio.

Sí, Juan Ramírez Pellerano ha muerto como en el presagio de Canción del sainete póstumo, de Villena. Mantengámoslo vivo en la memoria y en los vaivenes cotidianos, de la casa a la ciudad, y viceversa, para que no ocurra el olvido, ese “distanciamiento del espíritu humano” que tanto señaló su poeta insomne.


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