CAMAGÜEY.- Llueven las letras donde prolifera el sexo, el dinero, las mujeres y otros demonios. Sobresaturan estribillos como “Marihuana por la mañana y cocaína por la noche” o “Titi, tú eres mi palón, mi palón, mi palón. Y yo soy tu palón divino”.

Andan satos los videos, que ya no son exclusivos del reguetón, en los que sin ningún sentido te ponen una mujer semidesnuda y a veces más allá, bailando eróticamente. Estos productos, si es que se les puede llamar así, circulan con total impunidad por las calles de Cuba en el paquete, memorias flash, discos duros y lo mismo los encuentras en una Yutong o en un centro recreativo estatal.

Complejo escenario en el que surgió un debate muy enriquecedor sobre la política cultural. El detonante: el decreto-ley firmado por el presidente Díaz-Canel, a solo horas de su investidura, el 20 de abril del 2018. El 349 que “por caprichosa casualidad”, incluso antes de que se pusiera en vigor, trajo reacciones del mismísimo Departamento de Estado de quienes se creen responsables de velar por la libertad de expresión en el mundo.

No es de asombrarse, cualquier esfuerzo en ese sentido, siempre será estigmatizado y tachado como oficialista. Pero algo está claro, no es posible continuar violando con impunidad las disposiciones vigentes en el espacio público común y esa última palabra es esencial, lo común hay que protegerlo.

No niego que sea perfectible lo legislado, pues quedaron elementos abiertos que se pudieran explicitar más para no dejarlos a la interpretación de los niveles intermedios y por ende tergiversar su ejecución. Ya esa estrategia es conocida, fue lo que pretendieron hacer al manipular la frase de Fidel en Palabras a los Intelectuales cuando dijo: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.

En aquel momento Fidel les explicó a los artistas: “La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo”. Entonces cómo hacerlo hoy que ya son patrimonio del pueblo. ¿Acaso vamos a dejarnos arrebatar esa conquista por el mal gusto y las malas intenciones de unos pocos?

La política cultural del país sigue siendo la misma. Aquel concepto de verla como el escudo y la espada de la nación no ha variado y no podrá variar. Encontrarnos en esa pluralidad cultural, que siempre ha sido una reserva de la que los cubanos hemos sacado recursos para soportar los momentos más difíciles, fue el camino que trajo aquí y es el que nos tiene que seguir guiando. De allí la necesidad de proteger nuestro arte de la vulgarización y la banalidad.

No por gusto Allan Dulles, primer director civil de la CIA, cuando planificaba su estrategia contra el campo socialista, dijo: “De la literatura y el arte, por ejemplo, haremos desaparecer su carga social. Deshabituaremos a los artistas, les quitaremos las ganas de dedicarse al arte, a la investigación de los procesos que se desarrollan en el interior de la sociedad. La literatura, el cine, y el teatro, deberán reflejar y enaltecer los más bajos sentimientos humanos. Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los denominados artistas, que comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo, la traición. En una palabra: cualquier tipo de inmoralidad”.

No podemos cegarnos entonces, cualquier coincidencia con la realidad no es casual, es un guión que se repite, ahora más perfeccionado. Los símbolos, los atributos, la tranquilidad ciudadana, los valores que defiende la sociedad cubana, debieran respetarse desde cualquier obra de teatro o de la plástica, un video clip o la letra de una canción, pues representan el consenso de muchos años de debate y formación de la nación.

Entonces, la aplicación de este decreto no puede ser a manera de autopsia, porque se estaría desperdiciando tiempo, dinero y talento. Hay que ponerles pensamiento a los procesos creativos, no se trata de censurar pero sí de asesorar, y de hacerlo bien. Nuestros mismos intelectuales en sus cónclaves han criticado reiteradamente la chabacanería, la vulgaridad, el mal gusto, la realización mediocre de presentaciones y productos culturales diversos, así como las ilegalidades, las incoherencias y las contradicciones que dañan profundamente las jerarquías del arte.

Tiene toda legitimidad, entonces, que una sociedad como la nuestra, en la que se aspira al crecimiento espiritual del ser humano, centre mayor atención en la formación del gusto, la apreciación del arte y adopte un grupo de medidas para garantizar la convivencia decente en lo que se produce. Porque mantenemos las aspiraciones, que vienen de antaño, de detener la ola globalizadora y defender por encima de todo lo valioso de lo nacional y el arte hecho desde Cuba para Cuba por encima de la chatarra foránea.

Y es que no puede ser de otra forma en un proceso que desde sus inicios defendió la cultura, que se lanzó a una campaña de alfabetización para instruir y cultivar al pueblo, que creó instituciones como Casa de las Américas o la Escuela Internacional de Cine para que sirvieran de espacio de confluencia de los intelectuales de la región y le dio carácter popular al arte que hasta ese momento era un asunto de las élites.

Aun cuando está en pausa la aplicación de la normativa y decidió llevarse al debate entre los creadores, como ha sido costumbre en este país, existen esencias a las que no se puede renunciar, la plenitud con que se realiza el arte en Cuba es una de ellas, difícilmente encontrada donde domina mercado y precisamente es este el principal censor de los procesos artísticos; en el propósito de defender estas líneas las instituciones, todas, desde la Casa de Cultura de la localidad hasta el Ministerio tienen una labor insustituible.

Las coordenadas nos las dio Fidel, cuando parecía que nos quedábamos solos, nos alertó que lo primero que había que salvar era la cultura, hoy continúa siendo lo primero que hay salvar y para ello debemos ponerle un cascabel a la política cultural.