CAMAGÜEY.- La muy esperada escultura de Gertrudis Gómez de Avellaneda, de Sergio Roque Ruano, acaba de ser emplazada en esta ciudad, y será desvelada el primero de octubre, en la apertura del XVI Festival Nacional de Teatro.

La pieza, situada donde se unen las calles Avellaneda y General Gómez, a pocos metros del teatro homónimo y de la casa natal de la poetisa y dramaturga, estaba lista en el 2014, a propósito del programa de celebración por su bicentenario.

Pero nuevas regulaciones del Consejo de Estado en relación con monumentos históricos prolongaron su aprobación hasta hace unos 15 días, explicó recientemente a la prensa Irma Horta Mesa, directora de Cultura en la provincia.

El artista, oriundo de Nuevitas y radicado en Matanzas, dará los toques finales al monumento, cuando llegue a esta ciudad para realizar un sueño frustrado durante más de tres décadas.

Sergio Roque presentó el proyecto por primera vez al público cubano en el Palacio de Junco, integrado a la muestra  retrospectiva Armonía cósmica, cuando Matanzas le confirió el Premio Provincial de Artes Plásticas 2011.

La decisión de colocarla en esa intersección ha generado polémicas, pero a estas alturas lo que importa es vindicar a cielo abierto la presencia inefable de una ilustre y mítica hija de Cuba.

VELEIDOSO TRASIEGO DE LA TULA

Casi con el bicentenario de la Avellaneda encima y con más de un siglo de intentos, la idea de un monumento a su figura parecía quedar en los recortes de viejos periódicos y en el tortuoso trasiego de una mujer que aún después de su muerte, hace ya 140 años, sigue dándose a la vida como espíritu lleno de luz, persistiendo vehemente y altiva porque ella, nuestra Tula, quiere estar en Camagüey.

En los albores de los años ‘80 del siglo pasado tocó el alma de un nuevitero que estudiaba en Kiev. El joven buscaba un motivo para realizar su tesis en la Academia de Bellas Artes, cuando Gertrudis emergió de las cálidas aguas de su añoranza tropical. El escultor en ciernes comenzó a modelar en barro una figura que después vació al yeso, con la intención de fundirla en bronce.

Sergio Roque Ruano concluyó con éxito su ejercicio de grado y recibió el aplauso de media Unión Soviética, donde era usual al final del curso, una exposición itinerante con las piezas de los alumnos. Pero el artista formado en tiempos de bonanza no pensó guardar por casi tres décadas su proyecto de escultura monumentaria, la especialidad en la que se graduó.

Al lienzo, al barro y a la luz de los óleos debió constreñir el gusto por el volumen y el espacio, y el gran sueño con la Tula pasó a ser una buena compañía en el taller, y un testigo silencioso de su desvelo. En la adorada Nuevitas casi no calentó la sangre cuajada por los vientos siberianos, por zarpar para otra ciudad portuaria, también muy conectada con la poetisa y dramaturga de su inspiración. En Matanzas ancló enamorado.

Varios han sido los frustrados proyectos para ofrendar a Tula con un monumento. Entre los impulsores estaba Nicolás Guillén Urra, el padre de nuestro poeta, y su amigo Sixto Vasconcelos. Junto a otros  entusiastas de la cultura convencieron al alcalde Pedro Mendoza y cuando intentaban sumar al Ayuntamiento, un consejal de malas pulgas dijo que el municipio no podía ocuparse de eso porque, a su injusto entender, la Avellaneda “no había sido una buena patriota”.

Los insistentes camagüeyanos siguieron apasionados con la idea y la Tula fue noticia en 1913, cuando el propio cabildo convocó al homenaje por su centenario. El hecho generó un movimiento intelectual sin precedentes en su ciudad.

En mayo abrió el Salón Teatro Avellaneda para recaudar fondos, mas un gesto de enorme desembolso ocurrió en diciembre, cuando el presidente de la República, Mario García Menocal, autorizó un crédito de diez mil pesos para las fiestas y otro de veinte mil para la estatua a emplazar en el Parque del Padre Trías, actual José Martí.

Como reseñó El Camagüeyano, el 23 de marzo de 1914, a un siglo de su nacimiento se colocó la primera piedra. Los detalles del acto quedaron en un acta notarial guardada en una caja de zinc que contenía además recientes ediciones de los periódicos locales, una peseta española y un cuarto de peso americano.

El centenario de La Avellaneda tuvo resonancia en importantes publicaciones nacionales que dieron cuenta de las gestiones del Comité Avellaneda de la capital, de la denuncia al turbio paradero de los créditos de Menocal, y del concurso internacional para erigir la estatua.

En el certamen, Manuel Pascual ganó el primer premio y el escultor camagüeyano Esteban Betancourt, el segundo. Ambos murieron sin poder realizar sus obras.

En 1948 se conoció de la intención del famoso yugoslavo Alexander Sambugnac de hacer un busto, él ofrecía facilidades económicas para la adquisición de la maqueta y su posterior fundición en bronce, pero no tuvo feliz término.

Lo más logrado resultó una tarja conmemorativa en el patio de la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella, develada durante el séptimo Encuentro de Escritores Camagüeyanos, en 1994.

Como la vida de la Avellaneda, la historia del monumento tiene el sobresalto de la zozobra y el beneficio de la esperanza, pues al conocer la propuesta de Sergio Roque, la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey abrió sus brazos, y enseguida el proyecto estaba en el Taller de Fundición Caguayo S.A.

La escultura debía estar lista en febrero, pero el huracán Sandy al ensañarse en Santiago de Cuba dejó sin cubierta la inmensa nave de 16 metros de alto y casi 200 de largo del taller. Tula estaba protegida en un huacal. La dimensión de la pieza, de 2.20 metros, recordaba el calificativo martiano a la Avellaneda de “atrevidamente grande”, y la esbelta mujer de ojos negros, grandes y rasgados, expresiva, como la describió el historiador cubano Domingo Figarola-Caneda.

En cambio, la versión contemporánea, muy académica, evidentemente, realza la agudeza de la mirada, perfila con un libro en la mano su auténtico legado, y acentúa el pie firme de aquella adelantada que, al decir de Dulce María Loynaz, fue demasiado talentosa para el gusto de su época.

Discrepancias aparte, llena de alegría su retorno. Detrás de cada contratiempo ha enviado su señal porque quiere vivir en una época más propia; necesita sentirse amada, reconocida y acompañada entre nosotros, en permanente y armónica bienvenida.