CAMAGÜEY.- La conocimos ya siendo una mujer popular, tal vez la de mayores empeños desde la tierra natal de Florida. Nos esperaba con una muestra de tejidos a base de técnicas de croché. Al parecer, tanto como los hilos que enlaza, la vida de Elena María Obregón Navarro tiene los colores de capacidades múltiples. Sabíamos del gusto de conversadora y el diálogo caminó delicioso, al extremo de sobrepasar lo permisible por su verdugo nato.

Uno de los amigurumis de Elena Obregón. Foto: Cortesía de la entrevistadaUno de los amigurumis de Elena Obregón. Foto: Cortesía de la entrevistadaElenita enseguida nos encantó con una muñeca preciosa, elogiada por jurados oficiales y por públicos espontáneos. Ella vindica el arte de las manualidades con creatividad, labor paciente y acabado primoroso, a pesar de que la ansiedad por ser cada vez más útil la haga forzar el cuerpo: “La técnica se llama amigurumi y es japonesa. Allá se usa para tejer pequeños muñecos y darlos como amuleto. La hacía sin saber eso. Aquí lo común es la muñequería de trapo”.

—El trapo aparece fácil, pero tu materia prima es otra. Si te llamaras Ariadna, te haría una sola pregunta: ¿cómo sales del laberinto “sin” el hilo?

—El hilo es carísimo en las tiendas. La bola de estambre cuesta tres CUC. Unas las recibo de familiares desde el exterior y otras de quienes las conservan de hace años. Ojalá pudiera comprar a un precio que me permita comercializar. Al muñeco no puedo venderlo por menos de su costo ni por un precio exorbitante.

La sinceridad aflora como carta de presentación. Medio bajito, aunque solo nos escuchan su esposo y mi fotógrafo, dice que en las exposiciones le quieren comprar todo, y pensar que comenzó a tejer para ganar la sopa. Tan pronto la descubrieron mereció el espacio en eventos de tradiciones liderados por la Casa de la Cultura.

“Mis muñecos ganaron el primer premio en la Feria Provincial de Arte Popular del 2016, el primero de la Aclifim y de ahí siguieron al evento nacional. Los especialistas destacan la simetría de las piezas. Las más trabajosas son mi reliquia”, y evidentemente el orgullo y la herencia de la madre, de quien aprendió a tejer.

—Naciste en La Vallita y te criaste en La Tomatera. ¿Qué sentido le das a ser de Florida?

—Soy floridana de la raíz del pelo a la punta del pie. Compuse la canción Son para un viajero, que se escucha en la radio. La defendió Herminia Drigd, ya fallecida, y me la premiaron en el evento del Creador Musical Félix Agüero Román. Ahí digo que con defectos y virtudes Florida es el sentimiento. También le dediqué una décima. Aquí tengo mis mejores y mis peores recuerdos, y eso significa toda mi vida.

—Quince años atrás sentaste pauta en Cuba con el proyecto Gracias a la vida. ¿Por qué se fragmentó?

—Era demasiado aglutinador. Lo fundé en el año 2003 cuando empecé como promotora cultural de las personas con discapacidad. Fui la primera en el país. Luego decidimos hacerlo por manifestación. Unas avanzan, otras quedan rezagadas, aunque tenemos los mejores instructores de arte: Yamilé Mesa, de teatro; el músico Josué Seota, la asesora literaria Marta Milián y Alexander Rodríguez, de plástica.

—Hormiguita infatigable, ¿me dices la clave de tu alto rendimiento?

—De música, poeta y loca tengo tanto... Le dedico un poquito a cada cosa. A veces me dan las cuatro de la madrugada. Mi esposo me regaña, pero el tiempo se me va. Me puse la Vedete de la Asociación Cubana de Limitados Físicos y Motores (Aclifim) de Camagüey. Lo único que no hago es bailar. Donde mejor me ha ido es en literatura. Tengo dos premios nacionales en décima, dos en narrativa para adulto y uno en literatura para niños.

Entonces saca del bolso una libreta de escuela y elige la página de 10 p.m., un minicuento con sentido tan abierto que encaja para situaciones diferentes: un hombre que se traviste, la soledad de una mujer, el preámbulo de una aventura...

—¿Empuja la Aclifim a que las obras logren un sello editorial?

—Tenemos un vicepresidente provincial entusiasta, la provincia me ayuda en todo; sin embargo, el mecanismo entre la Asociación y las editoriales no está bien claro. Hay disociación hasta con los talleres literarios. Estoy enfrascada en tres proyectos: uno de narrativa, otro de poesía libre y uno de glosas a Versos sencillos de José Martí, de conjunto con Jesús Zamora. Sueño con publicar.

