CAMAGÜEY.- En la muestra colectiva del IX Salón de Arte Erótico, inaugurada a principios de este mes, descubrí las obras del pintor Robert Pons. Salta a la vista el estilo distintivo de un creador que gusta de ambientar una tensa calma en sus creaciones. La sensación de una vaguedad de recuerdos, mezclada con aires fantásticos, son protagonistas en medio de una sinfonía de notas melancólicas. Pero se intuye, en esos escenarios, una provocación para pensar en algo más que las formas.

Ahora, con la exposición Diatribas de un hombre sentado, que abrió sus puertas en la Galería Larios, Pons invita a apreciar las distintas capas imaginativas que componen una transgresora visión de sus preocupaciones y motivaciones.

Dentro de cada cuadro, hay un relato camuflado. Las sutilezas para formular enigmas se encuentran entre las figuras geométricas, en un intencionado contraste cromático, en el rejuego con el vacío y en la perspectiva surreal a la que eleva nuestra mirada. Por instantes veo al cielo claro de Mamá no solo como la luz que nos sostiene y salva, a través de una cuerda, de la oscuridad inminente. El pesado bloque, que se mantiene en suspenso por una cuerda, bien pudiera representar la metáfora de la subsistencia humana, de un esfuerzo especial para subir hasta el alfeizar de la ventana y admirar esas hermosas nubes.Fotos: Del AutorFotos: Del Autor

Los cambios cromáticos entre las creaciones de Pons, son frecuentes. En unas sobresale el uso de tonalidades básicas y en otros predominan la mezcla de colores fríos y cálidos. Sabe magnetizar con un colorido equilibrio que tiende a la sobriedad. La caja, además de ser un excelente ejemplo en tal sentido, te hace partícipe de un espacio amplio o reducido según el nivel de atención que le pongamos. La distorsión de la realidad por el autor, deja un buen sabor luego de degustarla mentalmente. Se observa en ese filón sicológico la influencia del gran pintor belga René Magritte, escuela para cualquier tipo de artista.

Como un sello de casa, las alegorías aparecen también en estas tierras imaginarias de Robert. Quizá la más importante sea la de la Luna, que mengua o cambia de posición según las emociones que transpire el cuadro. Algún día estaremos juntos, combina, en una mitad, un clima de soledad y en la otra, la presencia casi mística de una flor enorme. En la parte más sombría, la Luna comparte la desolación con un caballo de carrusel. El título de la obra, en sí, es bastante solemne y, sin más, una incógnita nace para cuestionarnos la existencia de la vida después de la muerte.

Mar rojo, El nuevo modelo y Paisaje triste, significan otros estímulos para el pensamiento. Expresan diferentes maneras de recluirnos, en la cartulina, a espacios pequeños capaces de crear dimensiones mentales inconmensurables, de evadir las claustrofobias pictóricas. El tiempo transcurre lento y, a veces, parece que se esfuma de la exposición. Sin embargo, como un martillo percutor, los tonos primaverales y nostálgicos vibran sobre la pupila y laten sobre el corazón, aún después de abandonar la muestra.