Foto: Miriela L. ÁlvarezFoto: Miriela L. ÁlvarezCAMAGÜEY.- Nadie discute a Osmany Varona su especialidad de meticuloso pulso académico, como tampoco se puede ignorar la reverberación iconoclasta de sus ideas frente a la realidad.

Fue de los niños que estudiaron en la escuela vocacional Luis Casas Romero, cuando existía el nivel elemental de plástica; y desde hace 25 años es de los profesores aferrados a la academia Vicentina de la Torre.

Hace poco conversamos de su premio colateral en el Salón Fidelio Ponce, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, una organización a la que, contradictoriamente, no ha logrado pertenecer.

En efecto, el tríptico Latin Grammy contiene mucho más de lo que muestra la galería República 289, aunque en los tres retratos usted advierte que de la foto a la pieza no mediaron los “tres toquecitos” de los embaucadores.

“Esta técnica es óleo a espátula. Ahí no hay pincel”, insiste después de contarme este principio de una serie en proceso, dedicada a las mujeres americanas, a partir de su experiencia de viaje.

“La venezolana Biurquis Mena enseña joropo, trabajó conmigo cuando estuve de misión. De las mexicanas, la profesora universitaria Citialli se vistió de catrina para un evento, y a la muchacha, Norma Zurk, se le posó una mariposa monarca, cuyo ciclo de vida empieza en Canadá, pasa por Estados Unidos y termina en México”.

Intento poner en duda su buena intención, porque en la actual crisis de identidades, se desdibujan las fronteras entre el arquetipo y el cliché, y cuesta ver claro la esencia.

“Me salvo por el tamaño de la pieza. La escala es importante en lo conceptual. Desde el título, Latin Grammy, doy un premio a quienes mantienen la autenticidad de la cultura. Es un camino filoso, pero hay que saber caminar”.

Como si no me hubiera convencido del todo, me comenta de su fascinación por la Fiesta de los Muertos y las catrinas, esa representación de calaveras con vestimenta, un símbolo de México que surgió como crítica a la hipocresía social de las personas con sangre indígena y arrogancia de europeo. En la obra anterior de Osmany Varona ha estado latiente ese señalamiento.

“Me gustaría pintar a la mujer argentina, pero no he podido ir hasta allá. También pintaré a la cubana, pondré a mi vecina, la pediatra María Josefa Lacoste. Vamos por el mundo hablando de nuestra autenticidad y hemos perdido tanto… Aquí muchas veces me pregunto a qué le tiro fotos para poder pintar”.

El tono de su voz ha cambiado. Él siempre ha trabajado la figura humana, incluso en aquellos torsos con cabezas de perros o de toros, por los cuales recibió premios entrañables.

“En la escuela de arte se enseña a dibujar y a pintar como es. Me cuesta trabajo salir del retrato académico. Hago las manos del tamaño que van. Eso está en mi generación. Seguimos en la Academia por amor. Todavía no tenemos el relevo. Casi ninguno quiere dar clases. Prefieren irse”.

Ya no es antes. Lo confirmo en su propia historia, cuando entró al claustro de la “Vicentina” con 22 años de edad y la forja como restaurador del Museo Provincial Ignacio Agramonte.

“Trabajaba en el museo con Lorenzo Linares, mi maestro en la academia. Le agradezco lo que sé, e incluso le debo mis espejuelos. Parece que en el servicio militar me afectó la vista hacer tantos carteles sobre la cal y al sol. Quiere dar clases en la escuela”.

Ese retorno de un grande entusiasma a Osmany Varona, tanto como la vivencia reciente en Italia, donde lloró en la Capilla Sixtina y vio en persona la escultura del David.

“Filmé un video y se lo mandé por Facebook a mis amigos. Me agradecieron por ponerlo por detrás, porque ni en la televisión se les ha ocurrido que el David tiene otra cara. Viví lo que estudié. Me ha dado una inspiración para trabajar. Igual que ver a Ileana Sánchez pintando me motiva mucho, ella no lo sabe. Ella es inspiración de mucha gente”.

El diálogo ha descubierto otras zonas imprevistas. Tengo en la mente sus cuadros de ocre que veo siempre en el Teatro Avellaneda. Vacilo si preguntarle o no del sustento material, de esa labor de ambientación que no todos los artistas cuentan como parte de su obra.

“Nuestra vida es convulsa. Tengo que ligar el trabajo que quiero hacer con el de decorar hoteles, porque es lo que me da el dinero para poder pintar. Quiero volver a hacer las mujeres vendadas, de la Metamorfosis”.

Mientras tanto, seguirá yendo a sus clases porque los alumnos son los principales curiosos de sus obras. Y él no pide más. De vez en cuando se retará, como cuando hizo las instalaciones Sin caballo y Modo Avión. Algún día se decidirá a publicar los poemas que mantiene encerrados en casa. Ya lo ha dicho: “Cómo hacer una obra de arte depende de lo que tú quieras expresar”.

Osmany Varona seguirá caminando y, a pesar de todo, regalará una sonrisa espléndida.