Por aquello de vedete, ampliamos el diapasón a la música, por ser ella la voz prima del grupo Gracias a la vida. Cantar es lo único que le dispara los nervios. En un festival nacional salió al escenario en blanco. Los aplausos la sacaron del susto y la tonada se escuchó impecable, pero el jurado declaró desierto el género, aunque la incluyó en la gala final.

—Elenita, has vencido batallas difíciles. ¿Por qué te arriesgaste a ser madre?

—Esa fue otra lucha. Querían que lo interrumpiera. Pasé el tiempo ingresada, pero tuve un embarazo precioso. Mi único antojo fue de comer pan con tomate. Edry alcanzó en primer grado el Beso de la Patria. Desde pequeñito era mi acompañante. Ya tiene 26 años, se graduó de arquitecto y trabaja en Varadero. Mi hijo es mi gran orgullo. Su único “problema” es que es muy enamorado...

Ángel Alfredo Figueredo Ramírez comparte el arte de su vida con Elenita. Ambos pertenecen al proyecto de artesanía Manos que sueñan, tesis de Martha Allende para graduarse en promoción cultural.  Foto: Orlando Durán Hernández/AdelanteÁngel Alfredo Figueredo Ramírez comparte el arte de su vida con Elenita. Ambos pertenecen al proyecto de artesanía Manos que sueñan, tesis de Martha Allende para graduarse en promoción cultural. Foto: Orlando Durán Hernández/Adelante—Hablando de amores, cuéntame de tu pareja; bueno, de lo que se pueda poner en el periódico...

—Somos viejos amigos. Estamos en la Aclifim desde su fundación. Tuve mis matrimonios y él los suyos, y nos encontramos al final de la carrera. Angelito es tan tímido que lo tuve que enamorar. Tocamos juntos en el grupo. Es muy feliz con la artesanía. Nos complace reunirnos en la mesa a brindar con la familia y los amigos. Las únicas discusiones fuertes han sido por el teatro. No le gusta.

Unos minutos antes había explicado que se desdobla como actriz, narradora oral y declamadora del Yepeto, grupo de categoría nacional. Este ganó el festival nacional de la Aclifim del 2015 con una adaptación del cuento Ollantay, del libro Oros viejos.

—Tu nombre da lustre a la Aclifim, ¿qué has perdido y qué has ganado allí?

—Yo atendía a la población. Desempeñé el cargo más lindo, el de integración social. Representé a la Aclifim ante el Consejo de la Administración. Tuve que cambiar a relaciones públicas por mi salud. Siento que falta mayor sensibilidad de la familia con su discapacitado. Tenemos un campeón nacional de tenis de mesa que ha competido en el exterior. Su mamá y su abuelo lo integraron desde niñito.

—Las terminologías van y vienen, pero la mentalidad se resiste, ¿por dónde se escapa el respeto?

—Todos los años nos cambian el nombre y seguimos siendo los mismos. Ya no somos minusválidos ni impedidos físicos ni limitados físico-motores ni discapacitados. Un gran por ciento de nosotros no tiene claro para qué es la Asociación. Muchos degradan nuestra imagen al andar sucios en la calle. La población usa términos duros. Nadie sabe hasta cuándo será una persona sin discapacidad. Nunca he tenido complejo de mi físico, pero de mi problema renal sí.

—Un amigo común, el poeta Jesús Zamora, te retrató como un manantial de optimismo, y hoy lo compruebo. ¿Nunca te has puesto un límite?

—A Zamora le tengo mucha admiración y cariño, porque el que lo ve no calcula la inteligencia y el conocimiento dentro de esa personita. No te niego que me preocupa mi salud, y siento que mi hijo no está preparado para lo peor. Siempre voy a querer más. Las personas tienen que asirse para tener motivos para vivir.

El tiempo se ha ido tan rápido, y apenas queda espacio en esta página. No he dicho nada de su infancia. La menor de 12 hermanos aprendió a leer de manera autodidacta. Aquella niñita terca, que andaba a rastras porque no tenía silla de ruedas, convenció a los padres de llevarla una hora a la escuela, la única hora que aguantaba sin orinarse. Así cursó hasta quinto grado. Hizo el sexto en un centro de superación para adultos, donde trabajó como maestra. Por supuesto, el contrato salió a nombre de la madre porque no tenía edad para cobrar.

Luego matriculó tres carreras universitarias: Ingeniería Pecuaria, Historia Social de la Literatura y el Arte y Estudios Socioculturales, que no terminó por lejanías, barreras físicas y por enfocarse en su hijo.

Elenita ha soñado con inteligencia y aptitud, y le ha cambiado la vida a muchos. A nosotros nos regaló más de una mañana con chistes y enseñanzas. Ojalá este texto sea digno de ella, por sus bien cumplidos 57 años. Solo le deseamos que se cuide, porque nació con un riñón y sin uréter. No sabíamos que para aguantar tanto llevaba puesto un pamper, ese, su único verdugo.