Con el panel dedicado a la juventud en el cine cubano comenzaron los momentos de reflexión colectiva, para tocar fondo en temas de la cultura y de la sociedad cubana, algo intencionado además con las coordenadas de estéticas en el siglo XXI y enfoques de la llamada otredad, donde “encajan” las minorías excluidas o desfiguradas por asuntos étnicos, religiosos, de género…

Esto último propició la alerta a las polarizaciones del pensamiento que conllevan, por ejemplo, a mirar el género solo desde la óptica femenina. Además se subrayó la carencia de estudios de recepción cultural, clave por lo que entrañan de psicología social para el estímulo de la conciencia crítica. Si en Cuba la mayoría no se siente caribeña, ¿cómo exigirle el desprejuicio –evidente también en críticos– ante obras de la región?

Precisamente fueron objeto de debate deficiencias en la formación universitaria, que incluyen imperdonables omisiones en programas, la pertinencia de bibliografía teórica actualizada y la figura del docente limitado a la trasmisión de textos y no a la generación de autodidactas.

Luciano Castillo, uno de los fundadores del Taller, volvió como siempre, pendiente de las lunetas vacías, de si promovieron las exhibiciones, y al tanto de cada minuto propicio para sugerir películas y para dar noticias de rescates ahora que está al frente de la Cinemateca de Cuba.

Hubo oportunidades de diálogo imprescindibles para una visión orgánica del hecho creativo, por el valor de las vivencias del director de fotografía Raúl Pérez Ureta, Premio Nacional de Cine 2010; del productor Santiago Llapur Milian; y del compositor Edesio Alejandro Rodríguez; los tres reconocidos con el honorífico Premio Cinema, del Centro Provincial de Cine.

El propio Edesio reclamó más espacio a la música, porque “en el cine cubano se habla en exceso”. Los anfitriones le reclamamos que no diera el concierto de apertura, porque en la Plaza del Gallo nada más interpretó Blen blen, en calidad de invitado del grupo de su hijo Cristian, prácticamente protagonista de la clausura en el Proyecto Circuito, antiguo Cine Encanto, aunque su papá tocara parte de la banda sonora de Suite Habana y Clandestinos.

Como punto histórico del Taller, no faltaron cuestionamientos a figuras vinculadas al Instituto de Arte e Industria Cinematográficos, Icaic, por errores que invisibilizaron parte de la producción fílmica de Cuba, de antes y después del Triunfo de la Revolución. Salieron contrariedades para la preservación de la memoria por descartes de archivos y por los obstáculos del vertiginoso cambio tecnológico, de cada vez más formatos de exhibición, pero no de conservación.

Alguien tuvo a bien referir que “un país sin imagen es un país que no existe”, frase de Julio García Espinosa, a quien se dedicó la edición, también ofrendada en programa al fallecido Tomás Gutiérrez Alea y, de manera espontánea, a Sara Gómez, Nicolás Guillén Landrián, Fernando Pérez.

Desiderio Navarro recibió de la Universidad de Camagüey, un ejemplar de Elegía camagüeyana, del Nicolás Guillén, editada especialmente para reconocer personalidades que aportan al acervo del pueblo. Este defensor de la crítica como cuestión moral es considerado pionero en Cuba en la ensayística desarrollada desde la semiótica. Aquí insistió en la importancia del aparato de interpretación, para dejar de hablar de los problemas sin analizar.

Con todo y sus méritos, el Taller de Crítica debería lograr un ejercicio de autocrítica verdadera, ser problémico de sí mismo. Se siguió hablando de las películas de salas tradicionales, pero nada de lo que consume la gente: productos televisivos, videos clip, videojuegos.

Por suerte, Olga García Yero señaló el parcelamiento por grupos e instó a escribir la historia de la crítica cubana, “sin apasionamiento, sino con el equilibrio que solo da la cultura, la inteligencia y la ética”. Y Luis Álvarez exhortó a atender el giro testimonial tomado por el cine cubano, más que a las temáticas; recalcó la utilidad del cine y la influencia de los críticos en la alfabetización audiovisual de la sociedad cubana contemporánea.

Además del aforismo, el Taller me grabó una imagen por la expresión bordada con hilo carmelita en la parte de una sien. En la sala de video Nuevo Mundo estaba el hombre de la cámara, que con su mirada ha enseñado a interpretar la existencia humana. Acababa de entrar con silencio escandaloso y con bastón. Raúl Pérez Ureta sabe escuchar y quiere respetar. Sentado delante de mí portaba la gorra de texto rotundo: “estamos más allá de lo que ves”.

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