CAMAGÜEY.- A la cruz se le asocia como un símbolo de lo religioso y con el martirio de un hombre sin ambiciones terrenales, que murió crucificado para salvar a la humanidad de sus faltas. La tarea de cargar con una cruz a cuestas deviene, a su vez, en una referencia para nombrar una misión, por lo general engorrosa que debemos cumplir auxiliados de una fe inquebrantable. Con la exposición La cruz de mi vida, Raidel Ortega Vega se sumerge en un laberinto de sacrificios y alegorías que subyacen en lo sagrado de nuestra cubanía.

La muestra, que se exhibe en la Galería Larios, resulta un entramado de relatos que buscan la conexión con el público a partir de la experiencia del creador y de su particular manera de expresar el sentimiento de arraigo a la Patria. Para materializar sus obras utiliza, como elementos esenciales, la madera, monedas, billetes cubanos empleados en épocas anteriores y los integra con formas y figuras confeccionadas a base de chatarra.

En los trabajos de Ortega las cruces representan una idea poética, la síntesis histórica de un pueblo que escogió el camino de la autodeterminación a pesar de los abrojos y de las coronas de espinas que constantemente provocan heridas durante el arduo trayecto. La cruz refleja aquel espacio donde la tierra de Martí se transforma en terreno fértil, a raíz del esfuerzo y de la persistencia para el renacer de un país.

Además del crucifijo, la bandera cubana es el otro símbolo recurrente que apela a la memoria identitaria y a mantener al espectador dentro del contexto atemporal que Raidel proyecta. Más que un canto gregoriano, más que una melodía litúrgica, el contacto con Vivir por ti, Esperanza y Aferrado, recuerdan a Alexander Abreu tocando con su trompeta el Himno Nacional, en su canción Me dicen Cuba.

Uno de los complementos de la exposición es la obra Espejo, un performance que escenifica a un hombre de rodillas sobre una cruz y con las manos a los lados de la cabeza. No tiene rostro, ni colores que nos permita develar su identidad. Precisamente, ha sido el público el encargado de transmitirle esa identidad, de llenar ese vacío con frases, poemas y dedicatorias, que lo vuelven cómplices y protagonistas de la historia de Raidel Ortega.