CAMAGÜEY .-Que un joven artista de la plástica nos aproxime a reproducciones de la imagen de Fidel a partir del lente fotográfico de maestros que captaron oportunamente segundos de historia, del rostro de aquel, de su mirada, su sonrisa, su universo interior… puede parecer un atrevimiento riesgoso y cuestionable.
En cambio si ese atrevimiento sucede con visible responsabilidad y madurez, con refrescante, jovial y profesional desenfado en el arte, entonces uno agradece tales figuraciones y encumbra colores y trazos que el artista nos deja como re-lecturas de aquellas dimensiones humanas e inasibles de un ser al que se admira. “La luz que en sus cuadros arde”, parafraseando al poeta, no es otra que la que el mérito a quien se rinde homenaje emana por sí misma, por derecho propio y lúcido jolgorio.
Yanel Hernández Prieto (Florida, Camagüey, 1982) como un amanuense en el siglo 21, apuesta por la multiplicación de sus ya reconocidos códigos ideoestéticos a través de otros íconos de nuestra historia representados en su obra, y con sumo respeto y humildad, nos muestra ahora “otros” Fidel; rostros, primeros planos, acercamientos, momentos de la intensa vida del invencible combatiente, de su eterna obra, de su innegable sensibilidad.
En cada lienzo el semblante de Fidel siempre nos resulta familiar, tanto que uno puede sospechar qué misterios laten detrás de sus ojos, —en infinita búsqueda de la verdad— o de cuáles orgullos se regodea su espíritu. En Fidel no hay silencio concluso. Hay permanente reflexión. Los cubanos, de mirarlo, intuimos qué preocupaciones de casa le desvelan o, por cuáles razones, —como le decía al Gabo— añoraba como cualquiera pararse en una esquina, tal vez sin tener algo serio en qué pensar o pensando, sin demasiado alboroto, en los destinos de un país.
La soledad es un susto al que nadie se acostumbra. La suya era aparente, y como nunca estuvo dispuesto para ella, mucho menos su temperamento para aceptarla, a ratos se dejaba acompañar por los afectos de la gente, por los encuentros con su pueblo, (su mejor escolta), allí en las calles o en las tribunas a donde siempre se acercaban también Roberto Chile, Osvaldo Salas, Liborio Noval, Roberto Salas, entre otros, con sus lentes, para dejar testimonios de sus días, para aunar las evidencias, ahora inspiradoras y cómplices de Yanel que se suma con estas telas y da luz verde, definitivamente, a más de noventa razones para pintar.