CAMAGÜEY.- Al cultivar una habilidad construimos una versión nuestra mejorada. No resulta tan fácil como actualizar el antivirus para Windows o una aplicación en el móvil, solo con el movimiento de un dedo. Es preciso agitar las manos con energía, mover los pies hasta la mesa de trabajo y trasnochar solo para darle un sentido diferente a la palabra creación. Al menos así lo intuyo, a través de la obra del ceramista camagüeyano Ángel Blanco Miralles, conocido como Bebé.

Una de las ofertas que dejó la Semana de la Cultura Camagüeyana fue la exposición Loas para un ángel, en la galería La nueva musa de la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella. La muestra, inaugurada el cuatro de febrero y que permanecerá un mes en exhibición, realiza un recorrido por el quehacer de Bebé. Un periplo para disfrutar del verdadero arte sobre el barro, tan sometido en estos tiempos a las reproducciones seriadas, a un mercado que se pliega, por lo general, a la apariencia kitsch.

Aparecen en el salón animales, gente común, vasijas, tinajones, los personajes y elementos que representan las 17 piezas elaboradas, sobre engobe, con un estilo perfeccionista y desbordantes de una asombrosa movilidad. El elevado ingenio, el dominio de la técnica y del material se han convertido en el sello personal de Blanco Miralles.

Platero y yo es una de las narraciones más conocidas de Juan Ramón Jiménez. Su temática central: las andanzas de un pequeño burro. La obra Borrico (2009), de Ángel, parece definida por las propias palabras del autor español, quien expresa: “es (…) peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón”. Los límites de la base del Platero de cerámica parecen difuminarse, como si el pasto le quedara delante para rebuznar y juguetear a su antojo. Y luego triunfa con su mejor escena: enrosca la cola y agacha las orejas como en un último e infalible intento, de inocular la ternura.

Junto al asno, comparten también espacio un esbelto Pato canadiense (2017), un Pavo (2011) que enseña su plumaje para cortejar a la hembra -o en este caso, al público-, una Gallina de Guinea (2011) y otra pescuecipelá (2017) echada. Además del evidente uso decorativo de esta fauna, Bebé les confiere un sentido práctico al vaciar su vientre y transformarla en depósitos de agua, en tinajas.

Blanco Miralles sabe de anatomía animal. Le debe mucho a su pasado como veterinario y al placer que experimenta cuando recrea la figura de un búfalo o de una vaca. Sin embargo, su destreza le permite moldear también un cuerpo tan complejo como el humano, bañado de historias, simbolismos y la conjugación estética de varios de sus referentes universales.

Se entrevé en las piezas la sutil reverencia a la desnudez del arte escultórico griego, la suave pose del rostro y la perspectiva que recuerda a las maneras renacentistas, hasta la evocación de las lejanas ilustraciones del ukiyo-e, japonés, del que sin duda aprendió la minuciosidad y la paciencia para adaptarla a su oficio. Así lo demuestran obras como la protagonizada por un Sátiro (2014), personaje masculino de la mitología griega y romana relacionados a menudo con la virilidad, y la India y manjuarí (2014), que invita a poner los pies en Cuba, la de nuestros primeros habitantes, a percibir la identidad de la Mayor de las Antillas en su estado más puro.

Las tradiciones, leyendas y estampas de Camagüey, siempre tienen un sitio dentro del trabajo de Bebé. Desligarlas de su oficio sería como privarlo de su esencia artística. Y el impulso creador lo mueve a elaborar cerámicas como Tinajonera con niña (2005), que significa a aquella gente pobre que se ganaba el pan vendiendo tinajones, al borde de las aceras, durante la República Neocolonial; o el Aguador (2019) que se paseaba sobre los adoquines de la ciudad, junto a un burro cargado de vasijas, pregonando su mercancía: “A tre quilo el cubo, la tinaja a medio ¡Aguador! Santo remedio”.

De forma atinada, se colocó en La nueva uno de los números de la Revista Pauta, para que aquellos interesados en ahondar más en trayectoria laboral y vida de este hacedor, casi desconocido entre el público camagüeyano, lean el artículo Ángel Blanco Miralles: una granja entre las manos, escrito por el curador y crítico de arte Pavel Alejandro Barrios Sosa. Loas para un Ángel, más que un merecido tributo al magnífico quehacer de un hombre, es un homenaje al buen arte con el barro.

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