CAMAGÜEY.- Con la llegada del Salón de Arte Erótico, en su IX edición, las sutilezas carnales recorrieron de nuevo la galería del Proyecto eJo. Las obras expuestas reflejan temáticas que palpan el carácter efímero de la belleza, la representación del cuerpo humano, como bañado eternamente en una tina de lujuria, y la ingeniosa lírica a merced de los placeres más elementales. También, en otros casos, se exhibe una idea del erotismo más llana, un atisbo débil, distante a los lindes de lo sensual.

Entre las fortalezas de la cita ha sido acertada la participación de estudiantes de la academia, quienes encuentran en este espacio anual una oportunidad para mostrar su talento. Desde la serie de tres pinturas al óleo, Thaymet Muñagorri Jiménez, escenifica la voluptuosidad femenina sobre fondos monocromáticos que enfatizan la soledad. Aunque el rostro se encuentre desdibujado, parece mirar al espectador como a un espejo. Se percibe la fragilidad, no solo de la mujer, sino la humana. En ese silencio no caben las palabras. Sobra un título como Imágenes desoladas para decirnos lo que debemos descubrir.

No menos interesante resulta la escultura a relieve, colgada en la pared, de Liliana Vega Quincoso. Con Sábanas-Testimonios personales, la joven convida a un mundo de sueños confusos y de tejido blando, a un paraje vulnerable, quizá, resultado del haber vivido o de vivir en la pesadilla del pasado.

Pero si de tormentos espirituales se habla, el Retrato de una Dama, de Daylin Romero Abreu, conforma con trazos libres, el cuerpo esquelético de una mujer en una pose sexual. Imanta, atrae porque es sencillo, ingenioso y su ejecución bien lograda. Sin embargo, la limpieza en las obras siempre es fundamental y los descuidos en la presentación, le restan su estética. Se debe concebir el trabajo para apreciarlo en su totalidad, detalles como un soporte mal acondicionado, pueden opacar su disfrute.

Significan una reflexión sobre lo perecedero de la carne y del rostro hermoso agrietado por el tiempo, el cuadro Lo que el viento se llevó, del profesor de pintura Emilio Wong Ramírez, y Secuestros de las locas, de Robert Pons. Esta última creación integró, entre otras ilustraciones, el último libro de la poeta Carilda Oliver Labra, Desnuda y para siempre. Ambas pinturas contienen la poesía que transita por la tierra de lo onírico, pero junto a la técnica y la mano hábil, el título se suma como un complemento necesario para mover los engranajes de nuestra imaginación.

Sin embargo, esa breve información que estimula a meditar, a la búsqueda de un punto focal, a la interacción con el público, no es la más feliz en ciertos casos. Un trabajo puede prescindir de un nombre, pero se debe a un silencio poderoso, capaz de proyectar un discurso, de plantear un contexto y un matiz oculto que comunique. Si un mutis inadecuado oscurece la obra, la simpleza, los argumentos redundantes y un mensaje demasiado directo, la hacen superficial.

Además de la pintura, la fotografía también se integra en el salón. Destacan las indagaciones sobre la desnudez a las que recurren el habanero Alexis Rodríguez y Fred Muster. Ambos escrutan la exposición de la piel con total libertad y la exploran como a un paisaje donde el reto se percibe en descubrir sus misterios tras las luces y las sombras.

Desde la sincronía de los colores y el movimiento fluido, Pistilo, creación abstracta de Cristian Pérez Pantoja, evoca el delicado susurro que nace de la naturaleza. Las formas ondulantes despeinan la flor y al viento se entrega como seducida por el atrevido roce. Pienso en cómo vuela su polen por el aire, y se adhiere a cualquiera. Pienso que esta oportunidad para encontrarnos con el erotismo es bienvenida, porque te marcan con ese tipo de sensaciones y recuerdos.